De Mar del Plata a Japón: el diario de viaje del @hombrebarrenador
Hoy hacemos turismo por Kyoto, recorremos el coqueto barrio de Gion y visitamos un templo en honor a la diosa Kannon. También nos metemos en un bar de karaoke.
Mi madre terminó de hacer la masa. Con la mesada aún sucia miró hacia el suelo donde yo jugaba.
-“¿Qué preferís, pasta frola de batata o de membrillo?”.
Así como en la vida hay que decidir si se prefiere dulce de batata o de membrillo, lo mismo ocurre con las ciudades de Osaka y de Kyoto. La noche y el día respectivamente. Creo que la ciudad de Kyoto es el lugar indicado para morir al igual que Mar del Plata. Arriesgo a decir que no deben existir kyotenses, sino sólo japoneses dispuestos a disfrutar sus últimos años en esta hermosa ciudad.
Kyoto tiene la particularidad de haber sido la capital desde el siglo VIII hasta el XIX. Luego fue palideciendo al mismo tiempo que se erigía el monstruo de Tokio. Es una especie de museo a cielo abierto ya que entre tanto hormigón aún se puede apreciar el glorioso pasado.
La primera noche me lancé a recorrer el coqueto barrio de Gion en la zona antigua de Kyoto. Ahí había callecitas angostas con fachadas de madera que fácilmente te transportaban a siglos dorados del Japón hasta que ves lo precios, claro. Negocios de artesanías, petits restaurantes (¿viste cómo te metí una en francés?), bares, y simplemente casas. Se dice que si tenés suerte podés llegar a encontrarte una geisha o una maiko en el atardecer. No fue mi caso; vivimos en la era del simulacro. “Verás que todo es mentira”, decía Discépolo. Muchos turistas juegan por un día a vestir con kimonos y usar ojotas con medias blancas de algodón. Sí, lo que leíste. En el camino me crucé con una china de unos cincuenta años y su ¿hija? Ambas vestidas a la vieja usanza. Debido a mi altura (y supongo que por mi mirada incisiva y seductora) me pidieron una foto juntos. Luego, la mujer mayor me tomó del brazo y en un inglés mezclado con chino me solicitó que las acompañase unas cuadras. Me preguntaron de dónde venía y como casi siempre ocurre cuando hablo de Argentina, sonrieron a más no poder, aunque creyeron que hablaba portugués. También se confundieron en el saludo ya que me dieron dos besos cada una como en España.

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El torrente sanguíneo turístico no se detiene en Kyoto. Podés ver cachetes colorados de algún australiano, alemán o francés por todas partes. Suelen andar en grupos de veinte liderados por una vara y una especie de estandarte llevada por un guía. Por eso para evitarlos decidí levantarme temprano e ir a un templo que quedaba a pocos metros de mi hostel. Este era en honor a la diosa Kannon y constituye la estructura de madera más grande del Japón o del mundo que para este momento es lo mismo. No se puede sacar fotos dentro, así que intentaré describirlo con palabras. No way José. Es imposible. Puedo decir que son 1001 estatuas doradas de 1.63cm de la diosa de la misericordia. Todas iguales y en fila. Vi la diferencia en la repetición, y resultó ensordecedor. Sentía su mirada olfateando mis hombros mientras me trasladaba por el lugar. Al igual que en las iglesias góticas, sentí mi existencia como algo ínfimo, como una mancha de liquid paper en la gran novela de Budha. Como corolario, en el centro se encontraba una estatua de la diosa Kannon de casi cuatro metros. Debajo un monje budista arrodillado, mostrando su calva. Podías participar prendiendo unas velas y colocándolas en una especie de altar. Pero claro, había que ponerla. Show me the money. Al parecer en los templos budistas no hay tal culpa con relación al dinero.
Ese mismo día asistí a la ceremonia del té en un templo budista. Eramos alrededor de diez personas en semicírculo intentando mantener la postura tradicional mientras una mujer de kimono coreografiaba una serie de movimientos para preparar el té matcha. Era hipnótico contemplar sus brazos, la destreza, la sutileza y la precisión para tomar los utensilios. Como una chamana, su mirada estaba en trance. Seiscientos años haciéndolo y ella era una más de ese eslabón. La ceremonia del té, nos explicó, tiene varios usos como la celebración de momentos importantes, reuniones con amigos y familiares. No siempre incluye la conversación, a veces resulta una instancia de silencio y escucha, de silencio y reflexión. “Me tomo cinco minutos, me tomo un té” adquiere la significación de la detención en busca del bendito vacío y la quietud. Sólo que aquí la ceremonia del té puede llegar a extenderse por varias horas.
Por último, nos dio un caramelo casero para endulzar el paladar y prepararlo para la ingesta de té verde (matcha). Bueno, debo decir que no fue rico en ninguna de sus versiones locales que probé: té, caramelo, helado, pan.

