El tránsito es un caos
Frases como “el tránsito es un caos” o “la gente maneja muy mal” reflejan experiencias habituales para la mayoría de las personas. Suelen decirse en conversaciones informales y cotidianas, casi tan frecuentes como las conversaciones sobre el clima. Pero, a diferencia del clima, al que aceptamos como una fatalidad, todos tenemos explicaciones y soluciones para el desastre vial. Hay dos de ellas que me gustaría analizar en esta columna. La primera, sostiene que detrás del problema del tránsito se esconde la falta de educación. Para la segunda, el problema es el poco espacio disponible para la circulación de los autos. En consecuencia, las soluciones son educar más, en el primer caso, y ampliar el espacio para los vehículos, en el segundo. Analicemos ambas con un poco de detalle.
En primer lugar, es necesario señalar que no es correcto afirmar que las personas desconocen las normas viales. La mayoría de ellas conoce los aspectos normativos más relevantes que regulan el comportamiento seguro en el tránsito. Sin embargo, es posible que no recuerden aspectos específicos, como el significado de señales viales poco frecuentes, o la distinción entre los niveles de alcoholemia permitidos para profesionales y particulares (generalmente entre los no profesionales). Tampoco es verdad que la educación conduce directamente al cambio de comportamiento. Numerosas investigaciones indican que la educación mejora (no siempre) el nivel de conocimiento y puede tener efectos positivos sobre las actitudes, pero que no se vincula directamente con la modificación de conductas. Dicho de otro modo, la educación podría tener efectos sobre el comportamiento, pero mediados por los cambios en actitudes y conocimientos. Por otra parte, es importante señalar que, en muchas ocasiones, aun cuando conocen las normas, los individuos hacen caso omiso de ellas. Por ejemplo, en un estudio que realizamos con jóvenes de entre 15 y 25 años, la gran mayoría de ellos conocía los efectos peligrosos de consumir alcohol antes de conducir, y que está prohibido superado cierto límite. Sin embargo, una parte importante de ellos igualmente conducía después de beber. A partir de esta información podemos plantearnos algunas preguntas: ¿La educación vial debe enfocarse en transmitir conocimientos sobre situaciones potenciales, aún sobre aquellas que posiblemente no ocurran nunca? o ¿debería direccionarse hacia las necesidades y desafíos que enfrentan grupos específicos de usuarios?, ¿no deberíamos trabajar con más énfasis sobre aspectos que favorecen el comportamiento seguro, como las actitudes, la influencia de pares, o el clima familiar, antes que poner el énfasis en las reglas a cumplir?. Obviamente, podríamos formular otras preguntas, pero siempre guiadas por la concepción de que no se trata de más educación, sino de tener objetivos claros para ella.
De acuerdo con la segunda explicación que mencionamos, el problema del tránsito es que hay poco espacio para los autos. En consecuencia, la solución propuesta es aumentarlo. No obstante, esta idea también es incorrecta. Agregar espacio para los autos tiene efectos positivos por un corto plazo, luego del cual las vías colapsan nuevamente. Un ejemplo de este tipo de medidas, que no requiere de inversiones en infraestructura, es rotar el uso de automóviles. Se permite o se prohíbe, de forma alternativa (y diaria), el uso de vehículos según si sus patentes terminan en número par o impar. Sin embargo, al poco tiempo de implementadas, estas acciones dejan de tener efecto. Una de las razones es que las personas con poder adquisitivo tienden a comprar un segundo auto cuya patente les permita evitar la prohibición. El resultado es el aumento del parque automotor. En una época en que tenemos conciencia del impacto negativo que los autos tienen sobre el ambiente y sobre la salud, las alternativas deberían direccionarse a favorecer el uso de formas de movilidad más seguras, equitativas y sostenibles.