La niñez y la escuela
Por Silvana Svoini
La campana, el cuaderno, el pizarrón, los bancos, el aula, la tiza, el recreo. Elementos que integran nuestras representaciones mentales de la escuela. Es difícil pensar la escuela sin ellos.
La forma escolar está enmarcada en tiempo y espacio por lugares, elementos, horarios y rituales que marcan con claridad sus límites: Cuándo, dónde y cómo comportarse en la institución escolar, con las ventajas y desavenencias propias de la vida institucional. La sensación de pertenencia, las reglas, las autoridades, lo social, los pares, las obligaciones, los derechos y las responsabilidades. Todo está bastante claro y funciona de esa forma.
Qué pasa cuando, pandemia mediante, y de forma intermitente, la forma escolar se desvanece para pretender ser instalada de la noche a la mañana en el ámbito de la propia casa.
Zoom, Meet, WhatsApp, Email, y cualquier plataforma educativa o campus virtual que querramos administrar, por supuesto que sirve, la educación a distancia existe desde mucho antes de la pandemia y se extenderá potenciada a partir de ella, pero no sustituye a la Escuela.
En la niñez, la escuela excede los procesos de enseñanza y de aprendizaje, con todos sus defectos y pese a las críticas, la forma escolar ha trascendido por siglos con tanto éxito que su gramática ha impregnado otros ámbitos de la vida: “tomarse un recreo” “te salvó la campana” “comentarios al margen (la noción de márgenes)” y esto se debe a su eficacia simbólica en la organización de la existencia.
Si nos situamos en el lugar de los más chiquitos, podremos entender que les cueste muchísimo ordenarse en la escolaridad sin la escuela, sin las pautas y ritos de demarcación de lo escolar. Toman la noche por el día, se dispersan, se desmotivan, pierden interés por las clases y se rehúsan a realizar las tareas. Todo eso y más les está pasando, sí. Es una situación extraordinaria y requiere de los adultos a cargo, tolerancia, paciencia, comprensión y empatía extraordinarias.
Exigir, controlar, retar, castigar, sólo incrementará la frustración y el enojo. Les estamos exigiendo que se conecten usando las mismas tecnologías que hasta 2019 les incitábamos a abandonar. “¡Dejá el celular!” Si es para jugar o “webear”, “¡prendé el celular!” Si es para estudiar, es difícil lidiar con el doble discurso que las circunstancias nos obligaron a dar.
Sostener la atención en las salas virtuales es más complicado que en la presencialidad, sobre todo con la labilidad de la infancia, niñez o adolescencia temprana. Despertar el interés y la motivación escolar en el seno del hogar, reconocido como el espacio de descanso, esparcimiento y relajación, es mucho más difícil de sortear. Los adultos mismos lidiamos con esas las problemáticas en el home office.
Aun no podemos saber las consecuencias psicológicas que a futuro experimentarán los niños en cuyo desarrollo interfirió la pandemia y sus restricciones sobre la sociabilización en escuelas, clubes, y otros ámbitos de intercambio social. Pero sí sabemos que mientras tanto muchos de ellos están presentando síntomas de depresión, ansiedad o agresividad mucho más de lo habitual para esas etapas de la vida. Entonces, además de cuidarlos del Covid19, tratemos de preservar su salud mental.
Como adultos, debemos extremar la tolerancia, la empatía, la capacidad de escucha, la inteligencia emocional y fundamentalmente fomentar una comunicación eficaz. Los contenidos, los saberes, estarán allí, disponibles, más tarde o más temprano para cuando puedan necesitarlos. Pero para asimilarlos, necesitan motivación y un buen estado de ánimo. Tratemos de comprender que, en este contexto, es probable que muchas veces todo eso les esté faltando.