Huir de Argentina
“¿Confesaré que, movido por la más sincera de las pasiones argentinas, el esnobismo, yo estaba enamorado de ella y que su muerte me afectó hasta las lágrimas?” El Zahir, Jorge Luis Borges (1947)
Tiempos oscuros se ciernen sobre todos nosotros, y no me refiero a los argentinos sino a la humanidad. “Pero… ¿peor sobre los argentinos, verdad Gabriel?”. No. No especialmente. Pandemias, catástrofes naturales debido al cambio climático, esa tendencia a la reaparición del fascismo (¿alguna vez desapareció?), manipulación de la información a escala global y con medios más efectivos… ¡No, gente! No solo nos pasa a nosotros. No solo le sucede a Argentina.
Si les digo esto no es por provocarles sino por una cuestión práctica, un motivo relacionado con lo que muchos de ustedes sueñan en estos tiempos en que la crisis financiera nos aplasta la cabeza. Hablo de emigrar. Qué lindo sería vivir en un país donde uno camine por la calle tranquilo, donde no haya que echar el bolso hacia adelante ni revisar cada treinta segundos si te lo rajaron con un bisturí, donde no haga falta encender videocámaras de seguridad cada vez que se sale de casa, donde la gente tenga tan buen criterio político como uno, donde no te engañen, donde sobre el trabajo, donde los sueldos te permitan comprar ese celular que viene con una birome táctil y que tiene un resolución Ultra HD 4k Mega Power Retina Destroyer -aunque al final lo acabes usando para mandar cacas con ojos por Whatsapp-.
Pero hablo en serio... Les cuento que cuando llegué a España, hace casi dos décadas, la primera vez que vi un choque entre dos autos me sorprendió que al bajarse los conductores intercambiaran, en lugar de trompadas e insultos, los papeles del seguro. ¡Qué maravilla! En cinco minutos cada uno se estaba yendo para su casa, o para el bar... ¡¿Qué se yo?!… La verdad es que no los seguí; pero lo que quiero decir es que entiendo esa necesidad de vivir en un país donde todo esté medianamente limpio, donde la sanidad sea gratuita y eficiente, donde haya posibilidades de progresar… ¡Qué loco!
Progresar es una palabra que desde chico escuché mucho en Argentina. Se ve que a los australes nos gusta el concepto de progreso. Es una idea muy americana la del inconformismo, y está muy bien, hay que evolucionar, pero también hay que prestar atención a qué entendemos por progreso, a cuáles son nuestros modelos de éxito. Ahí es donde la historia puede volverse peligrosa y dejar un reguero de excluidos sociales por el camino. Hablaremos de eso otro día.
Voy a dejarles algo bien claro desde el principio: yo no estoy escribiendo para ser amigo de ninguno de ustedes. Mucho menos para ser un enemigo. Todo cuanto escribo -y esto deben saberlo- es con fines constructivos. De nada sirve que les dore la píldora, ni que me dé a la tarea infructuosa de explicarles las maravillas de Argentina y de los argentinos, que sin duda las hay aunque no vengan al caso que nos ocupa. Queremos aprender, ¿verdad? Y para eso hay que escuchar, tenemos que ponernos de cara a nuestros defectos para poder corregirlos. Con este objetivo voy a guardar los violines para cantarles a capela. Sé de sobra que la situación en Argentina es desesperante en muchos sentidos, como también les digo que Argentina no es el país económicamente más destrozado, ni el único que sufre (aunque sí es el país que tiene, en base a un estudio internacional de 2019, los ciudadanos más infelices). Sé que hay hambre en muchos sectores. Sé que el gobierno actual -y los anteriores- no están a la altura de las circunstancias ni las necesidades de un pueblo que quiere crecer, que realmente desea ser mejor.
¿Escapar del país es la solución? Puede que sí, o puede que no. Eso depende de las necesidades de cada uno, de sus circunstancias y su personalidad. Esto al margen de que no todo el mundo se puede permitir marchar aunque lo quiera. Lo que sí tienen que saber es que ser un inmigrante feliz conlleva los mismos esfuerzos personales de cambio -o incluso más- que los necesarios para transformar a la Argentina. Lo aclaro especialmente para los que ingenuamente piensan que el problema del país es su “especial” clase política.
