La vida es eso que pasa cuando estás yendo de un lugar a otro
Un corte de radio dice autos, motos, choques, caos, para presentar a un periodista de tránsito que cuenta todos los días el estado de las calles en la ciudad de Buenos Aires. El periodista se ocupa de dar información sobre las dificultades que se le presentan a los conductores de automóviles. Los que escuchan, si conocen, pueden evitar problemas, congestionamientos y demoras para llegar a destino. La comunicación masiva genera sentidos fuertes. Por eso no es raro que cuando pensamos en el tránsito las imágenes que primero se nos ocurren son las de vehículos yendo y viniendo, amontonados, en doble fila, buscando lugares donde estacionar. También pensamos en el tránsito como un momento de tiempo perdido que concedemos para hacer otra cosa. El hogar, la casa de los amigos, la escuela, el trabajo son los lugares donde acumulamos experiencia. No es raro que pensemos así. Sin embargo, atrás de esta primera y pregnante imagen se esconden otras posibilidades. En la calle no sólo estamos de paso. Vivimos y desplegamos acciones y sentidos de acuerdo con quienes somos y quienes queremos ser. Me gusta pensar que la calle condensa todo lo que nos interesa de la sociedad. Tal vez no todo, pero seguro que casi todo. Así, las experiencias no son las mismas para los niños, los adolescentes, los adultos jóvenes o las personas mayores. Si sos una persona con diversidad funcional tus necesidades y tu bienestar van a verse influidos por la forma en la que el espacio urbano fue diseñado. La inequidad de género se expresa en el acceso al transporte, en la cantidad de viajes cotidianos, en los tiempos de desplazamiento, en las incomodidades y barreras para la movilidad urbana.
La actividad física, el bienestar emocional y el estrés de las personas también. Todas estas situaciones y vivencias ocurren mientras vamos de un lugar a otro, a veces apurados, a veces paseando. Siempre haciendo planes para cuando lleguemos a destino. ¿Qué pasaría si nos diéramos cuenta de que la vida también es eso que tiene lugar cuando estamos ocupados yendo de un lugar a otro?
John Lennon le escribió la canción Beautiful Boy a su hijo Sean de cinco años como una manera de acompañarlo a dormir. Por lo que se adivina en la letra, Sean había tenido una pesadilla. Una de sus estrofas dice: antes de cruzar la calle/agarrá mi mano/la vida es eso que te pasa/cuando estás ocupado haciendo otros planes. Darle la mano a un hijo es un acto de amor y de cuidado. Un papá o una mamá que dan la mano mientras enseñan a reconocer el ambiente y a cruzar con seguridad crean recuerdos y un lazo amoroso. Los niños están más expuestos al riesgo porque no tienen altura suficiente para ser percibidos por los conductores, no estiman con precisión la relación entre distancia y velocidad, pueden decidir mal cuándo cruzar, mirar para el lado equivocado o equivocarse en la detección de peligros. A veces la solución que los padres encuentran para estos problemas es llevar y traer a sus hijos en auto de un lugar a otro. Sin embargo, esta solución contribuye al problema y, de paso, crea otros. Las personas de todas las edades necesitan hacer actividad física para estar sanas. No me refiero a deporte. Solo moverse con niveles de intensidad de moderada a alta. Esto se puede alcanzar si los niños y niñas se mueven por la ciudad de forma autónoma. Por eso en algunas ciudades se implementan iniciativas como los caminos escolares seguros. Son corredores que cuentan con el compromiso de las personas del barrio y la colaboración de padres y docentes para que los niños y niñas vayan solos y de forma activa a la escuela. Las ventajas son muchas. Ir caminando o en bici reduce el estrés, favorece la concentración, crea sentimientos de autonomía, favorece la autoeficacia, la autorregulación y ayuda a la generación de mapas cognitivos.
La canción de John Lennon disimula algo que ocurre a diario en la movilidad urbana. No son los papás los que más a menudo acompañan a los niños a la escuela, al club, al médico o a dónde sea que vayan. Son sus mamás. Esto es así porque las tareas de cuidado todavía están distribuidas de manera desigual. Las tareas de cuidado no se limitan a los niños, también se extienden hacia las personas mayores de las familias. Ocuparse de esas tareas se refleja en los viajes cotidianos. Cuando las mujeres van de un lugar a otro realizan más paradas intermedias. En consecuencia, destinan más tiempo a sus traslados que los hombres. Además, tomadas como grupo, las mujeres son las principales usuarias del transporte público. Esta es la contracara de que ellas acceden menos a conducir autos.
En la Argentina, según el último informe disponible de la Agencia Nacional de Seguridad Vial, cada diez licencias de conducir, tres están en manos de mujeres. Hay distintas explicaciones para esto. Una es que el auto está relacionado con el mundo público, algo que, como resultado de la división sexual del trabajo, quedó tradicionalmente asociado a los hombres. Si bien esa división no es tan clara en la actualidad, sigue siendo algo que tiene efectos. En un estudio que estamos realizando con mujeres mayores de 60 años, muchas de ellas nos contaron que no manejan, otras que comenzaron a hacerlo cuando se divorciaron o para prepararse en caso de que sus maridos tuvieran algún problema de salud. Algunas de ellas nos dijeron que sus maridos las llevan y las traen de un lugar a otro y que eso fue así casi toda su vida. Unas pocas gustan de manejar, pero, a casi todas, el auto les genera sensaciones de libertad. La historia de vida de todas estas señoras nos enseñó algo más. Sin excepciones, cuando ellas eran chicas el auto era de sus papás. Quienes, a su vez, les enseñaron a manejar, pero no hicieron lo mismo con sus esposas. Además, sólo les enseñaron a hacerlo por si ocurría alguna emergencia. Las madres de estas señoras nunca manejaron. Para los hombres de la misma edad que participaron en el mismo estudio conducir es algo que hacen desde que eran muy jóvenes. Esta diferencia toma la forma de creencias arraigadas entre las personas como la que sostiene que las mujeres manejan mal. Esa supuesta verdad colectiva sostenida en el tiempo ha favorecido la idea de que entre ellas y los autos hay algo que no funciona. El resultado son sentimientos de incomodidad y disgusto al manejar. Tener reacciones de ese tipo le da forma al estilo ansioso de conducción, que es más habitual entre las mujeres que entre los hombres. Llevada al extremo la incomodidad puede convertirse en miedo a conducir. El nombre técnico para ese miedo es amaxofobia.
