El camino de inmigrante
“No puede existir nada normal en la mente del que, sabiendo lo que yo sabía sobre el horror de la Montaña de la Tempestad, se atreve a ir a solas en busca del miedo que allí acecha”. El miedo que acecha (The Lurking Fear), H.P. Lovecraft; (1922)
Huir de Argentina es una tarea relativamente fácil para quien tiene la intención y los medios, pero hemos convenido en el artículo anterior que hace falta mucho más que eso para conseguir ser un inmigrante feliz. Sé que la felicidad es un concepto casi abstracto -además de relativo- por tanto acordaremos que por “inmigrante feliz” me refiero a aquel que consigue vivir en un sitio en el que, pese a las vicisitudes de la vida cotidiana, se siente como en casa y acoge la cultura del país receptor como suya. Créanme cuando les digo que la asimilación y la integración son fundamentales para vivir -y no para sobrevivir- en el extranjero, y a quien no esté dispuesto a abrirse le aconsejo que desista en su idea de convertirse en inmigrante.
Cuando yo me marché de Argentina no fueron pocos los que me advirtieron (sin ningún tipo de conocimiento de causa) que aquí en España sería tratado como un “sudaca” (palabra textual). Veinte años después de esas aciagas advertencias aún sigo escuchando argentinos que continúan con la misma cantinela. Para acabar con ese mito debo decirles que jamás -en dos décadas- alguien me llamó “sudaca” ni me trató de manera discriminatoria. No tengo dudas de que habrá inmigrantes que puedan afirmar lo contrario, pero deberíamos considerar -y lo digo por experiencia- cuál fue la actitud de ese inmigrante durante su estadía aquí. Verán… en Argentina somos muy dados a anteponer la idea de la patria por encima de todo cuando estamos en el extranjero, y en casa discriminamos a los forasteros poniéndoles sobrenombres como “bolita”, “tano”, “gallego”, y otras “bondades” por el estilo. Que nadie me diga que se trata de apodos cariñosos porque, por ejemplo, los famosos “chistes de gallegos” no apuntan precisamente a resaltar la inteligencia de los españoles sino a burlarse de ellos. Por tanto cree el ladrón que todos son de su misma condición. Una persona xenófoba, clasista, o racista por costumbre, teme que los demás le paguen con la misma moneda. “No se puede tirar manteca al techo…” -suele decir mi viejo- “… y esperar a que no te caiga encima de la cabeza en cualquier momento”. Gente estúpida la encontraremos con independencia de la nacionalidad, sexo, ideología política, color y credo, pero quien mantiene una actitud abierta, amable… quien da y espera lo mejor de los demás, suele recibir lo mismo. Recuerden esto si se aventuran a emigrar del país.
No les voy a engañar: vivir en Europa es diferente a vivir en Argentina, pero Europa es grande y cada país tiene sus particularidades. Si ustedes tienen ganas de emigrar a un país de habla no hispana, como dijimos anteriormente, lo mejor es que antes aprendan el idioma local. Es la manera más efectiva de integrarse con los locales en lugar de hacer grupitos de argentinos que se reúnen para criticar (lo he visto en vivo y en directo). Nadie dice que uno pierda sus costumbres, su manera de ser, sino más bien que esté abierto a asimilar otras nuevas. Les voy a dar un ejemplo: donde yo vivo hay un curioso sistema de recogida de basura. La basura se puede sacar a la calle desde las 20 hasta las 22 horas. Los lunes y viernes solo se pueden sacar plásticos y cartones. Martes, jueves y domingos basura orgánica. Miércoles material no reciclable, y los sábados está prohibido sacar basura a la calle. Cada residuo debe salir de tu casa en una bolsa específica. Por ejemplo, el orgánico en bolsas biodegradables y el reciclado en bolsas semitransparentes para que los recogedores puedan ver que lo hiciste de manera correcta. Si no lo haces bien te ponen una etiqueta de advertencia en la bolsa y te la dejan ahí. (Aclaro que este sistema no rige en toda Barcelona ni en toda España).
Les digo esto porque cuando hablamos embelesados sobre las maravillas de otros países, debemos tener en cuenta que esas maravillas son el producto de los esfuerzos de un pueblo más que de un Gobierno. Por tanto, la pelota regresa a nuestra cancha: ¿qué estamos dispuestos a hacer para conseguir un país así? O en el caso de los que quieren marcharse de Argentina: ¿están dispuestos a aceptar esas responsabilidades?
El orden exige una disciplina que los argentinos, por norma general, rechazamos. ¡ODIAMOS QUE NOS DIGAN LO QUE HAY QUE HACER Y CÓMO TENEMOS QUE HACERLO! Pero si se ponen ustedes a reflexionar, al pueblo se lo educa igual que a un niño: al principio resulta fundamental señalarle el camino, obligarle a comer las verduras, restringirle los horarios, ponerle límites por su propia seguridad, y en definitiva crear un entorno en donde pueda desarrollarse intelectual y emocionalmente, donde madure un pensamiento crítico (eso siempre) pero no infantil ni caprichoso sino inteligente y respetuoso. ¡No confundamos libertad con albedrío! Si bien ambos conceptos tienen que ver con la autonomía, debemos saber que la libertad se sostiene en el respeto y el albedrío en el egoísmo. No se puede exigir libertad sin estar dispuestos a sacrificar parte de nuestro espacio, de nuestros deseos, en pos de construir unas normas que satisfagan las necesidades del conjunto por encima de las del individuo. Este es uno de los grandes fallos de nuestro país: lo queremos todo y lo queremos a nuestra manera.