Déjenme decirles que esa idea absurda viene de la falta de información, de lectura, de autocrítica, y de experiencia en otros lugares del mundo. La clase política es prácticamente igual en todas partes. Existen abrumadoras tramas de corrupción tanto en Europa como en América. “Sí Gabriel, pero lo que vos no entendés es que al menos en Europa los políticos dejan algo para el pueblo”. Si ustedes quieren darse al onanismo con esa idea en mente, adelante. Pero no la van a convertir en realidad por mucho que fantaseen con ella. El problema fundamental de la política Argentina es el temperamento del argentino, les guste a ustedes oírlo o no.
Ya me cansé de escuchar ciertos tangos y de sonreír cuando algunos me hablan como si yo no fuese argentino por haber emigrado, como si no los conociera, como si no me conociera a mí mismo. El argentino, por lo general, toma todo cuanto puede incluso cuando no lo necesita. El argentino practica el esnobismo por cultura (y no lo digo yo sino que ya lo sugería Borges en su Aleph y lo graficaba Cortázar en su novela Los premios), y ese esnobismo se traduce en una actitud pedante y altanera que tenemos asimilada dentro de nuestra normalidad. Vivimos exigiéndole al mundo y a los dioses, pensando más en lo que otros pueden hacer por nosotros en lugar de pensar en lo que nosotros podemos hacer por los demás, por el conjunto de la sociedad. Somos especialmente individualistas -o peligrosamente diría yo-.
Como nenes chicos damos pataletas cuando las cosas no nos salen bien, nos victimizamos, y miramos el éxito del otro con cierta envidia, menospreciando los esfuerzos que ese otro (que puede ser una persona o un país) hizo para conseguir esos beneficios. Y al mirar con envidia en lugar de con admiración nos negamos la pregunta fundamental que podría ayudarnos a conseguir eso que anhelamos: ¿cómo hizo ese otro para llegar a esa posición? La respuesta no es “gracias a la buena suerte”. Los dioses NO están meando sobre la Argentina. Los argentinos venimos meando sobre nosotros mismos durante generaciones.
¿Un ejemplo? Tengo este familiar muy querido, docente de profesión, que hace más de cuarenta años se le ocurrió sugerir a la dirección de su escuela que se pusiese a los alumnos a limpiar las instalaciones del centro como manera de inculcar valores de esfuerzo. ¡Poco tardaron todos en echársele encima! “¡¿Cómo se te ocurre semejante barbaridad?! ¡Esa idea atenta contra la integridad de los chicos!”. Les cuento que en Barcelona esa es una práctica común (hasta donde puedo dar fe, al menos en la generación de mi hija). Japón también lo hace, y estoy seguro de que en muchos otros lugares rige ese hábito. Díganme… ¿No cabe la posibilidad de que llevemos tiempo haciendo las cosas mal?
Verán… Para escribir este artículo compilé las dudas, esperanzas y prejuicios sobre el tema de la emigración que me fueron trasmitiendo varios argentinos residentes en Argentina. Del mismo modo escuché también a argentinos que viven en diferentes partes de Europa (destaco, España, Suiza, Alemania, Suecia, Francia e Italia) y de ahí hice un modesto popurrí de sus experiencias y de las curiosidades que se fueron encontrando en su camino como inmigrantes. Todo esto con el objetivo de realizar una crítica que si bien nunca hablará de todos, al menos reflejará a una buena mayoría y nos hablará de las actitudes que en general definen a la sociedad argentina. ¿Les gustaría leer algunas respuestas?
¿Por qué te querés ir del país? “Argentina es un país de mi€rd@, lleno de ladrones, corruptos, de K’s asquerosos”. “No lo aguanto más; me cortaría las venas pero no tengo ni para comprar Gillettes”. “Me iría a la re contra mi€rd@ de acá”. “Quiero seguridad, quiero tranquilidad, quiero dignidad y un país donde me den garantías y no se aprovechen de mi esfuerzo”. “¡Son todos unos descerebrados! La gente piensa en ella misma y le importa tres carajos los demás, por eso a mí ya me ©hÜÞ@n un huevo todos”. “¡No hay democracia! Vamos camino a una Venezuela”. “Cheto de mi€rd@ te fuiste, ya no podés opinar, ¿o me vas a ayudar a rajar de acá?”. “El gato nos dejó hasta el cuello de deudas; no hay futuro”.
