La noche mágica de Leo Gutiérrez
Leo Gutiérrez jugó su último partido como profesional en una noche mágica. En un clásico con el mejor marco de la temporada, con alegrías y tristezas por igual que plasmaron los hinchas el “Milrayita” al verlo mostrar su calidad por última vez, y con el final de un ciclo de 24 años de basquetbolista.
En total jugó 29 minutos de un clásico vibrante. Aportó trece puntos, tomó siete rebotes y realizó cuatro asistencias (2 de 7 en triples, 1 de 2 en dobles y 5 de 6 en libres). Fue, como en el último tiempo, el alma del equipo, los festejos del público simpatizante y los abucheos del rival.
Su hijo, de nombre Francisco pero de apodo “Pepo”, esperaba sentado en el banco. Fue la primera vez que le joven de Peñarol estuvo vestido para jugar en la Liga Nacional, en el marco del retiro de su padre. Sin embargo, no ingresó al campo de juego.
Durante la previa del partido, Leo se mostró relajado, como durante toda la semana. Atendió a todos los periodistas que se acercaron para unas breves preguntas, respondió paciente y también saludó a la mesa de control, con quien se fotografió.
Tras la entrada en calor en cancha, donde probó su deseado por todos tiro de tres, comenzó el saludo. Los jugadores de Quilmes hicieron fila para abrazar a Gutiérrez, quien respondió a cada uno de ellos. El primero fue Maxi Maciel, efusivo, también charló con Clark y cerró con la otra estrella de la noche, Luca Vildoza.
Antes del comienzo del partido fue el momento de la entrega de plaquetas. El presidente de Quilmes, Pablo Zabala, entregó una, al igual que la Asociación de clubes (ADC) y, por supuesto, el presidente de Peñarol, Domingo Robles. El Honorable Concejo Deliberante (HCD) hizo lo propio en el entretiempo.
Ya en el clásico, Leo metió el primer triple que intentó, en la primera jugada del partido. Luego aportó un pase para Pettigrew y se mostró activo. Así fue que ensayó un nuevo triple que decretó una leve ventaja de 4 puntos para Peñarol, en un cuarto igualado. En su primer cambio, cuando restaban dos minutos, fue ovacionado nuevamente.
Recién en el segundo segmento volvió al partido. Mostró frustación cuando las cosas se tornaban complicadas para su equipo y mantuvo una pequeña bronca con Maciel tras una falta del jugador quilmeño. Cuando el equipo más lo necesitaba, Leo arrancó una penetración frente a tres marcadores, para habilitar a Torres abajo del poste. El pivot enterró la bola y Gutiérrez levantó el puño.
En el medio del partido, mientras estaba en el banco de relevos, entregó la camiseta a un espectador cercano. Ya en el cierre del primer tiempo, en su salida al vestuario, Leo volvió a regalar otra casaca. Saludo, abrazó y se sacó fotos con muchos de los niños que se pudieron acercar hasta la valla.
Leo comenzó el tercer chico con una nueva asistencia a Torres y un puño cerrado de festejo. Probó un triple que no salió, luego atacó, recibió una falta y embocó los dos libres. La hinchada de Quilmes lo provocó con algunos cánticos, pero él se mantuvo sereno, tomando las mejores decisiones para su equipo. Así fue como pivoteó, se alejó dos pasos y lanzó un doble delicado que devolvió la ventaja a Peñarol.
Sentado en el banco durante el final del tercer parcial, Leo se paraba a festejar los puntos, se movía y charlaba con su hijo. Con el parcial favorable que sacó Peñarol, imponiéndose en el juego, festejó hasta meterse unos pasos dentro de la cancha. Luego, entró los últimos 17 segundos del segmento y regaló su tercera camiseta.
Gutiérrez estuvo en el banco al inicio del último cuarto, pero no sentado. Miraba parado y se adelantaba para brindar aliento y consejos a sus compañeros, en especial al juvenil Fazzini, de buen ingreso. Volvió al juego y, desde dentro, continuó con la misma tónica.
Sobre el cierre, el “10” metió los dos libres para igualar en 74, luego falló el triple que intentó… Pero en el último segundo, durmió la pelota, la tiro para arriba con destino a nadie, a que se agoten los segundos, y le salió una asistencia perfecta en la zona pintada a Pettigrew. Cuando terminó el partido, tenía el balón en la mano y le dio una fuerte patada para enviarla hasta la tribuna.
Post partido, todo fue una locura. Llantos, emoción, alegría con todos. Periodistas, hinchas, dirigentes recibieron el cariño de Leo, que se tomó innumerables fotos. Mientras dialogaba con la prensa, sus compañeros le hicieron una ronda y comenzaron a cantarle.
Luego, por altoparlante, dialogó con todo el público que se mantenía firme cantando su nombre. Envuelto en regalos, firmas y saludos, terminó en ropa interior. Eso no le impidió para seguir dando alegrías a base de caricias para los hinchas.
Las caricias entre la bola y la red que provocaba con su tiro de tres no se verán más. Leo pasó a la eternidad, como el jugador más glorioso de la Liga Nacional y ferviente símbolo “Milrayita”.