La rabia es mala consejera
Vamos a pasar de las presentaciones formales. Imaginaré que tengo delante a personas que al margen de sus particularidades comparten algo en común: las ganas de descubrir algo nuevo, de aprender, de informarse, de probar. Ustedes pueden imaginar que quien les habla es un tipo normal y corriente, argentino, residente en el extranjero, concretamente en Barcelona. Y a partir de ahí vamos viendo, como solemos decir los australes de América. Ustedes ya decidirán si me quieren seguir leyendo o terminan por hacer una cruz sobre mi nombre.
Advierto que es probable que pueda ofenderles, sobre todo si se autodenominan patriotas, porque yo rechazo los fanatismos, creo que son la cuna de los excesos, de la impulsividad, de la violencia que surge tras ver caer a tus ídolos y del cansancio cuando toca discriminar lo importante. Les aviso que voy prevenido de prejuicios del tipo “tu visión de la Argentina es distante, pibe” (porque me gusta llamarme “pibe” aunque roce los 40).
Imagino que van a pensar que por mucho que lea sobre la situación argentina, por mucho que me cuenten, es poco probable que llegue a entender la rabia del asalariado obligado a compartir el fruto de sus esfuerzos con gente que nunca ha dado un palo al agua, o el pánico que muchos tienen de que Argentina acabe siendo otra Venezuela, o a quienes temen las políticas pro-capitalistas de recortes y aumento de impuestos. Lo entiendo, créanme, no vivo en una burbuja, pero les voy a dar crédito en una cosa: veo a la Argentina desde cierta distancia y quizás sea mejor así. No mejor porque tenga las cosas más claras que nadie, sino porque puedo darles otra perspectiva, una libre de los ganchos de izquierda y derecha, descontaminada de furia (no cuenten la furia que viene de serie en cualquier argentino que se precie), una visión fear free (sin miedo), como dirían los anglos, o al menos con un miedo prudente que pueda ser utilizado para bien. ¿Vamos allá?
Estaba leyendo unas declaraciones recientes del ex presidente uruguayo, Pepe Mujica, y con sus inteligentes palabras (el calificativo corre al gusto de este consumidor al que no le hace falta casarse con nadie para reconocer la belleza), nos enviaba un mensaje a todos los argentinos, un mensaje de unidad en pos de construir un futuro sostenible, un aviso claro de la relevancia que tenemos los indios dentro de la aldea y del riesgo de sobrevalorar al cacique que, después de todo, es solo un hombre con fecha de caducidad. Así que… ¿qué les parece si por un momento nos imaginamos que ese amigo… perdón, ex amigo… que votó tan mal en estas y aquellas elecciones presidenciales, tenía una razón? Nunca va a ser una razón suficiente para nosotros, eso está claro, pero el tipo tenía un motivo suyo, particular, y seguramente importante en algún aspecto que nosotros desdeñamos. ¿Podría pasar, no? Ahora mismo habrá algún cerebrito intentando descubrir cuál es mi postura política en lugar de escucharme. Te lo ahorro. Un amigo mexicano me dijo que la política se resume en dos aspectos básicos: ¿con qué mano quieres que te pegue, con la diestra o la zurda? Las decisiones de Estado están bastante por encima de las lealtades políticas o patrióticas, y tienen más que ver con el ejercicio del comercio. Quien no cayó en eso lleva invernando desde que nació. Por tanto… ¿qué sentido tendría posicionarme en cualquier postura política? Argentina es ahora mismo un ejemplo perfecto de esas enseñanzas que el Maestro Sun nos dejó en su Arte de la Guerra: “Para gobernar el mundo, es del todo necesario adaptarse a la naturaleza humana. Los castigos y las recompensas pueden ser empleados gracias a que la naturaleza humana se compone de preferencias y aversiones. Una vez que los castigos y las recompensas pueden ser empleados, las prohibiciones se respetan y las órdenes se ejecutan”. ¿Aún creemos, realmente, que existe una lucha macrocósmica por el bien y el mal en Argentina? ¿Creemos también en los Reyes Magos o el Ratón Pérez? Porque esto es lo mismo. Tal como yo lo veo, las peores decisiones no las tomamos con la cabeza sino con las emociones. Y no hay mejor manera de apartar a un ser humano de la racionalidad que sobrecargándolo de información hasta el punto en que pensar le resulte un esfuerzo y empiece a dejarse llevar por sus sentimientos, por sus intuiciones, por su espíritu religioso. ¡Así se crean los dioses, amigos míos! Así surgen San Macri y Santa Cristina, como tantos otros ángeles y demonios en los que nos gusta dividir problemáticas que son mucho más complejas que eso, que no pueden ni deben polarizarse si se quieren resolver.
