El plano secuencia, un virtuosismo que buscan los directores y adoran los espectadores
Rodar una película o una escena sin cortar el plano es toda una proeza técnica cuando tiene un sentido narrativo real. Aquí repasamos algunos de los más recordados del cine y las series.
El estreno reciente de la serie Adolescencia llama la atención por su tema, por la forma en que lo aborda, por la dureza de algunas reflexiones, pero sobre todo por un detalle técnico: cada capítulo está filmado en plano secuencia. ¿En qué consiste este elemento narrativo tan llamativo? En filmar todo sin cortes, dando una idea de continuidad. En el pasado se disimulaban los cortes haciendo pasar a alguien delante del plano y empalmando justo, pero con el avance de la tecnología las posibilidades son más cercanas (para filmar de un tiro o para disimular los cortes) y, de hecho, el plano secuencia es mucho más habitual ahora que hace, por decir algo, cuarenta años.
Muchas veces el plano secuencia puede ser un mero virtuosismo sin ninguna función narrativa, pero a veces, cuando lo justifica la acción, es un elemento tan vistoso como funcional. En ocasiones se busca dar cierta inmediatez, tensar las situaciones por medio del tiempo real, simplemente demostrar cierta virtud con la cámara o introducirnos en el mundo que la película va a proponer. Lo cierto es que más allá de la efectividad del momento, requiere de un trabajo de sincronización encomiable entre técnicos y elenco, meses de ensayo que se concretan finalmente en ese único plano.
El primer plano secuencia, según los historiadores del cine, está en Amanecer la película de Friedrich Wilhelm Murnau de 1927 y es un plano que dura 50 segundos. Pero el primer gran ejemplo de esta técnica se puede encontrar en La soga (1948), de un tal Alfred Hitchcock, alguien que además de ser un narrador notable tenía la particularidad de innovar en técnicas y usos de la cámara. La soga está narrada enteramente en un plano, aunque por aquella época era imposible técnicamente por lo que lo hizo realizando varios cortes disimulados. Si bien la película se nota un poco forzada por el recurso, es un gran relato sobre la soberbia del asesino y la evidencia de aquello que nadie ve.
Si hablamos de innovadores con el uso de la cámara y la planificación ese es sin dudas Orson Welles, quien en Sed de mal (1958) logró uno de los mejores planos secuencia de la historia, uno de esos que se enseñan en las escuelas de cine. Está en la secuencia inicial y sirve de ejemplo sobre cómo el plano secuencia muchas veces sirve para introducir al espectador en un universo. Aquí, además, utiliza una de las enseñanzas de Hitchcock sobre que es mejor que el espectador sepa que hay una bomba a que lo sorprenda la explosión. La tensión de algo que está por suceder potencia el clima. Lo primero que vemos aquí son unas manos colocando una bomba en un auto y luego vemos ese auto avanzar por la frontera entre México y Estados Unidos. Pura tensión en tres minutos y veinte segundos.
Un gran plano secuencia sobre presentación de mundos es el que realiza Martin Scorsese en su obra maestra Buenos muchachos (1990), que si bien no está en el inicio de la película sirve para conocer el poder y las influencias que va manejando el personaje de Ray Liotta. En la secuencia lo vemos ingresando al club Copacabana junto a su novia (Lorraine Bracco) y lo acompañamos desde la calle hasta que se sienta en su mesa, mientras ingresa por los pasillos, pasa por la cocina y va saludando gente, demostrando ser alguien importante en el mundo de la mafia.
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Otro gran director, Paul Thomas Anderson, homenajearía en la scorsesiana Boogie Nights (1997) aquel plano secuencia de Buenos muchachos. Y retomaría además la idea de secuencia de inicio en plano secuencia, como para introducir al espectador en su universo, el mundillo del cine porno en la década de 1970. Dura casi tres minutos y arranca con una marquesina en la que se ve el mismísimo título de la película para luego moverse fluidamente pasando entre la multitud e ingresando en un club nocturno donde nos va anticipando, a pura música disco, a los personajes fundamentales de la película. Una obra maestra de una película indispensable.
Obviamente en este recorrido no puede faltar Brian De Palma, uno de los grandes directores de cine de la historia y, fundamentalmente, un maestro en el uso de la cámara, la construcción de planos y el juego con el punto de vista. Todo eso está en el fabuloso arranque de Ojos de serpiente, donde vemos al personaje de Nicolas Cage ingresando en un recinto donde se realizará una pelea de box. Durante largos minutos vemos situaciones sin relación alguna, aunque detallan aspectos clave de los personajes, sobre los que De Palma volverá luego, como repitiendo en loop ese gigante plano secuencia que termina con un crimen, centro de lo que vendrá luego.
