“Blancanieves y los siete enanitos”, una película clave en la historia de Disney
Estrenado en 1937, es el primer largometraje animado en colores y sonoro. Fue un éxito comercial, pero además fue posible gracias a varias innovaciones estéticas y tecnológicas.
En el plan por regresar a sus viejos clásicos con el fin de actualizarlos para la nueva audiencia, la compañía Disney estrenó esta semana en el mundo Blanca Nieves, versión de acción real que modifica aspectos del film original de 1937, a su vez basado en el cuento de los hermanos Grimm. Esta Blanca Nieves dirigida por Marc Webb es una película con múltiples problemas de pre-producción, que se terminan notando en la confección final, pero que alberga otro inconveniente insalvable. Tal vez a la distancia -y conociendo que Disney es una de las empresas más poderosas del mundo audiovisual- no se comprenda, pero Blancanieves y los siete enanitos es una película clave en la historia de Disney, tanto desde lo narrativo como desde la producción, algo que esta nueva adaptación no alcanzará nunca desde su medianía insalvable.
Antes de llegar a Blancanieves y los siete enanitos, dirigida por David Hand, William Cottrell, Wilfred Jackson, Larry Morey, Percival C. Pearce y Ben Sharpsteen, pero con el genio de Walt Disney pendiendo sobre todos, hay que pensar en el contexto histórico de los Estados Unidos, que hace mediados de la década de 1930, sumido en una recesión económica de la que comenzaron a salir a partir del New Deal de Franklin D. Roosevelt. En esos tiempos, por lo tanto, las películas eran fundamentales para la sociedad norteamericana: eran la escapatoria de la dura realidad que atravesaban. En ese contexto, Disney comenzó a jugar una partida importante.
Si bien Disney ya era una personalidad popular desde la década de 1920, con una serie de animaciones cortas y la instalación de personajes como Oswald, un tal Mickey Mouse y fundamentalmente las Silly Symphonies, el negocio de los cortometrajes no era lo suficientemente rentable, ya que en su exhibición cinematográfica ganaban apenas un pequeño porcentaje de las entradas. Sabiendo esto, y con la necesidad de construir un negocio mucho más redituable, Disney pensó en la posibilidad de trasladar su universo al largometraje. Se sabe, el primer largometraje animado de la historia es argentino, se llama El apóstol, es de 1917 y fue dirigido por Quirino Cristiani, pero Disney estaba a punto de crear, sí, el primer film animado a colores y sonoro de la historia. Y es una frase hecha decir que nada sería igual después de Blancanieves y los siete enanitos. Pero es verdad, fue una verdadera revolución.
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Como suele ocurrir, sobre los personajes como Walt Disney se construyen mitos y leyendas, pero también se los minimiza desde una perspectiva actual, un poco cínica y progresista. De Disney se cuestiona el conservadurismo de su obra (habría que pensar sus películas en el contexto social de su tiempo, pero es mucho pedir) y se ve solamente el aspecto comercial. Pero Disney, además de un gran artista, era un visionario, un empresario sí, pero alguien con una pulsión por la creación que lo convierte para el cine, y para la cultura popular universal, en una figura indispensable. Sin sus ideas, la animación indudablemente hubiera tardado mucho más tiempos en convertirse en un arte a ser tomado en serio.
Por ejemplo para Blancanieves y los siete enanitos desarrolló junto a su habitual colaborador Ub Iwerks el rediseño de la cámara multiplano, un elemento que ya se usaba en el cine pero aplicándolo a las necesidades que tenían para ese objetivo. La cámara multiplano constaba de una estructura que permitía superponer varias láminas de animación, recorriendo el espacio de una forma novedosa y ofreciendo la posibilidad de la profundidad de campo. Para el dibujo animado, que era plano y -salvo algunos ejemplos aislados- no contaba con dimensiones, esto abrió una frontera insospechada donde la animación alcanzaba un elemento que sólo era posible en las películas de acción real. De hecho, Blancanieves y los siete enanitos tiene movimientos de cámara y encuadres nunca antes vistos en el soporte animado.
Con esta posibilidad técnica, Disney lograría algo fundamental, que a los ojos del presente parece una obviedad (aunque no tanto, el prejuicio sigue) pero para 1937 resultó un cambio radical: la animación podía así vincularse con el cine de acción real, lograr los mismos efectos visuales, introducir al espectador en el universo planteado corriendo la superficie de artificio de que el género tiene desde el vamos. En el fondo: comenzar a ser tenido en cuenta como un arte mayor. Pero Disney, además de esos aspectos técnicos, apelaría a otras ideas, como el comienzo con un libro real que se abre e introduce al espectador en el cuento o el uso de la rotoscopía (esa forma artesanal de lo que hoy se llama captura de movimiento) para que los movimientos de los personajes sean más realistas. Disney, que hipotecó hasta su casa para producir el film, lo sabía: para que el público le prestara atención a su película, el primer largometraje animado del cine norteamericano, debía aplicarse una dosis de realidad sin perder la esencia del dibujo.
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Y obvio que no se equivocó. Blanca Nieves y los siete enanitos sigue siendo actualmente una de las películas más taquilleras de todos los tiempos, mientras que para la compañía dio inicio al redituable mundo de las películas de princesas. Pero además entre otros logros, en 1939 la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas le otorgó un Oscar Honorífico por su “innovación cinematográfica significativa que ha encantado a millones y ha abierto un nuevo campo de entretenimiento” (la imagen es conocida: le entregaron la estatuilla habitual junto a otras siete más chiquitas en alusión a los enanos), en 1987 el personaje obtuvo su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood y en 1989 la película fue considerada “cultural, histórica y estéticamente significativa” por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y preservada en el National Film Registr.
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