Por Camila Barros Palma
Diciembre 2001, al grito de ¡Que se vayan todos! la gente se reunía en las calles. La crisis económica, social e institucional eran innegables; el corralito, el estallido social y el helicóptero de De la Rúa son marcas de la historia oscura de Argentina.
En este contexto Carina D'amico decidió buscar un mejor futuro para sus hijos, con una valija llena de ropa y mucha incertidumbre, emprendió hacia Madrid, España, donde la esperaba su hermano que poco tiempo antes se había radicado allí.
Nacida en Mar del Plata, vivió hasta los 8 años en pleno centro hasta que su familia se trasladó al barrio Hipódromo donde su padre tenía un stud de caballos. A los 15 cambió su ubicación cerca de la costa hasta los 20 donde se casó con su esposo y tuvieron dos hijos.
Actualmente vive en Zaragoza y trabaja como teleoperadora de Movistar. Su familia quedó distribuida en distintas zonas, su hijo fue el único que permaneció en la ciudad, mientras que su hermano se radicó en Valencia, una hermana en Madrid y su hija mayor en Alicante.
¿Cómo era tu vida en Mar del Plata?
- Es una parte triste de mi vida porque yo me quedé viuda en el '98 con dos hijos que en esa época tenían 2 y 4 años. A partir de ese momento yo necesité trabajar en mi casa porque no los podía dejar solos. Así que me dediqué a hacer decoración de cuartos infantiles, moisés, cortinas, edredones y bolsos.
La verdad que trabajaba muy bien y estaba super contenta porque eso me permitía estar con los chicos, pero después vino la famosa crisis y se nos complicó un poco. Hice varios trabajos, pero al final veía que no era viable, teníamos algunos problemas de inseguridad, iba viendo como la remaba, pero el futuro de mis hijos se complicaba.
Después nosotros teníamos una pensión bastante buena por consolidar y eso se rompió cuando pasó lo del corralito. Al final empezás a pensar que algo tenés que hacer y movilizar para poder dejarles un futuro. Yo tenía una casa, a mi familia, mal que mal la hubiera peleado, pero yo quería otra vida para mis niños. Nos dimos cuenta que ahí no era y empezamos a buscar otras opciones. Sí, era una mujer feliz, tenía dos hijos, pero mi vida estaba un poco rota a partir del '98.
¿Por qué elegiste España como destino?
- Mi hermano había venido a fines del 2000, principio del 2001, sin papeles. Entonces me pidió que los hiciera yo desde Argentina, aproveché y organicé los trámites para toda la familia, pero no tenía pensado irme.
Cuando la situación se empezó a complicar mi hermano me dijo venite con los chicos que yo te ayudo los primeros dos meses, te pago el alquiler y vos te vas buscando la vida. No lo pensé mucho más porque en definitiva España era un destino con el que mi hermano estaba super contento, por idioma estábamos bien, trabajaba, nos hablaba maravillas de esto.
Te hablo de una época donde la conexión a internet no era tan fluida como ahora, entonces todo lo que sabíamos era por él. Había podido hacer una vida, caminar tranquilamente por la calle, no te hincha las pelotas nadie, cobrás el sueldo bien, nos hablaba de una tranquilidad que pensaba que en Argentina no iba a poder conseguir.
¿Cómo fue el primer tiempo allá?
- Duro muy duro, llegué en verano y en Madrid no se contrata gente. Fue complicado porque dejé a mi mamá, mi abuela, mi casa, amigos de toda la vida, te encontrás en un país que no conocés con un idioma que es el tuyo, pero que no es el tuyo. Y quién me iba a decir que yo iba a vivir en Europa, una cosa que no tenía mucho sentido, era todo nuevo. Los chicos alucinaban, les parecía todo otra historia.
Para la nena, la mayor que tenía nueve en ese momento, fue duro al principio y lloraba mucho, decía que acá no había tierra, veredas, pasto. El nene la pasó un poquito mal en el colegio porque tuvo que saltar de jardín a segundo grado, tenía que aprender todo lo que no había visto en Argentina y las maestras no eran de mucha paciencia. Eso también es cierto, que la cultura y la forma de ser nuestra no tiene nada que ver con la de acá, entonces había que adaptarse.
Vivimos un año en Madrid, hermosa pero muy grande, y los chicos tenían que hacer 17 estaciones de subterráneo para venir al colegio de la casa. Entonces empecé a buscar una ciudad más acorde al hecho de que yo pudiera trabajar. Me equivoqué porque elegí una que no tiene mar, pero era la más adecuada en ese momento para poder conseguir empleo y que los chicos vivieran bien.
¿Dónde continuó la historia?
- Vinimos para Zaragoza y el primer tiempo fue difícil, no sólo por lo económico. Yo llegué con dos valijas de 8 kilos de fotos, que eran todas las que tenía en Argentina, los dos pibes, la ropa que era poca y nada más. Tuve que entrar a comprar cacerolas, toallas y empezás a recibir lo que te van dando. Después ropa porque es un cambio brusco el de estaciones, fui con cosas de invierno y acá estábamos en pleno verano.
No obstante, yo tenía muy enfocado que esto era lo que quería para que los chicos tuvieran una vida mejor. Seguíamos con eso, mientras que viera que ellos estaban bien, a mí no me importaba nada.
Trabajaba de lunes a viernes a la mañana limpiando casas, a la tarde como secretaria en una aseguradora y los fines de semana en una rotisería, que acá le dicen asador de pollo. Laburaba como una bestia, pero no me importaba porque era para hacer guita para poder vivir un poco mejor.
