El “Cristo” nuestro de cada día
Por Germán Ronchi
No tiene pasado. No tiene nombre, ni un lugar donde descansar. Tiene los pies descalzos. Túnica y turbante blancos como abrigo. Una mirada serena; un hablar pausado. Camina; a veces corre. Entonces se detiene y descansa. Parece haberse perdido en el tiempo.
Llama la atención, claro. Algunos se ríen, otros no salen del asombro. Y en estos tiempos, lo normal, no lo ven, enfrascados dentro de su celular. Están los que peinan canas y se acuerdan de los personajes en la fuente de San Luis y Peatonal San Martín, o el pesebre a tamaño real en La Catedral, justamente del otro lado de San Luis.
No se detiene a mirar vidrieras en su recorrida por el centro de Mar del Plata. En la costa, sí. Contempla el mar. Puede hacerlo durante extensos minutos. No se ríe, no se sabe si habla solo o reza, no pregunta nada, contesta lo que quiere.
Restregándose suavemente las manos llega hasta Moreno, por Independencia. Dobla; a los pocos metros se detiene. Se sienta en el escalón de un negocio vacío. La mirada en el espacio. Los transeúntes giran sus cuellos hasta lo humanamente posible y lo observan mientras continúan sus pasos. Él no los persigue como ellos, incrédulo de los demás. Ni los mira.
Está sentado. No hay gestos de fatiga ni posición que indique algún tipo de cansancio. Parece haberse pausado, reposa. La vestimenta, los pies descalzos, el pelo presumiblemente largo y una barba sin el estereotipo actual, hasta enredada, lo asemejan a la imagen de Jesús de Nazareth.
Pasé de largo; unos cuantos metros. Nadie me pidió este artículo. Tal vez pulsado por la curiosidad vuelvo sobre mis pasos y me acerco. Me inclino para hablarle. Hace contacto visual y con un breve gesto, antes que le pregunte nada, me invita a sentarme junto a él.
Antes de iniciar la conversación, le pregunto si puedo grabar. “Estoy dispuesto a hablarte. Si quieres escucharme, hablaré; pero sin grabar”, dijo con total serenidad, en un español neutro y una pronunciación de la “r” semejante al hebreo.
Y sí. Mentí. Más que nada para que, cuando lo cuente, no digan que miento. Es que a partir de sus primeras palabras, tuve que documentarlo.
“Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de mí. Entonces le decían: ¿Dónde está tu Padre? No me conocéis a mí ni a mi Padre. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre”, (1) fue su respuesta al preguntar su nombre.
Y así, con los Evangelios, fueron todas sus respuestas.
- ¿Sos de Mar del Plata?
- Aunque yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo, ni a dónde voy. (2)
- ¿Vivís en la calle o tenés un lugar donde descansar?
- Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza. (3)
Entendiendo su convencimiento por decir quién es y por qué está en este plano, y buscando una respuesta salida del “libreto”, seguí su camino.
- ¿Tenés un lugar específico donde predicar la palabra de Dios?
- (niega con la cabeza) Donde estén dos o tres congregados en mi nombre, ahí estaré. (4)
- ¿Entonces hacés lo que Jesús hizo más de dos mil años atrás?
- (asiente) El que es, el que era y el que ha de venir. (5)
Memorizados, estudiados o incorporados, solamente los evangelios y los escritos bíblicos pronunciaron sus labios. ¿Es o se cree Jesús? ¿Es o se considera el Mesías? ¿Es real o actuado? Quedará a criterio de cada uno, de sus creencias, de su escepticismo. De lo que cada uno quiera creer. O crea. Las conclusiones son de quien lo vea, quien lo escuche.
(1) Juan 8:18-19; (2) Juan 8:14; (3) Mateo 8:20; (4) Mateo 18:20; (5) Apocalipsis 1:8