No polarizar. Os pido casi un imposible, lo sé, pero en algún punto nos toca abandonar la adolescencia (la era del drama, el fanatismo, la impulsividad), y empezar a crecer. Ser adulto es… ¿cómo decirlo con finura? ¡Una cagada! Lo sé, pero de eso depende que podamos superar el país que ahora mismo nos merecemos (porque hay que hacerse cargo de los propios errores) y alcanzar el país que podríamos tener. No vayamos a creer que aquí todo se resume en votar bien o mal. Ya podemos gritar desde cualquier lado de la cancha que acá el partido sigue sus propias reglas; reglas que poco o nada tienen que ver con las copas sino más bien con llenar la taquilla. ¿Qué importa quién está en el poder? ¡Hay que moverse y exigir! Hay que sacudirse la pereza, la desazón, y empezar a denunciar aunque creamos que las denuncias no van a parar a ninguna parte. Y la denuncia parte de un pequeño acto como puede ser el exigir el centavo que nos falta cuando compramos algo por $7499, 99 y no nos devuelven el centavo porque en Argentina esa moneda no existe. ¡Entonces me tasas el precio a la baja, macho! No es mi problema que tus métodos de marketing se basen en modelos de países donde el centavo sí que existe. ¡Esto es Argentina! No es España ni USA.
Hay que denunciar y estar dispuesto a irse con las manos vacías si es necesario. Esa es la lucha inteligente. Hay que aprender a perder para ganar. Hay que estar dispuesto a quedarse sin agua ni luz si la protesta al final tiene que ir por el lado de negarse a pagar impuestos que, más que mal distribuidos, van a parar directamente a las arcas de los recaudadores y nunca los vemos caer, por ejemplo, en los hospitales, colegios y universidades públicas (por cierto, sáquense de la cabeza esa idea absurda de que los médicos y educadores argentinos son los mejores del mundo, porque van hacer el ridículo cuando salgan de la caverna de Platón). Hay que alejarse del discurso emocional, patriótico, del vídeo de youtuber dramático que pide que saquemos las armas y le peguemos un tiro al que nos mire mal (lo escuché ayer mismo). ¡Por favor! Parecemos nenes chicos. ¿Podemos dejar de hacer el imbécil un momento y empezar a reflexionar? ¿Podemos buscar soluciones en lugar de chapotear una y otra vez, infructíferamente, en los conflictos? Ya no somos criaturas. No podemos darnos el lujo de hacer pataletas, de jugar a los vaqueros, de decir tonterías como si esas palabras no influyeran en nuestro alrededor. Maduremos. Hay que empezar a hacer patria desde la cultura, desde el esfuerzo, desde la crítica, sí, pero no la crítica vacía que hacemos en el café o en la mesa del domingo -porque los argentinos somos todos desde economistas hasta chefs con estrella Michelin- sino desde la autocrítica. Hay que dejar de lado los extremos, analizar los puntos fuertes y débiles de todos los gobiernos que hemos tenido. Nos guste o no tenemos que entender al otro, incluso para pelearnos con él. Si alguno piensa que la solución en Argentina es matar a esa otra mitad que piensa diferente a uno, ese alguien es un ignorante. Eso no va a pasar. Nos guste o no hay que sentarse a la mesa con la Argentina de todos los colores y estratos sociales. Yo no sé si alguno tiene más o menos derecho a existir, pero sé que existe y que nos toca conciliar opuestos. Te dijeron que no, pero se puede. Te dijeron que es tu enemigo hasta que se hizo realidad. Te obsequiaron preferencias y aversiones para poder manipularte. Como dijo Schopenhauer: “un hombre puede hacer lo que quiere, pero no elegir lo que quiere”. Bien… pues es hora de darle vuelta a la tortilla. Nos vemos pronto.
1.- Traducción del catedrático Albert Galvany, del "Arte de la Guerra", Editorial Trotta.
Aclaración: los conceptos vertidos de quienes opinan son absoluta responsabilidad del firmante.