¿Las enfermedades son aquello que no decimos?
La Instructora en Meditación y Astróloga Monika Correia Nobre explica qué relación tienen los síntomas con lo que callamos y brinda las herramientas mediante las que podemos fortalecer el espíritu para hacerle frente a las afecciones.
Cuando aparece una enfermedad la primera tendencia es el deseo de apurar su pronta desaparición. De alguna manera corremos una carrera contra reloj para deshacernos de ella y dejar de sentir los síntomas: tomamos lo que haga falta para hacer pasar el malestar y volver a disfrutar de un estado equilibrado de salud.
Sin embargo en la lógica de la enfermedad, cada síntoma corresponde a un tipo de información muy particular que la persona está expresando, simplemente no encontró otra forma de hacerlo. Esa información que sale y toma la forma de una enfermedad puede ser tanto un pensamiento, una emoción o una acción, hecha o recibida por el individuo en algún momento de su vida y que no logró terminar de procesarse o entenderse. Por eso, la expresión de la enfermedad es en principio una manifestación del inconsciente.
La mayoría de las técnicas de meditación existentes consisten en traer a la conciencia del individuo el hecho escondido atrás del síntoma. Increíblemente a medida que el significado oculto de la enfermedad se revela y la persona ve y acepta ese significado, deviene como resultado la curación.
Jung dice: “no se curarán de sus enfermedades, son las enfermedades las que los curarán” indicando claramente lo mismo que otros sabios: la enfermedad manifiesta algo oculto en la conciencia, algo que negamos incluso frente a nosotros mismos, la mayoría de las veces por lo doloroso que nos resulta observarlo.
Pero es gracias a su manifestación, que sale a la superficie y entonces puede ser visto y sanado.
Cada enfermedad tiene un momento de inicio, que ha pasado imperceptible para la conciencia de la persona. Ese momento existió y permitió el anclaje del síntoma cuando por alguna razón no pudimos entender algo que vivimos, algo que nos dijeron o que sentimos y no pudimos expresarlo ni reaccionar como hubiéramos querido. En ese instante está la raíz de la enfermedad.
Reconocer ese inicio, que está en el pasado y se expresa ahora en el presente, es la llave de la solución.
Pero para poder reconocer estos patrones que nos llevaron al síntoma y a la enfermedad es necesario hacernos por completo responsables de la situación.
Entender que somos nosotros mismos los que nos creamos las enfermedades es algo que en principio parece inaceptable, ¿cómo me voy a hacer eso yo mismo?
Sin embargo, son los conflictos en nuestros pensamientos, emociones y acciones las que producen todas las manifestaciones de enfermedad física y emocional.
Lo bueno es que somos nosotros también, los que tenemos el poder para mejorar nuestra salud simplemente estando dispuestos a buscar la solución en nuestro interior.
Desde la óptica de la meditación una enfermedad, ya sea leve o persistente, encierra en sí misma una lógica que tiene relación con información vivenciada en proceso de aprendizaje que quedo estancado o en conflicto. Información que de alguna manera es resistente a ser aprendida desde el punto de conciencia de la persona en el momento en que fue vivida.
Al observar esos eventos y traerlos al “ahora” los hacemos conscientes. Ese primer paso nos coloca en otro lugar: el de comenzar un camino curativo.
Otra conocida frase de Jung dice “lo que no se hace conciencia, se hace destino” por eso: ver el hecho, la emoción, el pensamiento atrás de la enfermedad es el principio de la curación. Y si esto ocurre dentro del espacio interno, dentro de la meditación, de una manera clara y sin espejismos la enfermedad desaparece por que desaparece el motivo que hacía posible su existencia.
La meditación tiene la reconocida capacidad de otorgar a sus practicantes mejor salud o mayor resistencia a las enfermedades. Eso se debe principalmente a que la práctica de la meditación trae una cualidad clarificadora de la conciencia.
La meditación mejora la autopercepción y así permite que esos procesos de aprendizaje se realicen con mayor celeridad. Además es calmante, analgésico, relajante, antidepresivo y te permite regular la presión arterial. Incluso la práctica de la meditación impacta en la estructura genética, en el ADN, restaurando y sanando.
Es una herramienta con variadas técnicas que permiten que una persona se observe a sí misma, aumentando la autoconciencia, y la habilita para que plenamente se sumerja en su interior y se conecte con el Todo. Esta es una experiencia que facilita una conexión ilimitada y que da estados de plenitud, bonanza, mejora la creatividad y el optimismo.
Por su fuerza de choque, algunas enfermedades impulsan conscientemente a la persona hacia nuevos espacios y la desafían a mutar o transformarse. Es ahí cuando la enfermedad se une al proceso espiritual abriendo paso a lo trascendente.
La persona descubre el Ser eterno que la habita y enfoca desde una nueva perspectiva el tema de la solución a esa enfermedad. Entonces comienza un profundo despertar interior. Ese despertar de la conciencia invita a una exploración interna que da sentido a la existencia misma y además de permitir recuperar la salud y el bienestar nos permite recuperar partes de nosotros mismos olvidadas o rezagadas y nos devuelve la vitalidad y el sentido por la vida.
Estas son algunas preguntas que pueden ayudarte a dilucidar la raíz de la enfermedad y eliminar el conflicto que la ha creado:
* ¿Que estaba haciendo antes de la aparición del síntoma?
* ¿Cuál era mi estado general en ese momento?
* ¿Qué áreas internas manifestaban un conflicto mayor?
Las ideas que tenía a esa edad o en ese momento con respecto a la situación vivida.
Las emociones que se disparaban por lo que estaba experimentando.
Los actos (realizados o no) que derivaron de esa experiencia.
* ¿En qué me ha beneficiado transitar esa dolencia?
* ¿Cómo crear armonía en mi vida y mi salud? ¿Qué cambios debo hacer?
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