Morir mirando al horizonte: la historia de la primera mujer capitán de pesca
Por Stephanie Barrientos
¿Qué es un capitán? Es el encargado de todo el buque, la navegación, explotación del recurso marítimo y de la seguridad, tanto del barco como de la tripulación y la carga. Las responsabilidades de buscar el mejor pescado, llenar la bodega y, en consecuencia, de garantizarle el salario a los trabajadores recaen sobre una sola persona, generalmente hombre.
Hay algunas excepciones. Nancy Jaramillo, por ejemplo, es la primera mujer con título de capitán de pesca. “Capitán”, porque el título no incorpora la versión femenina. Nunca antes hubo necesidad. En Sudamérica hay tres escuelas de pesca. La única que lanzó una mujer capitán es la de Mar del Plata.
La gente del mar viene del mar y al mar va. Ese fue el impulso que Nancy tuvo para estudiar hasta alcanzar su cargo. “Un gran capitán me dijo una vez: ‘Jaramillo, la gente de mar va a morir arriba de un barco, uno tiene que elegir si muere en la planta tirando pescado o sentado en el puente mirando el horizonte’”, recuerda. Una frase, solo eso, la motivó a dejar de ser marinero y a buscar ir más allá.
Veinte años atrás, Nancy no esperaba alcanzar tanto. La vida la sorprendió con un hijo a los 17 y, como madre soltera, debió salir a buscar una forma de garantizar un futuro para ambos. Intentó entrar a una fuerza armada, sólo para saber que cada vez tendría un sueldo. La rechazaron en la policía y la Armada por tener un hijo. En prefectura se le rieron en la cara. “Me dijeron: ‘Mujeres no hay y no va a haber’”, dice, y ahora ella es quien ríe. “Me imagino a ese pobre hombre ahora”, sigue.
En Prefectura le ofrecieron lo único que tenían para mujer. Un cargo de limpieza. Empezó limpiando baños de marineros, con mareo de mar que le duraba días y noches, sin saber si quiera cómo armar su bolso para la primera navegación. “Me crié en Madryn, con el mar en frente, pero sin imaginar que me podría subir a una lancha o bote, porque era muy pobre, así que al principio imaginaba que íbamos a entrar todas las noches a dormir en el puerto”, comenta, sacudiendo la cabeza de lado a lado.
A Nancy todavía se le revuelve el estómago en las navegaciones, a pesar de los años de experiencia. Nada como la primera vez, sin embargo. “La primera marea tenía ganas de morirme, estuve 60 días mal, entonces vino un compañero y me dijo: ‘Tenés dos opciones, o te recuperás o pego la vuelta y te dejo en el puerto’”, dice.
“No podía volver, no porque había dejado atrás mucha pobreza, nunca creí que iba a salir de esa pobreza, pero sabía que estaba ahí para darle dos tarros de leche a mi hijo y sin el barco no se los podía dar”, continúa, firme. No volvió al puerto. Aun hoy en día rara vez vuelve al puerto por mucho tiempo. “Los terrestres, como les digo, hablan demasiado, están siempre apurados, en el mar la vida es más tranquila”, explica, entre risas.
A pesar de que el mar le gusta, sabe que existen sacrificios. Los llama eso, “sacrificios”. Deja a su hijo y nietos, a su madre y hermanas, se pierde sus cumpleaños y eventos especiales. La ausencia no es bien vista en un hombre, pero mucho menos en una mujer. “Me han dicho que prefería estar en un barco con 30 hombres antes que con mi hijo, y eso dolía mucho, porque yo navegaba porque lo necesitábamos”, recuerda. Por suerte, su familia entendía que los sacrificios tenían recompensa, lo entendía con orgullo, con madura aceptación. “La familia es un puerto seguro, es el lugar en donde volver”, dice ella.
Las mujeres, en el puerto, no son medidas con la misma vara. Todo tiene un peso extra, una presión superior, un margen menor de error. “Como mujeres tenemos que vivir tirando prejuicios, nunca dejo de estar bajo la lupa y hay cosas que no tengo permitido hacer y decir, porque cualquier error lo pagaría más caro”, explica. Cuando sugiere o pide algo, algunas veces necesita que un hombre esté de acuerdo para que se le preste atención.
“Y, lo que pasa es que es mujer”, dicen los que la conocen. No se la mide como a cualquier capitán, se le pide más que a ellos. Es una pelea constante por probar que se está a la altura, pero no está sola en ella. Otras mujeres del mar se acercan, se emocionan por sus logros y comparten sus experiencias. "Toda la difusión que tuvimos estuvo impulsada por mujeres, porque nos pone orgullosas el logro de otras mujeres, pero tengo que admitir que también hubo hombres que me ayudaron, apoyaron y que me dieron el espacio”, considera.
La gente de mar vive en el mar, adentro, ahí donde el panorama no deja ver más que líneas onduladas de olas que se unen con la inmensidad de un cielo. Viven persiguiendo el horizonte.