Por Inés Reyna
“Ni una menos” fue la consigna que aglutinó a miles de manifestantes en más de 100 plazas a lo largo y ancho de todo el país, en la histórica marcha del 3 de junio de 2015. La movilización contra la violencia de género nació en las redes sociales como respuesta a la indignación que provocó una seguidilla de femicidios, y cuyo detonante fue el asesinato en la ciudad santafesina de Rufino de Chiara Páez, una adolescente de 14 años, que estaba embarazada.
En estos casi tres años las marchas en Argentina se incrementaron, pero los femicidios también. Según los datos del Observatorio de Femicidios Adriana Marisel Zambrano, en 2014 hubo 277 víctimas fatales. La cifra trepó en 2015 a 286: una muerte cada 30 horas. Durante el 2016 los casos fueron 290, y en el 2017 se registraron 295, a razón de uno cada 29 horas. En 2018, los femicidios registraron una leve baja, con 273 casos relevados. Sin embargo, el año pasado marcó el triste record de víctimas fatales de la violencia machista: 300. En el 2020 la tendencia se profundiza. En 68 días, hubo 68 víctimas: una cada 24 horas. Entonces, con la problemática ya puesta sobre el tapete, el reclamo en la calle y el tema en la agenda mediática y política, ¿cómo se explica este fenómeno inverso?
El patriarcado es un sistema de poder ancestral basado en la construcción sociocultural de una desigualdad, sostenida con el ejercicio de violencia física, sexual, psicológica, económica, simbólica e institucional. Digámoslo sin eufemismos: los hombres obtuvieron sus privilegios a costa de las mujeres. Y así como también lo hicieron el feudalismo y el esclavismo, el patriarcado se resiste a caer. No cederá sus prerrogativas tan fácilmente sino que responderá con más violencia ante los atisbos de una idea revolucionaria que, como tal, viene a cuestionarlo todo para cambiar el status quo. Porque, como en forma magistral dice Eduardo Galeano, “al fin y al cabo, el miedo de la mujer a la violencia del hombre, es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo”.
En este contexto, las medidas que deben adoptarse para tutelar los derechos de víctimas de violencia de género son urgentes y requieren un tratamiento integral de la cuestión por parte del Estado: asistencia médica, psicológica, jurídica y económica; estadísticas oficiales para diseñar políticas públicas adecuadas; y educación para concientizar y prevenir.
Pero el espectro de manifestaciones de la violencia de género es muy amplio y surge de un entramado complejo, universal y transversal de injusticias silenciosas y crímenes resonantes. El Estado no basta. Hay demasiados frentes abiertos: el machismo es un enemigo muy poderoso y de fuerte raigambre. Por lo tanto, la batalla por la igualdad y la vida requiere de una guerra de guerrillas persistente y desgastante como la fuerza erosiva del mar. Las filas del feminismo deben dispersarse para dinamitar en cada mente las viejas estructuras y volar por los aires los caminos aprendidos. Deben infiltrarse en cada acto de micromachismo, en cada comentario cosificador, en cada despotismo doméstico, para encender la mecha del cuestionamiento que luego correrá como reguero de pólvora hasta eliminar todas las trincheras donde la violencia de género se agazapa.