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Al día siguiente realicé el Tetsugaku no Michi o llamado camino de la filosofía. Este consiste en un sendero de dos kilómetros que está acompañado en paralelo por un estrecho canal de agua. Fue construido durante el Siglo XIX. Por ende el empedrado y los sakuras encantaban el tiempo transitado. Los cerezos aún no estaban todos en su esplendor, el “hanami” se hacía desear. Pero caminar por ahí, sin casi presencia de otros hizo que se manifestara esa belleza que solo se da con el tiempo suspendido y en calma.
Pensé en mi madre y el juego que teníamos cuando aún era un niño. Este consistía en encontrar el primer cerezo de la ciudad florecido. Con mi hija también lo hacemos, pero no la dejo ganar, y menos cuando hay alfajores de por medio.
En Kyoto me entregué a lo que ofrecía para comer el mercado callejero de Nishiki. Aflojé la adicción al ramen y probé carne de waygu, anguila, takoyaki (bocadillos rellenos de pulpo), yakisoba y mochi con pasta de porotos rojos dulces. Pero lo más es el ramen. Podría vivir del ramen. ¡Ramen for ever carajo!
Una noche volví al hostel a las 02:00. Abrí la heladera y descubrí que sólo tenía un pan saborizado de dudosa procedencia. Al lado, una bolsa con un nombre que decía Steven o Steve. Un australiano que estaba en el hostel, seguro. En su bolsa: una bandeja de seis unidades de sushi. Muerto de hambre estaba. Nadie en la cocina. Un sushi no era para tanto. Me comí cuatro. Bueno, cinco. Es que había vuelto de bailar. Sí, de bailar. ¡No sé por qué fui a una disco japonesa en Kyoto! ¿Dónde quedó el vacío encontrado en la ceremonia del té? ¿Dónde? Encima robando comida. Pero bueno robarle a un australiano no estaba tan mal. ¿Saben lo que han hecho los australianos a lo largo de la historia? No sé la verdad, pero algo seguro se mandaron. Además en el otro hostel uno me quedó debiendo plata.
Digerir la culpa fue fácil pero habitar el vacío para que entre el deseo, como afirman Lacan y Marie Kondo, fue complejo. Mejor nos vamos a Osaka.
Dame neón, dame noche, dame más.

Si ves a Osaka en el día te decepcionás tanto como ir al boliche de Sobremonte un martes a las 10:00. No hay mucho para hacer. Es una ciudad de casi quince millones de habitantes, con edificios lujosos, modernas arquitecturas, pero también barrios retro futuristas como Shinkesai. Y claro, la zona del Dotombori. “3000 bares tiene Osaka”, me dijo Carmille, la dueña de un bar gótico en el tercer piso de un edificio antro. “Y la mitad son ilegales”. No sé si el dato era falso al igual que su nombre, pero sonaba verosímil. En cada edificio podías encontrar al menos quince bares en los que cabían no más de diez personas. Más elegantes, más “under”, música brit-pop, punk, chill out, o estilo karaoke. Estrictos de no poder ni siquiera vapear en algunos, mientras que en otros se llegaba a compartir fasos con el dueño. Los estilos fluctuaban en la increíble vida nocturna de Osaka.
Mientras me dejaba sorprender por diferentes bares cada noche, descubrí el negocio de “escorts” masculinos que sobreabundaba en la ciudad. Grandes pantallas publicitaban el servicio de hombres de entre 25 y 40 años para que acompañen en diversas situaciones, desde tomar un café hasta ir al cine. No se presentaba como algo marginal o turbio, sino más bien todo lo contrario. En su mayoría, tenían el aspecto de pertenecer a una boys band o incluso tener un look algo andrógino. Este tipo de servicio no incluía el sexo. Es lo que llamaríamos… eh… eh… ¿vos cómo lo llamarías? ¿Acompañamiento emocional? En la calle intentaron “acompañarme” pero de otra forma. “3000 tenés” me susurraban al oído cada noche entre sonrisas mientras me mostraban el número. Además había bares temáticos con “doctoras”, “bomberas”, “mucamas” donde podías tomar un trago con ellas. En las redes advierten que son regenteados por la temible mafia yakuza.
La noche de Osaka no ofreció desmanes. Excepto la última. En una de las angostas calles ocurrió un tumulto, una gresca... no sé. Había un joven con el ojo morado. Un par de gritos y de repente aparecieron cuatro tipos de traje oscuro y pelo engominado. Me dije “esta es la mía” y me convertí en Steven Seagal (Van Damme no es mi estilo, tiene demasiado despliegue) y empecé a ajusticiar a los cuatro yakuzas. ¡Fá! ¡Zá! ¡Papapapa! ¡Iá! ¡Para vos también hay! Me despeinaste, ¡tomá! ¡Punch! ¡Panch! ¡Zácate. Soplamoco! ¡Castañazo! Hasta que un tal Johnny Chao me advirtió: “Ven por aquí, sino quieres meterte en más problemas”.
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En realidad no pasó eso. Me quedé mirando un rato desde una distancia prudencial. Siempre prudencial. Hasta que caí en un bar estilo karaoke. Agarrate. Este era al estilo occidental. Con micrófonos en la barra, y pantalla para seguir la letra. Veinte personas apretadas en un sucucho que era atendido por dos argentinos kinesiólogos que habían venido por un año a “ver qué onda”. Empecé “prudencial” hasta que me hice amigo de unas irlandesas copadas (sí, como la O’Donnell) y cantamos “You are my fire, you are desire” totalmente unidos. Pero no terminó ahí. Al notar que yo era argentino, pusieron Despacito y gritaron “you are a latin man”. Intenté explicarles que era más la onda Esteban Echeverría, un unitario careta, que no escucho ni Raly Barrionuevo ni sé diferenciar un merengue de una salsa. Fue en vano. Todos moviendo las cachas y yo ponele que cantando. Y medio que me empecé a sentir a latin man, y pedí algo posta posta latinoamericano, Patria grande. Sí. ¿Querés las venas abiertas de Latinoamérica? Sí, a ustedes irlandesas les digo. ¿No es hora de que se separen de Gran Bretaña? ¿Y ustedes australianos que incluso comparten la bandera? Y que cima son parte de la Convohwwaerl (no sé cómo se escribe) vociferé en un espanglish lamentable.
Por último les dije: “Esta canción es antigua… antigua de donde yo vengo. Pero estoy seguro que les fascinará”.
“La reina de la noche / la diosa del vudú / yo no podré salvarme / ¿podrás hacerlo tú?”.
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