“Amo venir a Mar del Plata; es una ciudad que quiero y me quiere”
El actor Luciano Cáceres realizó la primera de dos presentaciones que hará esta temporada con la obra “Muerde”. Un espectáculo que tuvo un recorrido enorme, que comenzó en estas playas.
Luciano Cáceres vuelve a ponerse esta temporada las ropas de René, el personaje que protagoniza Muerde, la obra con la que la temporada pasada sorprendió y que le ha permitido disfrutar de un gran éxito de público y crítica. Con una reciente función el pasado miércoles en la Sala Piazzolla (Boulevard Marítimo 2280), volverá al mismo escenario el próximo 11 de febrero a las 21:30. “Amo venir a Mar del Plata. Siento que es una ciudad que quiero y me quiere”, asegura.
El actor ha hecho algunas temporadas en la ciudad, pero es un lugar al que vuelve repetidamente, incluso fuera de temporada: “Hace años que vengo, con obras más comerciales o más experimentales, con el cine independiente, con el cine de alta producción. Y siempre el público acompañando. Vengo fuera de temporada y también funciona, el público acompaña, es muy teatrero”.
Mientras hace temporada con la obra escrita y dirigida por Francisco Lumerman, Cáceres disfruta del teatro en todas sus facetas, incluso recorriendo una sala como el Teatro Tronador, que desde hace cinco años cuenta con una renovación absoluta. “Divino teatro y además lo vi en todas las etapas, cuando entró como un sueño y empezó a ser toda esa mega construcción que Marcelo González me mostró. Luego esa pequeña reinauguración que se hizo con trajes y escenografías del Colón. Y luego ya funcionando. Una apuesta increíble y un teatro modelo, es precioso. Ojalá alguna vez me toque hacer funciones ahí”, señala en diálogo con El Marplatense.
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Cáceres se presentó la temporada pasada con Muerde en Chauvín, ganó el Estrella de Mar y desde ahí “habilitó lo que fue este año”, asegura. Lo que siguió fue “una temporada preciosa en Buenos Aires y el interior. Fui a Madrid y luego una gira por Estados Unidos, agotando todas las entradas. Estrenamos en Moscú. Superó todas las expectativas. Esas cosas que nacen angeladas y hoy coronando acá en mar del plata, volviendo al Auditórium”.
-¿Cómo es para la obra pasar de un espacio íntimo como Chauvín a uno gigante como la Piazzolla?
Yo pensaba que por ahí no iba a funcionar. La primera experiencia fue en Mendoza, metimos más de mil espectadores, y creció para bien. Si bien con la cercanía de los espectadores se generaba algo particular y emocional, también los dejaba muy aturdidos, inquietos. Y cuando pasamos a espacios más grandes el espectador se pudo liberar más, los momentos de humor estallaban y los momentos trágicos dejaban que la masas se permitieran llorar. Por eso ahora en Buenos Aires pasamos al Metropolitan, a la calle Corrientes. Esto no para.
-¿Se retoca algo cuando se cambia de espacio?
No, básicamente es el mismo espacio. Se amplían un poco las distancias, es más exigido vocalmente, porque no me gusta usar micrófono. Es una obra tan artesanal que meter algo electrónico rompe con la puesta, complica las cosas. Y resiste. Y también agradezco la formación teatral que tengo que hace que se me escuche en los escenarios. Crece y crece para bien y con mucha fuerza.
-En Muerde parece haber algo del universo de Eduardo Pinto, director de cine con el que trabajaste mucho…
De alguna manera siempre Eduardo está en las márgenes y retrata los seres marginales, los que se han caído del sistema. Y René es un pibe que primero lo abandonó su madre al nacer y luego su padre, a los 10, poque rehízo su vida lo abandonó en un taller de ataúdes de un pueblo de la Argentina profunda. Y él quedó suspendido intelectualmente, se hizo grande pero con la mirada de un niño. Fue el insultado, el apaleado, el marginado del pueblo. La pasa muy mal, pero sin juicio, con la mirada inocente de un chico. Y en el correr de esta hora de espectáculo vas a conocer sobre ese abandono, su relación con el amor, con el sexo, con ser un distinto, un marginal. Y de alguna manera se emparienta con el universo de Pinto, que participó en la fotografía de la obra. Somos un equipo, yo lo acompaño en las películas que él hace, hago el casting, hago sanguchitos. Son las cosas del cine independiente.
