David Lynch, el señor de mis pesadillas
El director de “El camino de los sueños”, “Twin Peaks”, “Terciopelo azul” entre otras murió a los 78 años. Dueño de un estilo único, donde lo surreal se apropiaba de sus narraciones.
Murió David Lynch y, como sucede en estos casos, las redes sociales se llenaron de mensajes, homenajes, despedidas, lamentaciones, publicaciones de escenas de sus películas o entrevistas a su persona, y un largo etcétera. Como periodista que se dedica a hablar y escribir sobre cine, voy a confesar un crimen: sólo vi una película entera de David Lynch y apenas escenas, momentos, imágenes de la mayor parte de su filmografía.
No, no es que no mirara películas de Lynch porque me pareciera un director insignificante, descartable o no mereciera mi interés. Pasa que tengo un problema que vas más allá de Lynch, no miro cine de terror, soy impresionable y la paso mal. Y si bien no podríamos ceñir el cine del director de El camino de los sueños a ese género, es bien cierto que manejaba climas, texturas y simbolismos que ubican sus películas en ese territorio incierto donde lo horroroso se hace presente. Lo pesadillesco.
A Lynch le interesaba lo monstruoso, ese revés de la vida mundana en el que el sueño americano se convertía en pesadilla. Meterse en sus películas era ahondarse en un universo incómodo donde el surrealismo daba paso a esa inconsistencia de baldosas flojas donde nunca pisamos terreno seguro. ¿Qué estamos viendo? ¿Qué está sucediendo? Quedará para la historia aquel momento de Los Simpson en el que Homero mira un capítulo de Twin Peaks donde se ve a un hombre bailando con un caballo bajo un semáforo que cuelga de un árbol. “Sensacional -grita Homero para confesar inmediatamente- no tengo idea de qué está pasando”.
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Lynch fue un tipo tan personal y único, alguien que creó un estilo que hoy puede ser replicado en otros y calificarse como “lynchiano”, aunque más que estilo es una sensación, un clima, un modo de imprimir la realidad, un estado de ánimo. Esa rareza, obviamente, pudo ser apreciada solamente por un comediante (esa gente que ve lo singular en lo universal) como Mel Brooks, que tras ver Cabeza borradora lo contrató para dirigir El hombre elefante. Brooks decía que si él la dirigía todo el mundo la iba a ver como una comedia. Es famosa la anécdota en la que al encontrarse con Lynch le dice “estás muy loco, pero sos genial”. El hombre elefante fue el primer paso del director dentro de la industria, aunque nunca llegó a estar del todo adentro de ella.
Con Lynch pasa algo extraño, tal vez lo mismo que sucede con David Cronenberg. Su cine es tan raro, tan estrafalario, tan border por momentos, tan crudo en algunas imágenes, que escucharlo hablar en una entrevista genera un impacto. Lynch era alguien divertido, ameno y sensible. Y eso se realza en el anecdotario de quienes lo conocieron y lo tienen como alguien sencillamente encantador. Seguramente esa personalidad se filtró en Una historia sencilla, la película extraña de su filmografía, y por extraña entendamos que se trata de la más convencional en términos dramáticos de su filmografía. Obviamente, es la que me animé a ver entera.
Una historia sencilla está basada en una anécdota real y cuenta sobre un hombre mayor que al enterarse de que su hermano, que vive lejos, está enfermo, decide salir a la ruta con el único vehículo que le permiten conducir: un tractor de esos para cortar el césped. La película tiene mucho humor y mucha sensibilidad, que no sensiblería. Tiene el tono extrañado con el que Lynch miraba todo y es a la vez, en esa superficie de road movie sobre la que transita, un nuevo acercamiento a esa América profunda que tanto le interesaba. Y tiene, por si hiciera falta, una bellísima música a cargo de Angelo Badalamenti.
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Tal vez ese espíritu bonachón apareció en una de las últimas imágenes cinematográficas que tendremos de Lynch, cuando interpretó a John Ford en Los Fabelman, de Steven Spielberg. Ese fue un cruce genial. Sabemos que lo único malo que dejan los artistas como Lynch es un público un poco engolado que cree que están por encima de los demás. Obviamente, pensar en igualar los universos de Lynch con el de Spielberg, ese vendedor de muñequitos de dinosaurios, es toda una herejía. Y sin embargo ahí estuvieron ambos, Lynch bajo las órdenes de Spielberg en una película donde Spielberg habla de sí mismo, de su familia, y de su relación con el cine. La escena es sencillamente genial y muestra a un Lynch muy divertido, representando el famoso mal humor del director de Más corazón que odio.
Una escena, además, que deja una enseñanza sobre el cine y el encuadre y la narración: “Cuando el horizonte está abajo, es interesante. Cuando el horizonte está arriba, es interesante. Cuando el horizonte está en el medio, es aburrido como la mierda. Ahora, buena suerte. ¡Y lárgate de mi oficina!”, grita Ford antes de que el pequeño Fabelman/Spielberg salga corriendo del lugar, pero feliz, y el Spielberg detrás de cámaras corrija el encuadre para que, claro, el horizonte esté arriba.
Vaya entonces este homenaje a Lynch, un director donde el horizonte estuvo siempre en los lugares menos esperables.
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