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    Redes sociales que nos (des)conectan en pandemia

    24 de enero de 2021 - 15:05
    Redes sociales que nos (des)conectan en pandemia
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    Hace ya prácticamente un año nos enfrentamos a un contexto de enfermedad de dimensiones globales que forzó a la humanidad a ir resignificando fuertemente nuestra relación con el contacto físico. Para los argentinos, quienes hacemos de esto un componente muy fuerte en la manera en la que armamos lazos interpersonales en el día a día, este cambio representó un gran desafío en múltiples niveles: en lo individual, en lo colectivo, en lo cotidiano y en lo institucional. Casi todos nosotros ya lo hemos notado hasta en lo más mínimo: Cuando saludamos, intercambiamos besos, abrazos y apretones de mano; cuando nos hermanamos en el ritual de compartir un mate con familiares, amigos o colegas, el disfrute de la infusión es también el disfrute de la confianza que viene del beber del mismo lugar que lo hace nuestra compañía. Y así podríamos seguir enumerando cientos de situaciones rutinarias donde la cercanía de los cuerpos es usada para reforzar un sentido de comunión entre los que habitamos este país. Cientos de situaciones rutinarias que fuimos forzados a percibir como posibles instancias de riesgo para la salud desde que el COVID-19 entró a nuestra realidad.

    En tan sólo un año pasamos del disfrute de la cercanía que nos ofrecía nuestra normalidad, al periodo de aislamiento social preventivo obligatorio, para luego llegar a la actual instancia de distanciamiento social preventivo a la que todavía nos estamos acostumbrando. El virus que detonó está pandemia generó un quiebre entre los cuerpos tan fuerte que hasta tuvimos un momento en que vimos como un gran número de Estados alrededor del mundo urgían a sus poblaciones a reemplazar los encuentros sexuales presenciales por el consumo de pornografía en la internet o bien mediante la práctica del sexting. En este escenario distópico las redes sociales cobraron una especial relevancia a la hora de ayudarnos a compensar mediante lo virtual aquello que se veía impedido en el plano de lo físico: ellas se volvieron algunas de nuestras principales herramientas para relacionarnos con nosotros mismos y con los otros en un contexto de caos, así como también nos fueron permitiendo crear y sostener lazos de comunidad en un mundo que se mostraba tan frágil y fragmentado.

    Instagram, Whatsapp, Facebook, Twitter y TikTok son las redes sociales que los argentinos frecuentemente privilegiamos para poder mantener nuestras vidas sociales detrás de una pantalla en esta pandemia. A ellas les hemos asignado el estatus de “refugio”. Para la mayoría de nosotros, nuestras redes sociales operan como santuarios en medio de la locura de una humanidad debilitada de la noche a la mañana: en las plataformas que usamos se nos ofrece crear o participar de grupos donde entramos en contacto con gente con intereses afines. ¿Cómo resistirse en este contexto a socializar con aquellos que se interesan por lo que nosotros nos interesamos? ¿Por qué resistirse? Y así nos encontramos siendo parte de grupos donde ejercemos una militancia política virtual, o grupos donde cometamos sobre nuestros gustos artísticos con otros fanáticos de las películas, libros, música y series que nos apasionan… y poco a poco, casi sin darnos cuenta, hemos venido forjando y reafirmando nuestro sentido de pertenencia a diferentes colectivos sociales casi a diario.

    ¿Qué problema puede haber con esto? El problema nunca es participar de los colectivos que sentimos que nos representan. El problema está en no reconocer que otros grupos sociales también tienen algo válido para decir. Pensemos en lo siguiente: ¿Con qué frecuencia participamos de grupos en redes sociales en los que sus participantes no compartan los mismos gustos que nosotros? Cuando lo hacemos (si es que sucede), ¿cómo suelen ser nuestras intervenciones? Nuestro uso de redes sociales con frecuencia nos presenta el siguiente problema: solemos participar solamente de grupos donde se replican nuestros intereses y se cancela la existencia de opiniones que difieran de las propias. Las redes sociales, debido a su sistema de algoritmos, nos recomiendan participar de grupos que espejen nuestros gustos, y así entramos en una lógica endogámica donde vamos lentamente alimentando la imposibilidad de conocer, entender y aprender de puntos de vistas que difieran de los nuestros. Esta nueva normalidad que vamos transitando a casi doce meses de la llegada del COVID-19 nos invita a pensar si nuestro uso de las redes sociales en algún punto no termina reforzando el aislamiento y distanciamiento físico mediante un cerco virtual que nos aleja de aquellos con otras maneras de ver el mundo. Si esto fuese así, uno no puede evitar pensar si las redes sociales lejos de servir como refugios, no se van configurando como burbujas digitales que nos van enajenando aún más de esa humanidad que el virus nos va impidiendo disfrutar desde la proximidad física. A la luz de todo esto, la gran pregunta que les hacemos desde Modo Verano para pensar es: ¿Estamos dispuestos a rever nuestra participación en las redes para llevar una ciudadanía más democrática y sana?

    David Rossell
    Columnista de “La Nueva Normalidad” en Modo Verano con Adrián Caballero, por Radio CNN Mar del Plata FM 88.3.
    Profesor del área de idiomas de la UBA. Con trabajo de especialización en el campo de Educación, Lenguajes y Medios en la UNSAM.
    Instagram: @david.rossell

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