Bela Lugosi, una criatura de la noche que fue actor, soldado, sindicalista y vampiro
El actor que interpretó al conde Drácula en el emblemático film de 1931 nació un día como hoy de 1882. Ese personaje fue su gran éxito y su ruina, y lo acompañó hasta los últimos días de su vida.
Un día como hoy, pero de 1882, nacía Béla Ferenc Dezső Blaskó, más conocido como Bela Lugosi, el actor que quedó inmortalizado como el primer y más icónico conde Drácula del cine. Si bien aquella película de Tod Browning de 1931 es un film que sobrevive más por su mitología que por su calidad cinematográfica, se trata de un punto de partida para una carrera que, paradójicamente, moriría ahí mismo, entre ataúdes, crucifijos y vampiros. Pero Bela fue mucho más que el actor que le dio vida al personaje creado por Bran Stoker.
Nacido en Hungría, más precisamente en la ciudad de Lugoj, de la que tomaría prestado el nombre para su apellido artístico, el joven Bela tuvo una infancia difícil con un padre muy rígido. Sin embargo la experiencia más reveladora la tuvo más adelante, cuando el estallido de la Primera Guerra Mundial lo convocó al frente de batalla. Y fue una experiencia reveladora porque a partir de las diversas heridas que sufriría en combate, las cuales se volverían crónicas, nacería una adicción a los opiáceos, más precisamente a la morfina, que no lo abandonaría hasta el final de sus días.
Por entonces ya despuntaba su vicio como actor y fue esa conciencia artística la que se terminó imponiendo en su modo de vida. Tras haber luchado contra los rusos, finalmente se volvió adherente al comunismo y sería clave en la formación del sindicato de actores de su país, desde donde militó fuertemente los reclamos salariales. Sin embargo al poco tiempo se impondría la derecha contrarrevolucionaria en su país y por ese motivo tuvo que terminar huyendo de Hungría.
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En primera instancia se instaló en Austria y posteriormente en Alemania, donde trabajó como actor y conoció a algunos directores de cine emblemático, como Friedrich Wilhelm Murnau (que luego dirigiría Nosferatu) y Michael Curtiz (el de Casablanca), con tanta mala suerte que por entonces comenzaba a escalar el nazismo, al que Lugosi no le tenía nada de simpatía. Eso, más su obsesión por convertirse en una estrella de la actuación, lo llevó emigrar nuevamente, esta vez con rumbo hacia Estados Unidos, el país donde finalmente conocería lo que era ser una celebridad… pero donde también conoció lo que es el descenso a los infiernos. “Escúchalos. Niños de la noche. Qué música hacen”.
Si la guerra le dejó como saldo la adicción a las drogas, Estados Unidos le prestó la popularidad. Aunque a Lugosi le llevó unos años alcanzarla, finalmente lo consiguió en una década. Si bien hay varias versiones sobre sus primeros años en EE.UU., especialmente que su inglés era malo y le costaba no sólo hablar, sino entenderlo, lo cierto es que se convirtió en un actor de teatro con mucho oficio, y para 1930 ya se había convertido en el conde Drácula, en una puesta dramática de la obra de Stoker. No obstante, cuando el personaje hizo su pasaje al cine, no fue la primera opción de Browning, más bien todo lo contrario: cuenta la leyenda que fue el último de una larga lista de estrellas de Hollywood.
Pero Lugosi, con ese hablar mecánico, con esa pose de actor rústico y una mirada penetrante, finalmente construyó no sólo una gran representación del conde Drácula, sino además una que serviría de modelo para todas las que vendrían luego. Incluso hay representaciones paródicas del personaje y otras que intentan alejarse y construir algo nuevo, pero sin dudas que cuando pensamos en el rey de los vampiros pensamos en Lugosi. Si hasta la animada Hotel Transilvania tiene como ejemplo el porte del actor húngaro.
Los años treinta fueron pródigos en películas de monstruos, y hasta se generaron rivalidades con otros actores, como es el caso de Boris Karloff, quien interpretó al emblemático Frankenstein, personaje que Lugosi había rechazado porque no quería actuar bajo esa capa inmensa de maquillaje. Finalmente Lugosi interpretaría a Drácula en un par de películas más y ante la popularidad de la franquicia de Frankenstein, no le quedó otro remedio que aparecer en una de sus películas. El esplendor del género dio rápidamente paso a su decadencia, y con él a la del propio actor, que nunca pudo recuperarse con una larguísima presencia en películas Clase B y de cada vez peor calidad. Apenas una participación en Ninotchka de Ernst Lubitsch aparece en su filmografía como un punto más que interesante.
Lugosi no pudo nunca más recuperarse, ni volver a ser la estrella que fue por un momento. Ni tuvo la habilidad de Karloff para reinventarse, ni mucho menos su talento. Y al ritmo de su destartalada carrera, su vida personal era cada vez más caótica: en total tuvo cinco matrimonios y algunas de sus parejas lo denunciaron por la violencia que ejercía sobre ellas, sin dejar de lado su adicción a la morfina que se volvió cada vez más notoria. De hecho, fue una de las primeras estrellas de Hollywood en reconocer su problema con las drogas.
Ese personaje autoparódico en que terminó convirtiéndose hacia el final de sus días fue lo que lo llevó a una colaboración creativa con un director emblemático de aquellos tiempos como Ed Wood, el que es considerado (un poco exageradamente) el peor director de todos los tiempos. El director lo admiraba profundamente de su época de oro y le dio una oportunidad de hacer cine cuando nadie ya se la daba. Lugosi trabajó en tres películas suyas, Glen or Glenda, Bride of the Monster y Plan 9 del espacio exterior. Aunque en verdad esta última terminó de rodarse después de su muerte y Wood decidió, porque faltaban algunas escenas del intérprete de Drácula, usar al quiropráctico de su esposa para reemplazarlo en planos donde no hablaba o se tapaba su rostro con una capa. Pero aún así era claro que Lugosi no estaba ahí. Todo esto está perfectamente recreado en Ed Wood, la fascinante película de Tim Burton.
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Lugosi murió de un ataque al corazón el 16 de agosto de 1956 a los 73 años. Sobre sus últimos días hay muchos mitos que acrecientan un poco su figura. Por ejemplo, se dice que en su vejez creía ser realmente el conde Drácula y hasta llegó a pedir un féretro para poder dormir con comodidad ante los dolores que lo aquejaban. También se ha dicho que otros dos íconos del terror, como Vincent Price y Peter Lorre, estuvieron en su entierro, pero es mentira. Sólo Karloff lo acompañó, con quien había entablado una relación de bastante amistad. Lo que sí es cierto es que a pedido de su hijo fue enterrado con la indumentaria de su icónico personaje.
Curiosidad absoluta, el personaje que le dio la fama, el hombre que emergía del ataúd sediento de sangre, fue el que finalmente le puso los clavos en su cajón, el que lo apresó y del que nunca logró liberarse. Una verdadera maldición del vampiro.
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