¡Innovar está en tus genes!
No podemos en una primera conversación, no hacer esta referencia a la definición y el sentido de la innovación. En un momento en que el término “innovación” está tan de moda y resuena por todos lados, necesitamos repensarlo y a veces reencuadrarlo, para que cobre más sentido en nuestras vidas y para que no desoigamos su mandato.
Innovar, si utilizamos la definición del Manual de OSLO, puede definirse como “la introducción de un producto (bien o servicio) o de un proceso, nuevo o significativamente mejorado, o la introducción de un método de comercialización o de organización nuevo aplicado a las prácticas de negocio, a la organización del trabajo o a las relaciones externas.”
De aquí podemos rescatar lo siguiente: que existen distintos tipos de innovación (de producto, de proceso, de organización, de comercialización) y que la innovación es un proceso en si misma que lleva como resultado un impacto real en el sistema donde se implanta. Algo inseparable del concepto de innovación es el de aplicación real, concreta y su característica de “novedad” para el contexto en el que se aplica. Quiere decir, que aquello que resulta del proceso de innovación, debe ser novedoso y además debe ser adoptado por el medio. ¿Por qué hacemos foco en estas dos características?
Primero para señalar que un producto o proceso que se diseña o que se inventa, hasta tanto no fue introducido en un mercado o contexto real y fue adoptado por el mismo aportando entonces el beneficio de su aplicación, no deja de ser un invento, no se considera una innovación.
Segundo, que no es exclusivamente la disrupción la característica de las innovaciones. Puede tratarse de una innovación incremental, algo que no rompe las reglas de juego vigentes en el contexto de aplicación o en el mercado global (como el caso del formato mp3 en la música), pero que sí resulta novedoso y aporta un beneficio medible en el contexto de su aplicación (una mejora organizativa que se implementa en una empresa y mejora la productividad, por ejemplo).
Ahora, más allá de estas primeras definiciones y conceptos sobre la innovación, nos interesa centrarnos en nosotros como personas y nuestro vínculo vital con la innovación, para luego avanzar con un nuevo marco de referencia, en profundizar la innovación en contextos más específicos (una empresa como sistema productivo).
Podemos para ello, tomar otra definición de innovación que nos acerque más a nuestro objetivo, una definición que proviene de la cultura oriental, la de Nonaka y Takeuchi (1995):
"La esencia de la innovación es recrear el mundo de acuerdo a un particular ideal o visión."
En este sentido más amplio, Carlos Vignolo señala que “La innovación es condición sistémica para la conservación de la vida” (Vignolo, 2003). Y tomamos esta última afirmación como disparador para nuestra primer conversación.
Como antes mencionamos, este proceso de la innovación, le permite a un sistema adaptarse a un entorno cambiante, es la única forma de sobrevivir. Nuestro organismo a través del tiempo, se fue adaptando al medio, sin alterar lo que constituye su esencia, para garantizar nuestra vida. De la misma forma, debe hacerlo todo sistema abierto (sea biológico, social, político, productivo, etc).
Siguiendo con Vignolo, cuando hablamos de personas “la innovación es equivalente a lo que connotamos por aprendizaje, en su acepción más amplia, esto es, el conjunto de transformaciones que le ocurren al sistema biológico de la persona en respuesta a los cambios del entorno en que se mueve y con el cual debe mantener la congruencia.
Innovación, aprendizaje y vida son, así planteados, fenómenos muy inseparables.”
Desde esta mirada, es que traemos este mensaje positivo y motivador: Todo ser humano tiene la capacidad disponible para innovar.
¡Está en tus genes!
Esp. Ing. Pablo D. Miozzi
Director Cátedra Abierta “Innova y Emprende”
Facultad de Ingeniería – Universidad FASTA
Aclaración: los conceptos vertidos de quienes opinan son absoluta responsabilidad del firmante.