Pensar la muerte en tiempos efímeros: la mirada filosófica tras la muerte del Papa
El filósofo y docente Federico Mana analizó el impacto simbólico del fallecimiento del Papa Francisco. La muerte, sostuvo, activó mecanismos que trascendieron lo individual y reafirmaron la continuidad institucional de la Iglesia.
"La muerte es uno de los grandes disparadores del pensamiento. Y cuando quien muere es el Papa, no se trata solo de una persona, sino de un símbolo que encarna siglos de tradición, poder e identidad", así lo interpreta el filósofo y docente Federico Mana, especialista en temas de bioética, al reflexionar sobre el reciente fallecimiento del Papa Francisco.
En diálogo con Radio Mitre Mar del Plata (FM 103.7), Mana propuso una lectura filosófica del impacto que genera la muerte de una figura como el Sumo Pontífice. "No es una muerte común", advierte. Y no solo porque se trata de un argentino, lo que moviliza especialmente al país, sino porque el deceso de un líder espiritual y político de semejante magnitud activa mecanismos institucionales y culturales que van más allá del duelo.
"La Iglesia Católica, como institución, recupera en muchos aspectos la lógica simbólica de los funerales de los emperadores romanos", explica. Y aunque vivimos en una época marcada por la fugacidad, la aceleración y el individualismo, los rituales papales -como el velorio público, la ceremonia fúnebre y el posterior cónclave para elegir al sucesor- logran conectar a millones de personas con un pasado común, con una continuidad que se remonta a siglos.
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"¿Por qué existe el protocolo?", se preguntó, a lo que señaló: "Porque muestra que la institución continúa, que más allá de la muerte de una persona, hay algo que sigue. Se muere la persona, pero no el rol".
La tradición, para el filósofo, no es un obstáculo al cambio, sino un puente entre generaciones. “Una institución preserva valores, constituye y legitima una cultura. Y eso vale tanto para la Iglesia como para un club de fútbol o una república con sus símbolos patrios”, comparó.

En un mundo que cada vez legitima más el presente efímero, estas instituciones funcionan como anclas simbólicas. “Es una forma de generar pertenencia. Las instituciones legitiman una forma de ser y, en definitiva, un estado de la realidad”.
Al hablar del poder de la Iglesia, el docente no eludió la palabra. "Hay que perderle el miedo a la palabra 'poder'. Es, etimológicamente, posibilidad de cambio. La Iglesia tiene poder porque tiene una estructura vertical que le permite continuar su misión y generar consensos sobre lo que es verdadero, sobre lo que tiene valor".
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Y en el fondo, todo esto vuelve a una cuestión esencial: la muerte como motor filosófico. "La muerte nos obliga a pensar, a asumir que tenemos un tiempo finito. Y ahí emerge nuestra libertad", dijo Mana. "En una cultura que muchas veces niega la muerte -no porque diga que no existe, sino porque no la piensa-, los rituales nos ayudan a entender que algo se termina, pero que también algo permanece. Y eso es, quizás, lo más poderoso que tiene la tradición".
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