Recuerdo a un familiar muy querido que estando de vacaciones en mi casa (esta persona vive en Buenos Aires), se desesperó al darse cuenta que los domingos no había manera humana de conseguir cigarrillos o casi cualquier otra cosa, pues acá los domingos son un día de descanso para la inmensa mayoría de los comercios con excepción de los restaurantes y los que viven exclusivamente del turismo. Al principio mi pariente se quedó desconcertado, incluso enojado, hasta que comprendió que la única manera de construir un país en donde las personas puedan disfrutar los domingos es aceptar que el derecho a descansar de uno es posible solo cuando respetamos el derecho a descansar del otro. ¿Comprar en el supermercado? Hay que aprovechar de lunes a sábado. No se diga más.
Es difícil. Lo sé. Es muy complicado desaprender costumbres arraigadas en nuestra cultura e integrar otras nuevas. Me acuerdo de estar en los túneles del subte de Barcelona frente a una de esas máquinas expendedoras de bebidas, galletitas y golosinas. Puse un moneda, elegí el producto que quería y la máquina se tragó la plata sin darme mi KitKat (abajo adjunto mis datos a los directivos de Nestlé para que me abonen mi canon por la publicidad). Se imaginarán que como buen argentino empecé a patear la máquina y a proferir injurias que aludían a toda la estirpe de los dueños de la condenada máquina. Ya calmado me fijé que frente a mí había una etiqueta con un número de teléfono para denunciar incidencias. Saqué mi celular, llamé, expliqué mi caso, me preguntaron cuánto dinero había puesto, les contesté que dos euros (¡todo ese quilombo lo había armado por dos euros!), me tomaron mis datos personales y al cabo de una semana me llegó a casa una carta con la plata y una nota de disculpas. Me sentí como un auténtico Neanderthal recordando la escena de aquel día. Se los prometo. En este punto alguno pensará por qué no denuncié haber perdido cinco euros en lugar de dos. Bien… Quien lo haya pensado que desista de venir acá, por favor. No lo quiero de vecino, ni de amigo, y si por mí fuera no compartiría ni la misma luna con él. Esa picaresca es la que sume a las sociedades en el caos.
¿Lo malo de Europa y de España en particular? Absolutamente nada. Todo acá es perfecto. De hecho cuando hace calor nos abanicamos con euros, y en el invierno usamos los billetes que se nos caen del bolsillo como leña. ¡Por supuesto que no es así! Acá hay problemas como en todas partes: políticos -y monarcas- corrompidos hasta puntos insospechados (no son una marca registrada de Argentina), problemas económicos y sociales en general, etc. España no es precisamente el país de referencia en Europa sobre cuestiones de orden (aunque supere con creces a Argentina en este aspecto). Muchos países de este continente no tienen seguridad social gratuita -y de calidad- como en el caso de España, sino que el Estado regula los derechos y obligaciones a la hora de contratar un seguro sanitario privado. Esto puede parecer muy bonito hasta que llegan situaciones en que las obligaciones previstas por la ley en materias de sanidad (el Estado obliga a la empresa privada a garantizar unos servicios de sanidad mínimos al cliente) se ven superadas por la necesidad real (caso del Covid19). He visto que en Argentina corren muchos bulos (fake news) sobre lo bien que algunos países de Europa han gestionado la pandemia sin imponer ninguna restricción. ¡FALSO! Los países de Europa que han optado por esa opción ahora están pagando las consecuencias incluso con la ventaja de tener un tráfico turístico muy inferior al de Italia o España, por ejemplo.
Hablando de presión fiscal, aquí en España tenemos un 35,2 % en relación a países como Argentina (28,8 %) o Francia, quien lidera la lista junto a Bélgica, Dinamarca y Suecia con presiones fiscales por encima del 43% y llegando al 48 % en relación con su PIB. Nada es gratis, como ven.
Vamos a ir cerrando el tema. A lo largo de este y el anterior artículo hablamos del problema de actitud argentino, de la prepotencia, de la vanidad, de ese sesgo que nos produce el fanatismo por todo: el fútbol, la política, un presentador de la tele, un cantante… A veces parece que no nos puede gustar o disgustar una parte. Nosotros solemos endiosar o demonizar el Todo, y eso nos juega en contra a la hora de tomar buenas decisiones. Estoy generalizando, por supuesto. Yo, por ejemplo, soy un argentino estupendo y seguramente que vos también. Ahí afuera hay muchos argentinos desperdigados por el mundo, y muchos con una excelente actitud y ganas de aprender de otras culturas. Si me permiten, les convido con los handles de Twitter dos compatriotas maravillosos afincados en Suiza (una chica y un chico). Les pido que no los relacionen con mi discursos filosóficos ni con mis opiniones políticas porque en sus espacios no hay política sino buen rollo; ellos comparten con la gente sus aventuras y siempre están dispuestos a contestar preguntas: @viviendoensuiza y @argentinasuiza.
Damas y caballeros, les agradezco su atención y me bajo del bondi en la siguiente estación con la satisfacción de haber compartido con ustedes un fugaz vistazo de mi mundo. Hasta la próxima…
PD: si alguno tiene alguna pregunta que pueda responderle o dudas específicas sobre la vida aquí en España, puede dejar su comentario justo debajo, o contactar conmigo vía Twitter: @BaragliaGabriel, o en mi espacio de Facebook: https://cutt.ly/cfRLtUB.