De Mar del Plata a Tokio: el diario de viaje del @hombrebarrenador
Alejandro Frenkel comenzó su aventura a la otra punta del mundo y compartió sus vivencias con El Marplatense. Serán cuatro entregas, semana a semana.
-Naze Nihon ni kuru koto o eranda nodesu ka? -me preguntó Sora detrás del mostrador
Bajé los párpados y recordé el capítulo 3 de la serie Shogún donde el protagonista, un marinero inglés asiste a una ceremonia del té conducida por una geisha. Primero sirve desde una pava pero, no sale nada. Él mira desconcertado. Luego vierte desde otra pava y se llena la taza.
Así habitarás el vacío.
La cosa empezó así: cuarenta horas repartidas entre Mar del Plata – Buenos Aires – San Pablo – Etiopía – Corea del sur - Tokio. Aunque impacte en tu retina leer la cantidad de horas, más te resultará saber que la longitud de mi cuerpo alcanza los 204 cms. Por ende habitar el pequeño lugar del avión con un sujeto que inclina su respaldo hacia mí hizo que deseara arrancar mis piernas y usarlas como bate contra su humanidad. Intenté atravesar el suplicio viendo las películas pero ninguna tenía subtítulos y el sonido era malo. No tuve otra alternativa más que adivinar los diálogos de Godzilla y los titanes, Lara Croft, y por último, una película africana que me puse a ver para hacerme el extravagante. Pero no alcanzó, las piernas estaban ahí: enrolladas en el piso, subidas al asiento, atravesando el pasillo, a veces cruzadas sobre otras piernas (qué??).
Sin embargo en la escala de Etiopía, (único momento donde hube de cambiar de avión) pude al menos estirar las piernas y elongar. Cuando quise sentarme noté que había solo un asiento junto a unas lugareñas. Se mostraron muy simpáticas y graciosas. Vestían un hiyab color celeste y blanco, cual uniforme. Me sacaron charla sobre Messi y con galletitas de por medio acepté gustoso. Con un inglés poco fluido logramos comunicarnos y me contaron que viajaban a Arabia Saudita en el próximo vuelo. Mi candor hizo que preguntara si iban por turismo. Una de ellas, la más grande, sonrió y mostró sus dientes blanquísimos para luego hacer el gesto universal de fregar y lavar ropa. La culpa progre se apoderó de mí en ese instante y olvidé las piernas.

Al llegar al aeropuerto de Narita en Tokio, mientras hacía el trámite de migraciones conversé con un rionegrino de nombre Marcelo quien viajaba con la visa Work and Holidays. Su plan era conseguir trabajo como chofer o en el ámbito de la construcción. Le pregunté si ya tenía alojamiento sugiriendo que me acompañase pero me respondió que había reservado en un cyber café. Parece que en el en el centro de Tokio por 6 dólares la noche podés dormir en un sillón reclinable con acceso a una computadora con escritorio, baño y biblioteca con mangas.
El hostel donde me alojo se encuentra en el barrio de Taito, zona estratégica con vías rápidas a los principales distritos. Como todo hostel que se precie de tal está superpoblado por europeos, estadounidenses y australianos de 20 a 24 años. Estos antes de empezar a estudiar carreras como managment o marketing, se dan un baño de otras realidades y de paso saber quiénes son y serán: caretas que votarán a la Merkel o a Macron.
Los primeros días fueron invernales por la mañana y primaverales por las tardes. Acá los japoneses para vestirse ya sea para trabajar o ir a la escuela tienen un principio inviolable: sobriedad ante todo. Los salary man (y salarywoman) visten siempre de traje o trajecito, tapados y maletín. No salen del azul marino, blanco, marrón y negro. Los estudiantes mientras tanto usan uniforme prusiano del XIX, sí, uniforme prusiano del XIX. Por qué? No lo sé. Me dio fiaca googlearlo. Las adolescentes usan su ya clásico estilo marinerito -otra vez- color azul marino. Conclusión: para el deber nada de colores vivos y estampados.
Estos primeros días decidí visitar la zona de Ueno. Es increíblemente hermosa y combina aire citadino, paisajes naturales e historia. Arranqué como sugería mi biblia-guía por el Museo Nacional de Tokio. Vi katanas!! Sí, como la de Kill Bill. También que gran parte de la cultura nipona viene de la India (el budismo), China (el confusionimo) y de Corea (no me acuerdo qué) Alguien me dijo “es el Uruguay de China?” Lo dejo a tu criterio, lector. Pregunté si estaba la famosa ola de Hokusai, y la guía del museo con sonrisa de abuelita me respondió: “No, querido”. O eso entendí. Salí frustrado y me dirigí al santuario tremebundo de Tokugawa, un shogun importante parece. Antes de ingresar, hay portales que deben atraversarse para ser purificado. Debo ser honesto: estaba funcionando. Me encontraba invadido por cierta sensación de vacío eléctrico. Al entrar se podía observar dos estatuas que representaban a perros-leones llamados “komain”. En la mayoría de los santuarios siempre aparecen estos y otros animales que custodian alejando los demonios. Pero en este caso, una de las fauces estaba abierta y la otra cerrada. ¿Por qué? Al parecer la abierta imita el primer sonido que simboliza el inicio del universo, mientras que la cerrada su fin.