Hay una afirmación algo obvia que dice que todos somos peatones. Parece verdad, pero como pasa con muchas cosas, se trata de una verdad relativa. Somos peatones cuando estamos caminando por una vía de circulación. Es decir, por una calle o un camino construido. También son peatones quienes andan en skate o en silla de ruedas. Sin civilización no hay peatones. Los caminos los creamos en sociedad, a medida que nos organizamos. Eso quiere decir que estamos de acuerdo en que son algo bueno y útil. Nos permite llegar rápido y seguros a nuestros destinos y transportar un montón de objetos. Creemos tanto en ellos que, cuando no existen, caminamos sobre huellas que dejaron otros y creamos senderos sobre el pasto, en un bosque, en un terreno baldío. Esos senderos son el resultado de los pasos de muchas personas, unas atrás de otras a lo largo del tiempo. En muchas ocasiones expresan la forma más corta de unir dos puntos en un plano. Un cálculo que sabemos realizar de manera intuitiva. A esos senderos se les llama líneas de deseo. Son una manera de recordarnos que estamos entrelazados con algo que es más grande que nosotros, que estuvo antes y que estará después.
Pero la experiencia de caminar no es igual para todos. No es lo mismo ser niño que ser adulto joven o de mediana edad, que ser una persona mayor o una persona con diversidad funcional. Las necesidades varían. Los obstáculos afectan la accesibilidad. Sin embargo, el ambiente urbano está diseñado para personas adultas y sanas. Como resultado, los ambientes se vuelven incapacitantes. Ejemplo de ello son la ausencia de rampas, de semáforos para ciegos, de cartelería adecuada, de colectivos de piso bajo, y de veredas sanas, entre otras insuficiencias. Esos problemas generan aislamiento, un factor de riesgo para el sufrimiento psíquico y la depresión.
La buena noticia es que existe una manera de resolver la inaccesibilidad. La solución es seguir los principios del diseño universal. El ambiente debe ser equitativo, de uso flexible, fácil e intuitivo, tolerante con el error, demandar bajo esfuerzo físico, brindar información perceptible, disponer de espacios de tamaño adecuado para su aproximación y uso. Estos principios pueden aplicarse desde cero al diseñar ambientes nuevos, o pueden usarse para adaptar estructuras existentes.
Que el espacio sea accesible, no importa la condición física, la edad o el género está detrás de muchas iniciativas que tienen en común poner a las personas en el centro de la planificación urbana. Los nombres de esas iniciativas son Calles Completas, Espacio Compartido, o Escala Humana. No importa cuál de estos enfoques se elija, el automóvil deja de ser el eje sobre el que gira el diseño y el funcionamiento de las ciudades. En su lugar, están las personas y todos los medios de transporte, para caminar, andar en bicicleta, usar el transporte público y las calles para algo más que ir y venir. Un elemento fundamental en estas propuestas es pacificar el tránsito. Es decir, bajar las velocidades máximas. Ir más lento puede estar reñido con una época en la que la velocidad significa progreso y posibilidades. Pero la velocidad también puede ser negativa. Por ejemplo, cuando vemos a personas conversando en la calle desde arriba de un auto estamos inclinados a creer que pasa algo malo, que hay algún componente de agresión en sus gestos. Cuando las mismas personas son observadas a la velocidad de un peatón la situación es vista tal como es. La velocidad de un peatón es de 5 km/h. Esa es la velocidad a escala humana. A 50 km/h cada diez personas atropelladas por un auto sobreviven dos, a 30 km/h sobreviven ocho. Reducir la velocidad vuelve las calles más amigables y permiten satisfacer la necesidad humana de afiliación, que sea posible usar otros medios de transporte con menos exposición al riesgo, que se reduzcan los siniestros viales y sus consecuencias de lesiones y muertes.
Bajar la velocidad no resuelve todos los problemas del tránsito, de los cuales apenas si nombré algunos de manera breve. Sin embargo, ayuda a cambiar la idea de que el espacio público de la ciudad es del tránsito y que el tránsito sólo es ir de un punto a otro. Si reducimos la velocidad hacemos lugar para todos, los más vulnerables y los que tienen menos acceso al medio de transporte hegemónico, que es el auto. John Lennon también le canta a su hijo Sean, que cada día, en todo sentido se está poniendo mejor y mejor. Me gusta creer que soy optimista, aunque quienes me conocen no suelen estar de acuerdo. Yo les digo que soy optimista acerca del futuro, pero pesimista sobre el presente. Prefiero creer que, con tiempo, esfuerzo y decisión vamos a conseguir ciudades más bellas, más alegres y más equitativas. Cada día se está poniendo mejor y mejor.