Estos son algunos ejemplos de respuestas. Algunas faltas de ortografía, puntos y comas, fueron revisadas y modificadas para hacerlas legibles. También he auto-censurado algunas palabras porque aunque la mitad de los argentinos queramos matar a la otra mitad, aunque no sepamos atender a un problema sin difamar a la madre de alguno, aún nos asusta leer improperios en el diario, nos da pánico ver nuestro reflejo en el espejo o una teta en la playa. Es la doble moral que nos caracteriza.
Díganme… ¿Ustedes que ven en esas respuestas? No hace falta que contesten. Ya lo hicieron. Me dijeron que ven en esas palabras el cansancio de un pueblo harto de que le roben y lo apaleen. Y es verdad, aunque también lo es que, al margen de las guarangadas, hay una palabra que invisible se pasea en todos los mensajes: “YO”. “Yo quiero”, pero nunca acompañado de un “yo haría” o “yo daría”. Hay además una impresión de que la culpa de la situación del país nunca es de uno mismo sino del otro, del militante o seguidor de tal o pascual. El caso es que en ambos bandos me encuentro lo mismo, y poca lectura de la prensa nacional e internacional (los titulares no cuentan) encuentro para justificar esas opiniones. Cuidado con eso de ir por la vida desinformados y de encerrarnos en la burbuja que ratifica lo que queremos oír. ¡Ojo con los sesgos de confirmación! Porque es muy probable que esos a quienes consideramos santos no lleguen ni a beatos.
Por otro lado me encontré con varias respuestas que me dejaron la sensación de que los argentinos hablamos como si el problema del país fuese el propio país, entiéndanme, como si el trozo de tierra que delimita Argentina tuviese vida propia. Y no es así. El país lo hace la gente. Los gobernantes nacen del pueblo, de sus acciones diarias, de su pensamiento, de la historia que ha ido amasando su idiosincrasia a través de las generaciones. Por ese motivo uno puede “escapar” de Argentina pero no escapar de ser argentino. Si al emigrar pretendemos llevar con nosotros esa manera tan particular de ver el mundo, de entender la sociedad, de encarar el día a día, fracasaremos en el intento. Al emigrar debemos dejar entrar las costumbres del país que nos acoge en lugar de pretender que sea al revés. ¿Qué tal si, para acabar, lo ejemplifico con un caso real y seguimos con el tema en el próximo artículo?
Estaba esta buena señora argentina que se quejaba de uno de los requisitos para la tramitación de la ciudadanía Suiza. ¿Saben cuál era el requerimiento? Hablar uno de los tres idiomas oficiales del país. ¡¿Cómo se les ocurre semejante disparate a los suizos?! ¡¿Estamos todos locos o qué?! ¿No sería más fácil que el gobierno suizo añadiese el español a sus lenguas oficiales? (Por supuesto me refiero al dialecto argentino del español, que después no sabe uno qué le ofrece el camarero cuando dice “tortilla de patata” en lugar de “tortilla de papa” -un saludo a mi amigo Facu-).
El tema no acaba acá. Seguramente alguno se habrá quedado con ganas de escuchar sobre las maravillas de Europa y anécdotas acerca de la vida en este continente. Sé que más de un afortunado habrá venido de vacaciones pero tendrá, seguramente, la misma visión sesgada de quienes visitan Argentina y me cuentan que no notaron en nada la inseguridad. Como imaginarán no es lo mismo vivir en un sitio que recorrerlo por unas semanas. En mi próximo artículo les convidaré con una visión honesta -como siempre- que les ayude a ver lo bueno de Europa y a entender que lo malo no es exclusiva propiedad argentina.
PD: si alguno se ofendió (que nunca fue mi intención) puede dejarme sus insultos en Twitter: @BaragliaGabriel, o en mi espacio de Facebook: https://cutt.ly/cfRLtUB. Los usaré de ejemplo para posteriores artículos.