Esos fueron los inicios, muy duros, porque además yo extrañaba mucho mi gente, mis amigos, mi familia y los que no te conocen, te juzgan un poco. Yo no te voy a romantizar el emigrar, tiene su parte buena, sus partes malas y al principio fue difícil. Yo la pasé mal, pero los chicos por suerte no, que era lo que a mi me importaba.
¿Cómo fue el trato de los españoles?
- En general, nosotros tenemos un trato bastante cordial, hay otros sudamericanos que obtienen un desprecio importante por parte de los españoles. Los argentinos por cultura y alguna conexión somos más aceptados.
Yo llegué en un momento en el que se abrió un poco la veda para que viniera a trabajar gente de afuera porque la gente de acá no quería ciertos empleos. El prejuicio estaba, hasta que no te conocen, no te aceptan del todo. Yo siempre fui una mina laburadora, no me meto con nadie, pero tengo mi carácter. Conocí gente maravillosa, tengo amigos que son españoles y me he ido quitando del medio ciertas personas, pero en general te tratan bien.
En el Mundial hubo un reconocimiento mayor, pero en principio los argentinos somos muy aceptados. Me parece que la gente que nos trata mal tiene prejuicio con los extranjeros en general.
¿Podés decir que ahora vivís bien?
- El peor momento fue al principio, los chicos vivían conmigo con un sueldo y los tuve que mantener sin otra ayuda. La pensión de viuda de Argentina son 60 euros, con eso pago internet para que te des una idea. Ahora, mi hija más grande es diseñadora de modas, tiene un máster y el más chico no quiso estudiar, pero es un padre de familia, tiene una casa, trabajo, una mujer.
Acá tengo mi lugar, pago alquiler todos los meses, pero acabo de venir de un viaje a Grecia, todos los años me hago una escapada afuera, sobre todo desde que los chicos se fueron a vivir solos y ya no tuve que mantenerlos.
Puedo viajar, me compro ropa, voy a la peluquería todas las semanas, me hago las uñas y puedo vivir perfectamente con el mismo sueldo. Te aumentan de 50 a 100 euros al año porque no hay inflación. Por supuesto que les hago regalos a mis hijos para Navidad y los cumpleaños, la vida que llevo acá no la puedo tener en Argentina, por lo menos con mi situación económica. Lo veo en mis amigos que han venido después de un gran esfuerzo ahorrando.
Me autoabastezco, todavía no llegó el momento en el que me tengan que ayudar por ahí dentro de unos años cuando me jubile, pero no creo que suceda. Tengo esta vida y he perdido otras cosas, porque el exilio tiene eso, pero al final lo que yo quería era que ellos tuvieran una comodidad como la que ahora tienen; que puedan viajar, disfrutar, ser felices, que puedan estar tranquilos y que yo no tenga que estar pensando si llegaron, les pasó algo.
¿Y qué perdiste en el exilio?
- Hubo muchas cosas, perdí acompañar a mi abuela en los últimos años, mi casa que quedó allá, la vendimos porque ya habían unos tipos queriéndose meter. Perdí el contacto con mi tía Perlita, que le hablo todos los días por WhatsApp, pero no la puedo ver, acompañar, ni la puedo ayudar en caso que me necesite. Cuando muere el papá de un amigo y no puedo estar, poder ir a un concierto cuando se me dé la gana y no tener que esperar a que venga una vez al año un artista argentino, el poder tocar el timbre la casa de mi amiga Claudia y tomarme unos mates o decirle a Fernanda ‘Che, ¿nos juntamos?’ y hacerlo.
A la gente que vive acá le tuve que contar mi historia y no es lo mismo que haberla vivido como con las personas de Argentina. Lo más difícil fue perder mi ciudad, el mar, yo acá no me reconozco. Tengo una vida maravillosa, pero no me reconozco, esta no es mi ciudad, esta no es mi casa, mi lugar en el mundo sigue siendo Mar del Plata. Eso lo perdí, pero ganamos en otras cosas como seguridad y estabilidad.
¿Qué extrañás de Mar del Plata?
- Básicamente el mar y la playa, eso es lo que más se extraña de los lugares. Los asados porque acá en España no se pueden hacer en cualquier lado, en verano sólo en casas particulares y no todas las familias tienen parrillas. Tomar un colectivo y estar en la playa, poder tomar mates en Sierra de los Padres, el paseo San Martín, bajar la loma de Colón, el Puerto. Extraño la ciudad donde nací, fue mi formación, la Mar del Plata del 2000.
¿Qué pensás sobre la idea de que migrar significa traicionar tu país?
- Respeto las opiniones de todo el mundo, pero me río mucho porque en muchas cosas soy más argentina que uno que está viviendo ahí. Yo no traicioné a Argentina, hice lo que debía hacer, pero la llevo en mi corazón, la defiendo y voy a morirme defendiéndola, pero primero están mis hijos y necesitaban una vida mejor. A mi me preocupa lo que yo pienso y lo que piensen mis hijos, lo tengo claro y estoy con la conciencia tranquila.
¿Volverías a Argentina?
- Fui en tres ocasiones de vacaciones, cada vez me cuesta más económicamente y es un viaje muy largo. Con el precio que voy a Argentina, puedo irme a Grecia y a París de vacaciones.
No volvería a vivir, ya que creo que el nivel que tengo acá no lo podría conseguir allá. Tampoco me separaría de mis hijos ni me acostumbraría a la inseguridad, el no saber si puedo comprar la semana que viene. Yo acá programo mi economía de un año, en Argentina no lo podría hacer.