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-Sos de los pocos que trabajan con mucha presencia tanto en teatro como en cine y televisión…
Por un lado soy convocado y por el otro es la autogestión. Y está bueno, todo me genera ilusión de alguna manera y lo agradezco. En agosto cumplí 36 años en este oficio, desde los 11 ininterrumpidamente haciendo teatro, después vinieron el cine y la tele, y me sigue generando alegría que me convoquen o armar un equipo para hacer algo. Y me ocupo de hacer que esos espacios creativos no me los coma lo industrial o lo más comercial. Esos laburos me hacen arriesgar algo que por ahí un productor más comercial no ve que lo puedo hacer. Hice muchas cosas en la tele, medio de galán, y no me ven como un marginal. Y vos te tenés que ocupar de que esos espacios aparezcan. A veces los ojos claros te abren puertas y otras veces te las cierran.
-¿Estos pasos son procesos buscados o es más intuitivo?
Para mí el éxito está en el hacer. Tengo más fracasos que éxitos a nivel taquilla. Pero en lo personal, haber logrado esos proyectos y convencer a los demás de hacerlos, eso no tiene precio. El teatro es vida, porque es algo que no se compara con nada. Pero el cine es artesanal y tiene eso de poder contar el arco de toda una historia y un personaje, se filma desorganizadamente, y tenés que tener claridad y esa complicidad con la cámara. Es muy de rompecabezas, porque es un montón de planitos que hacen todo. La tele también es complicada, lo que tiene a favor, que me hizo mejor actor, es el entrenamiento diario de hacer muchas escenas, ejercicio de memoria y de mucha disponibilidad. Porque no hay tiempo.
-¿En qué medio te sentís más cómodo?
Cómodo no me siento nunca. Y agradezco que cada día, cuando estoy ahí antes de cada función, se escucha el “apaguen sus teléfonos celulares” y me pregunto “qué hago ahí”. Me duele la panza, me quiero ir a casa. Y después se pasa y es hermoso lo que ocurre. El teatro es magia.
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-Cuando no funciona, ¿es más duro en el teatro por la exposición de estar ahí presente?
Es duro, pero es un aprendizaje. Después está la tarea cumplida. Me pasa que soy de esos actores que creen que no se puede suspender una función porque haya sólo dos espectadores. Yo salí de mi casa para hacer una función y prefiero hacerla. Irme sin hacer la función es peor que hacerla para dos.
Cáceres recordó que trabajó en una puesta de SEX según Mae West, la obra de René Pollesch que aborda a su vez el texto de Sex, la pieza escrita y protagonizada por la icónica West allá por los años 20 del siglo pasado. Allí se hace mención a una prostituta que desprecia el ofrecimiento de dinero por parte de sus clientes, hasta que alguien le ofrece una pluma de pájaro exótico. “Concretar el deseo no tiene precio. A eso voy”, asegura el actor.
-¿Y está bueno alcanzar esa pluma de pájaro exótico o conviene siempre seguir buscándola?
Me da risa cuando dicen que tengo una extensa carrera, porque esto no es una extensa carrera. No hay a donde llegar, no hay primero ni segundo, ni por qué correr. Un caminito propio, personal, que todo el tiempo te pone a prueba. Y uno también tiene que saber cuándo frenar, descansar, volver un poco para atrás, volver al origen, reconectar, camino más solitario, de mayor exposición. Uno lo va haciendo y también lo disfruto. De un tiempo a esta parte estoy más enfocado en disfrutarlo. Porque es hermoso lo que me ocurre. Si pienso que mi padre era actor y director, y nunca pudo dedicarse a esto, yo tengo un lugar de privilegio enorme.
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