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    Aprendizajes de una educación en pandemia

    07 de febrero de 2021 - 11:50
    Aprendizajes de una educación en pandemia
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    Se acerca el inicio del ciclo lectivo 2021 para Argentina: nuestro país, al igual que otras naciones, encuentra a su sistema educativo enfrentado a la problemática de seguir adaptando sus estructuras, dinámicas y contenidos a este contexto de enfermedad y muerte generado por la aparición del COVID-19.

    Nuestro gobierno nacional y los provinciales aún intentan identificar y dimensionar el impacto de los aciertos y fallas de las propuestas educativas de emergencia que debieron ser implementadas durante el año pasado. La manera de brindar una formación académica tan sólida como sea posible a nuestra población en medio de un escenario sanitario, económico, social y cultural tan delicado sigo siendo uno de los puntos más problemáticos que enfrentamos en la actualidad los que estamos avocados al campo de la educación.

    Esto sucede porque la situación es ciertamente compleja: las realidades educativas de un país tan extenso y con poblaciones y recursos tan diversos rara vez nos permiten pensar en soluciones únicas. Sin embargo, hoy el primer gran paso para poder pensar en propuestas superadoras es reflexionar sobre cuáles son los grandes aprendizajes que quedaron evidenciados sobre nuestro sistema educativo a casi un año del comienzo de esta pandemia. ¿Qué nos mostró el ciclo lectivo 2020 que nos sirva como punto de partida para mejorar esta experiencia de educar y educarse en pandemia?

    Los argentinos hemos visto y aprendido mucho sobre las luces y las sombras de nuestro sistema educativo, pero hay cuatro hechos que resultan indispensables para generar un panorama didáctico-pedagógico menos turbulento que el del año que dejamos atrás. En primer lugar, necesitamos reconocer que nuestro sistema educativo no estaba realmente preparado para el paradigma de la educación virtual masiva: la carencia de dispositivos digitales en muchos docentes y estudiantes para llevar adelante sus actividades de manera óptima, junto a la falta de conectividad y una insuficiente alfabetización digital en muchos actores de nuestro sistema educativo frecuentemente nos evidencia que hemos tenido un Estado que no pudo o no quiso entender que nuestra educación necesita ser repensada.

    Tenemos un sistema educativo con formato del siglo diecinueve, diseñado y ejecutado en su mayoría por actores del siglo veinte, para poder formar a las poblaciones del siglo veintiuno. ¿Realmente nos sorprende, considerando esto, que la experiencia educativa del año pasado no haya sido tan buena como hubiésemos querido? Y esto nos lleva al segundo gran aprendizaje: sin una inversión más seria y sostenida de recursos por parte del Estado a nivel nacional y local, la educación que vamos a tener siempre va a seguir la lógica del “hacemos lo que podemos con lo que tenemos, que es cada vez menos”. Y en momentos de crisis como los que vivimos últimamente nos damos cuenta con mayor claridad que hay sectores, actividades, y derechos en los que simplemente no podemos dejar de invertir, porque son indispensables para nuestro bienestar físico y psíquico. Solamente imaginemos lo que hubiera sido de nosotros, de nuestras familias, sin el apoyo de nuestros trabajadores de la salud, nuestros profesionales de la educación, la labor de nuestros científicos o los aportes de nuestros artistas en este contexto de miedo e incertidumbre generalizados.

    Sin embargo, y a pesar de las ausencias y carencias, la experiencia educativa del 2020 también nos deja ver un tercer hecho: a pesar de los escasos recursos con los que la comunidad educativa contaba en el ciclo lectivo 2020, se pudo lograr una transición del paradigma de la total presencialidad a la total virtualidad bastante decente y a una velocidad sin precedentes.

    Nótese que digo “bastante decente” porque como docente del nivel primario, secundario, terciario y universitario, puedo dar fe de lo difícil que nos resultó a los educadores poder pensar en propuestas pedagógicas que trataran de dar respuesta a las necesidades de poblaciones de estudiantes tan variadas con las limitaciones materiales y temporales con la que la mayoría de nosotros contábamos. En lo personal, pero también en consonancia con otros colegas, encontré que en más de una ocasión no pude ser el docente que me hubiese gustado ser para mis estudiantes. ¿Por qué?

    Porque es realmente complejo tener a cargo un total de más de 300 estudiantes a los que uno tiene que hacer un seguimiento individual cada semana con una jornada laboral que se extiende hasta altas horas de la noche, en un contexto donde uno no sabe si se le tiene más miedo a enfermarse por un virus que hace destrozos globalmente o por las consecuencias obvias del desgaste físico y mental de la vorágine de un mundo laboral virtual que no parece reconocer límites de días ni horarios.

    Pero la mayor parte del tiempo, los educadores dimos lo mejor que teníamos por nuestros estudiantes y ellos lo supieron reconocer y valorar. Porque por suerte, y a pesar de lo que se puede llegar a pensar, los institutos de formación docente aún logran promover el amor, dedicación y experticia que son tan necesarios para que los formadores queramos dar lo mejor que podemos dentro de nuestras posibilidades a cada uno de nuestros ciudadanos que buscan ejercer su derecho a educarse.

    Y es después de todo esto que podemos llegar a la conclusión de que la cuarta y ultima gran revelación de esta pandemia sobre nuestro sistema educativo es que las instituciones académicas y el entramado de relaciones de poder que las articulan son muchísimos más complejas y necesarias de lo que creíamos antes de la pandemia. Lo arriba mencionado simplemente nos da algunas pistas de los cientos de facetas que componen el universo de lo educativo en nuestro país. Ejercer nuestro derecho a educar y ser educados nos mantiene cognitiva y emocionalmente saludables, y el correcto funcionamiento de nuestro sistema educativo hace a su vez que otras actividades de nuestra sociedad también puedan funcionar de manera más harmoniosas.

    Esperemos que este año como sociedad podamos, cada uno desde nuestro lugar y en un esfuerzo conjunto, capitalizar lo aprendido el año pasado para que esta nueva normalidad educativa que estamos gestando entre todos permita una experiencia académica significativa que nos recuerde que a este barco lo hacemos llegar a buen puerto entre todos.

    David Rossell
    Columnista de “La Nueva Normalidad” en Modo Verano con Adrián Caballero, por Radio CNN Mar del Plata FM 88.3.
    Profesor del área de idiomas de la UBA. Con trabajo de especialización en el campo de Educación, Lenguajes y Medios en la UNSAM.
    Instagram: @david.rossell

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