Si hablamos de grandes secuencia y de un director con una pericia enorme para montarlos con gran nivel de sofisticación ese es Alfonso Cuarón, que si bien tiene varios en su filmografía, los más notables son los de Hijos del hombre (2006). Decimos “son”, porque la película tiene varios, pero sin dudas el más logrado e impactante es el que tiene a los protagonistas en el interior de un auto mientras son atacados desde el exterior por una horda. La cámara se planta en el interior del coche y va paneando y moviéndose entre una serie de situaciones intensas y desafiantes. Una maravilla.
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En Expiación, deseo y pecado (2007) el talentoso Joe Wright construye uno de esos planos secuencia que quedan en la memoria. No es tan narrativo como todos los expuestos hasta aquí, pero tiene una funcionalidad clara y resulta muy potente: el personaje de Jams McAvoy camina por la playa de Dunkerque en medio de una postal devastadora de la Segunda Guerra Mundial. Dura cinco minutos y medio y en ese traveling virtuoso tenemos una instantánea de la locura de la guerra, la muerte, el horror, el miedo. Una coreografía de una belleza cinematográfica grandiosa, dentro de una película formidable.
¿Podemos hablar de plano secuencia en una película animada? No hay cámara ni corte de plano en un sentido estricto, pero igualmente capturar el movimiento continuo de manera fluida no es del todo sencillo. El que lo logra es, claro, Steven Spielberg en Las aventuras de Tintín: el secreto del unicornio (2011). La secuencia de casi tres minutos es una persecución en una ciudad de Marruecos, mientras Tintín y el capitán Haddock intentan recuperar un pergamino robado. La combinación entre acción y comedia es perfecta, utilizando además todas las posibilidades de la animación mientras los personajes avanzan y todo se va destruyendo a su paso. Cuando la secuencia culmina nos quedamos con ganas de más, pero además con la necesidad de que Spielberg vuelva a hacer una película animada.
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Si bien como decíamos, con las posibilidades de la tecnología los planos secuencia son cada vez más recurrentes, el último gran plano secuencia que recuerdo, uno que quedó grabado en mi memoria, es el del increíble comienzo de La La Land (2016) de Damien Chazelle. Un embotellamiento bajo el sol de Los Angeles termina con decenas de bailarines danzando entre los autos. En primer lugar tenemos una gran canción que ayuda a que la escena quede pegada en el recuerdo, pero luego tenemos esa cámara que se mueve fluidamente entre los bailarines, y el uso de los colores, y las coreografías, y la autenticidad que Chazelle logra en el marco de un género que es puro artificio como el musical. Uno de los comienzos más potentes de la historia del cine.
EN LA TELE TAMBIÉN
Con la sofisticación alcanzada por la televisión en este siglo, obviamente que los planos secuencia se han vuelto regulares también en la pantalla chica. Uno que tenemos recuerdo apareció en la primera temporada de True detective (2014), en un capítulo dirigido por Cary Joji Fukunaga: a lo largo de seis minutos lo vemos a Matthew McConaughey huyendo de una operación encubierta que salió mal, en una secuencia que no sólo es muy intensa (y lo mejor de toda la serie) sino que tiene un grado de complejidad notable.
Otra serie que ha recurrido mucho al plano secuencia es Daredevil, que en su mismísimo primer episodio (2015) constituiría la estética de la violenta serie de Marvel. Allí lo vemos a nuestro héroe pelear con una incontable cantidad de enemigos, mientras avanza por un pasillo estrecho, en un esforzado plano que requiere de una precisión notable en los movimientos de cada personaje que ingresa en cuadro.
Y cerramos con una de las mejores series de los últimos años, El oso, que en Review (2022), un capítulo de la primera temporada dirigido por el propio Christopher Storer narra en un plano secuencia de veinte minutos un día de mucha tensión en la cocina. Bueno, en verdad un día normal en la cocina de El oso, pero aquí con ese plano secuencia de aumenta la tensión y los climas, y pone los pelos de punta mientras el caos de todo lo que puede salir mal termina saliendo mal. Una joyita y uno de los mejores episodios de esta gran serie.
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