“Apa” pensé. ¿La pava vacía? ¿La pava llena? No lo sé, sí sé que cuando estaba por ingresar, una pareja de franchutes se hizo presente. Nos miramos por un microsegundo, onda quién va primero. Y de repente ese plano espiritual que estaba aconteciendo, que estaba conectando mi propia finitud corporal con el vacío fue derrumbada por mi lengua franchelliana: Primero yo, segundo Francia. ¿Lo pensé o lo dije? Lo pensé o lo dije? Los franceses me agradecieron y pasaron. Uff…casi.
El santuario es realmente impresionante, de estilo chino, del siglo XVI y recubierto de oro o eso semeja. En el mismo complejo pude encontrar un cerezo casi florecido junto a un pequeño santuario, pero este se encontraba escoltado por zorros, animal divino si los hay para los japoneses. Me coloqué debajo del cerezo para anticipar el “hanami”. De pronto empezó a nevar y… no… Pétalos rosáceos caían delicados producto de los saltos que realizaban las aves entre las ramas . La verdad es belleza y la belleza es verdad. Decidí acariciar un zorro, inclinarme, aplaudir, arrojar una moneda, e inclinarme dos veces más a modo de rezo y también por qué no, por permitir acercarme a la belleza.
A la noche fui a comer con una japonesa que se llamaba Yoshino y una pareja de suecos: él Tomás Brolin, creo, y ella …mmm ¿Svenka? No importa. Lo relevante es que Yoshino (significa “inteligente”, acá los nombres tienen todos significados ergo, un kanji o ideograma) nos llevó a comer a un restaurante donde solo van japoneses. El lugar estaba bien, algo rústico, bancos sin respaldo, mesas pequeñas de madera lustrada y baños limpios. Comimos unos pinchos de pollo y cerdo con salsa agridulce. Ah, la entrada fue repollo cortado que se combinaba con una salsa de soja, mostaza y picante. Antes de arrancar nos dieron toallitas húmedas cálidas para las manos. Yoshino nos dijo que en veranos suelen ser frías. Apalatatuti murmuré para mis adentros. La cena venía bien hasta que salary men y women llegaron. Coparon el lugar y con el correr del tiempo comenzaron a subir la voz y gritar entre risas. Parece que hay un problema de alcoholismo, o eso le entendí a mi anfitriona. Los salary man trabajan hasta morir, literalmente hablando. Son los descendientes de los samurai que se sacrificaban por el jefe de su clan. La muerte por trabajar entre 60 y 80 horas semanales se llama “karoshi” y no es algo infrecuente. El after office es el momento donde pueden relajar y entregarse a decir lo que realmente piensan y sienten sin ser sancionados.

Y hablando de eso. En un momento se me ocurrió hablar de mi hija, y en lugar de llamarla por su nombre dije: “I miss my chinita”. Me pidieron que explique el apodo, y al responder “little chinese” tuve que agregar que es debido a sus ojos rasgados. Yoshino me canceló con la frase: “It is racist”. Brolin bajó la vista y su pareja me miró indignada. “Es una forma cariñosa, como decir negrito”. Brolin era negro. ¿Para qué? ¿Para qué? Les dije que tenía compost, que escuchaba por radio el super pase con Bercovich, Sietecase y compañía pero no quisieron escuchar. La cena no fue la misma ya. El cierre fue peor. Al despedirnos, quizás relajado por el sake me despedí a la argentina y no hubo peor idea que esa. Me acerqué para darle un beso en la mejilla, y Yoshino, horrorizada puso los brazos en cruz de forma enérgica mientras decía “dame” “dame” “dame” . Sonaba contradictorio, pero dame significa no way. Los suecos menearon la cabeza onda “no, otra vez”. Les expliqué que es algo común, que Bercovich y Sietecase se dan un beso al verse, pero otra vez nadie me escuchaba.
Al día siguiente, ya repuesto decidí ir a recorrer Shibuya-Ku. Zona cheta si las hay, marcas top, shopping, adolescentes con ropas extravagantes, otakus, y gente buscando ver y ser vista. Medio perdido por ahí estaba el museo de Arte Memorial de Ota, donde pude disfrutar de la exposición sobre pinturas de estilo ukiyo-e. Este consiste en grabados de temáticas sobre el mundo flotante del antiguo Japón, es decir, el universo bohemio de actores, músicos y prostitutas. Estos suelen aparecer con rostros y colores realmente dramáticos y vivaces. Ya ponete a buscarlas.
Al entrar al shopping Laforet conocí a Raúl, un argentino que vive hace 25 años en Tokio y tiene un negocio de artesanías en plata. Me comentó que le va bien, que arrancó “bien de abajo vendiendo en la calle sus creaciones” y que ahora tiene incluso empleados. Por lo bajo se lamentó que si bien él no tiene de qué quejarse “sé lo que es la mala”, Japón se viene para abajo.

Para finalizar la tarde, entré a una gigantesca tienda hipermoderna de Apple. Había una presentación comandada por una mujer y un hombre con uniforme de la manzanita. De fondo, una pantalla de 50000 pulgadas. Al principio no entendía un soto, pero luego interpreté que estaban promocionando un nuevo iphone para sacar fotos. Si bien había cerca de veinte cubos para sentarse, solo había cuatro personas las cuales irónicamente no miraban la presentación del iphone sino “su” iphone. Me dio cosita así que fui su único espectador. Me comentaron de las bondades para sacar fotos, la funciones que tenía, etc. Preguntaron si tenía uno. Solo atiné a mostrar mi viejo Samsung. Amables y determinantes me invitaron a que lo guardara rápidamente. Avergonzado, probé el último modelo (estaba cagado en las patas que se me cayera) sacando fotos a los presentadores. Ellos reían y se mostraban copados y entusiastas con mis fotos. Pero…pero nunca termino de saber si la “copadez” es sincera debido al asunto del “tatemae” y el “honne” . ¿Qué significan estos conceptos? Lo sabrás en la próxima aventura, estimadx amigx. Hasta la próxima.
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