A 39 años de la "boda del siglo": el día en que peligró el casamiento de Carlos con Lady Di
Miércoles 29 de julio de 1981. Más de 750 millones de televidentes en todo el mundo siguieron atentamente la que se consideró la boda del siglo: el príncipe Carlos, con 32 años, al fin parecía que iba a sentar cabeza con una enigmática muchacha de 20 años, Lady Diana Spencer. En aquel momento todo hacía presagiar que este cuento de hadas que ni al mismísimo Walt Disney se le hubiera ocurrido iba a garantizar la continuidad de la dinastía Windsor. Pero como en otras tantas ocasiones ocurre, las apariencias eran engañosas. Poco antes de que la pareja diera el sí varios acontecimientos pusieron en peligro aquella unión idílica de cara a la galería. Sin ir más lejos, Robert Runcie, el arzobispo de Canterbury responsable de oficiar la ceremonia, era conocedor de las dudas existentes acerca de si Diana se presentaría en el altar.
¿Qué ocurrió realmente? Las respuestas están en el documental producido por la BBC Carlos y Diana: La verdad sobre su boda, donde se hace un exhaustivo repaso a los siete días previos al enlace. Por ejemplo, entre muchos otros testimonios, toma el de la periodista Angela Rippon, que tuvo la oportunidad de entrevistar a la pareja en la víspera del acontecimiento. "Al terminar, cuando les deseo muchos años felices juntos, él la mira a ella y ella mira al suelo. Deberíamos haber podido interpretar mejor esos cinco segundos al final de la entrevista, nos habría dicho mucho más sobre lo que iba a pasar", cuenta.
Por mucho que los medios de la época se empeñaran en maquillarlo, no hay que obviar que en aquel momento Gran Bretaña ardía en llamas. "Se podría argumentar que la boda supuso un alivio. Fue un bálsamo nacional administrado por la Reina y su hijo para animar a la gente. Y por supuesto que necesitábamos esos ánimos. Había disturbios por el desempleo, el peor en 50 años. La inflación era del 12%. El país se estaba yendo a pique", explica Sir Bernard Ingham, el exsecretario de prensa del gobierno de Margaret Thatcher. Aquella cortina de humo que llenó de ilusión al pueblo británico funcionó, pero lo que nadie sospechaba es que una tercera en discordia pondría todo patas arriba. Sí, hablamos de la amiga íntima de Carlos, Camilla Parker, por entonces casada con el oficial de la Armada Británica Andrew Parker Bowles.
En la mañana del 22 de julio todo parecía ir bien. Aquel día Diana acudió al barrio de Mayfair para hacer la última prueba de su vestido. "Llevábamos poco más de un año en el negocio y nos llegó el mayor encargo que habíamos tenido. Ella estaba improvisando y, sinceramente, nosotros también. Era un vestido muy inusual. En primer lugar, porque era color marfil; y en segundo, porque era excesivo. Había adelgazado. Estaba perdiendo tanto peso que tuvimos que empezar de nuevo un par de veces, incluso después de haber cortado la tela", explica en el documental la diseñadora Elizabeth Emanuel. Nadie se alarmó de que en apenas cuatro meses su cintura se hubiese reducido más de 12 centímetros. Lo peor, de todos modos, aún estaba por llegar.
Esa misma tarde, mientras los regalos de boda llegaban al palacio de Buckingham, la joven entró al despacho del secretario personal del príncipe, Michael Colborne, y se encontró en su escritorio un paquete. En su interior había una pulsera de oro grabada con las letras G y F. Aparentemente no había motivos para alarmarse. Sin embargo, Diana ató cabos y rememoró cuando pocas semanas antes encontró un ramo de flores en cuya tarjeta figuraba el mensaje “para Gladys de Fred”, los apodos cariñosos que usaban entre ellos Camilla y Carlos. Efectivamente, la pulsera de la discordia era un obsequio de despedida que su prometido había comprado expresamente a su amiga especial.
Tampoco ayudó mucho que digamos que aquella misma noche Carlos acudiera con 20 de sus mejores amigos al exclusivo club de caballeros White’s para celebrar su despedida de soltero. Al parecer, rodeado de su séquito de confianza, él manifestó que estaba confuso, nervioso y aterrorizado de hacer una promesa de la que podría arrepentirse. Al volver a casa la pareja tuvo una bronca monumental. Como el periodista Christopher Wilson apunta: "Es difícil considerar que Carlos pidió matrimonio a Diana como algo más que un acto profundamente cínico. Si él no se lo hubiera pedido, sabiendo que a la persona que amaba en realidad era a Camilla, no habría sucedido lo que pasó después y que casi destruye a la familia Real".
En los días posteriores Diana no pudo disimular su frágil estado anímico en todas sus apariciones públicas. El acoso de la prensa era cada vez más intenso. Dos días antes de la boda, Carlos, sin la compañía de su seguridad, tomó su coche y fue a darle personalmente la pulsera a Camilla. Diana preguntó a su guardaespaldas a dónde había ido. "A almorzar", fue su respuesta.
Aquel mismo lunes 27 de julio se celebró el último ensayo en la catedral. Diana, abrumada por las circunstancias, nuevamente tocó fondo. Literalmente. “Habíamos ido a San Pablo para el último ensayo, todas las luces de las cámaras estaban encendidas. Cerré los ojos y me desplomé por todo el cúmulo de cosas. El tema de Camilla seguía apareciendo. Estaba desesperada tratando de ser madura ante la situación. No podía hablar con nadie de ese tema”, verbalizó ella misma a Andrew Morton en el exitoso libro Diana: su verdadera historia. Ya de noche, el palacio de Buckingham se llenó de bolas de boliche y luces apuntando a todas direcciones en un baile con 800 invitados al que no faltaron Grace de Mónaco o Nancy Reagan.
La Casa Real salió del protocolo por unas pocas horas, aunque a los ahí presentes les llamó la atención un detalle: Carlos bailó una sola vez con Diana y luego pasó el resto del tiempo en la pista de baile con Camilla. Horas antes de la boda, Diana estaba aterrada. “Tuve un horrible episodio de bulimia la noche anterior. Me sentía fatal. Era una señal de lo que estaba pasando. A la mañana siguiente, debí de levantarme a las cinco de la mañana. Me sentía mortalmente tranquila, me sentía como un cordero de camino al matadero”, explicó a su biógrafo. Esa sensación no mejoró al entrar en la catedral, más bien al contrario: “De camino al altar vi a Camilla con un casquete con velo gris pálido. Vi cada detalle. Lo recuerdo perfectamente”. Su destino, a diferencia de aquellas novelas de Barbara Cartland que devoró durante su adolescencia, estaba predestinado a un desgraciado final. Ni fueron felices ni, por supuesto, comieron perdices.
Fuente: TN