Vildoza, el pibe que las pasó todas antes de dar el salto
Año 2003. Luca Vildoza es un nene de 8 años. Tiene pelo largo, con rulos y usa vincha. Llega a la sede de Luro y Guido para jugar al básquet en Quilmes. Le empezó a gustar desde que su abuela, Angélica Caviglia, le dio la pelota a los 3 años para que la pique en la vereda. Luca le esquiva al roce: en cada golpe, llora y se va con el entrenador. Pero con la bola en la mano hace cosas distintas al resto. Comprende los ejercicios, los ejecuta y en los partidos tira fantasías.
Dicen los que lo vieron en esa época que Luca deleitó a todos en Inferiores. Por su talento, siempre fue tenido en cuenta en categorías superiores. Las bandejas elegantes, los triples, las fajas, el dribbling y las penetraciones eran moneda corriente cada vez que jugaba el hijo de Marcelo, exjugador del “Cervecero” y de Peñarol.
Su talento lo llevó a debutar en la Liga Nacional de Básquet a los 16 años, de la mano de Daniel “Loro” Maffei. Fue lo único bueno para recordar en una temporada que terminó en descenso. Pero fue recién en 2012 cuando la “joya” del club tuvo continuidad. Si no le gustaba el roce, en el TNA tuvo que acostumbrarse por obligación. Leandro Ramella, que lo conocía de Inferiores, lo guió durante todo ese año de aprendizaje. Fue tal el crecimiento del pibe, que no le pesó para nada ser el base titular en las finales por el segundo ascenso ante San Martín de Corrientes, luego de la lesión de Cristian Cadillac. Jugó suelto, promedió 13 puntos, convivió con los nervios y tuvo su primera alegría a nivel profesional.
Pero no fue todo color de rosas. Si el TNA le hizo aprender de los golpes, las lesiones lo ayudaron a forjar su carácter. A los 17 se fracturó las dos muñecas y a los 18 sufrió la fractura expuesta de cúbito y radio. La nefasta racha se completó con dos fracturas por stress en un dedo del pie y otra de tobillo. Luca llegó a pensar en dejar de jugar. “Mi viejo y mi vieja me ayudaron siempre para seguir adelante. Ellos fabricaron una cabeza que es bastante fuerte y bastante terca en esos momentos”, le dijo hace poco a El Marplatense. No podía bajarse. Su abuela lo quería seguir viendo desde la platea, con su inconfundible pañuelo rojo.
Cuando las lesiones lo empezaron a respetar, su evolución no paró. La coincidencia general era que debía mejorar su defensa y la dirección del juego. Y año a año se superó. Fue suplente de Fabián Sahdi durante una temporada y aprendió mucho de la convivencia con Luis Cequeira. “Junior”, junto a Maximiliano Maciel y Ramella, lo ayudaron a valorar lo colectivo por sobre lo individual. “Si ganábamos y yo jugaba mal, me ponía mal”, reconoció Luca, más maduro en ese aspecto.
Protagonista de una campaña histórica en la temporada 2014/2015 (inolvidable quinto juego ante Obras en Buenos Aires) y partícipe del primer torneo internacional de Quilmes, en el último receso convivió con la incertidumbre de la continuidad del club en la Liga. Pero en pocos días le salió todo redondo: se confirmó la continuidad del equipo en la elite y se oficializó su pase a Baskonia, con la posibilidad de quedarse un año más en Mar del Plata.
Con la llegada de Javier Bianchelli, fue titular y capitán. A más responsabilidad, mayor rendimiento. Creció en mentalidad, defensa y dirección de juego. Su influencia sobre el equipo fue total. Jugó su mejor temporada, con promedio de 17 puntos, 4 rebotes y 4 asistencias. En playoffs, cuando parecía que era su última noche, él estiraba su despedida. Como ante Bahía Básket, cuando sacó la cara en el peor momento y metió 39 puntos. Después vino Ferro: clasificación con gusto a hazaña y otra vez campaña histórica del club. Hasta que el campeón San Lorenzo le puso fin a su última aventura con la camiseta “Tricolor”.
Hoy ya no es un nene. Catorce años después, Luca las pasó todas, creció y se va de su casa. A los 21, lo espera un grande de España, nada menos que con Pablo Prigioni como entrenador. Se lleva el amor de los hinchas, los elogios de los entrenadores y el reconocimiento de sus compañeros y rivales. El abrazo a puro llanto con Angélica cerró un círculo perfecto.