Los números que se ocultan
Por Nicolás Mondino
El avance de la pandemia del COVID-19 en el país disparó un nuevo escenario, que nos compara a otros lugares del mundo y hasta se celebra porque los resultados del aislamiento social y obligatorio dispuesto por el gobierno han logrado aplanar la curva de contagios.
En estos momentos tan inciertos, las especulaciones corren en grupos de Whatsapp. Desde la teoría del complot sobre el ocultamiento de los verdaderos números sobre cantidad de casos o muertes, pasando por historias apocalípticas y llegando a la comprensión sobre que el pico de la pandemia no ha ocurrido.
Sinceramente, entiendo que el aislamiento y el trabajo del/los gobierno/s en semejante circunstancia ha sido el adecuado y está enfocado plenamente en combatir el tsunami que provoca el Coronavirus. Es una simple opinión, porque nadie puede saber cómo actuar ante algo tan disruptivo y letal, en todo sentido. Podemos discutir errores y aciertos, pero entiendo un trabajo honesto, no veo una utilización del tema, ni tampoco verdades sin revelar.
Sin embargo, el monstruo está mostrando otra cara más letal que el virus chino: la realidad socioeconómica. Esos son los verdaderos números que se ocultan. No los ocultan un gobierno, ni un dirigente, ni nadie en particular, los ocultamos entre todos.
Atentos a nuestra propia angustia en una pandemia que nos esperanzaba en encontrar el resultado colectivo desde el trabajo individual, nos olvidamos de ver una parte de la historia: la cuantiosa población que previo a la pandemia no tenía mucho margen y ahora no le queda nada. Eso ya está ocurriendo, mientras suponemos que estamos luchándola entre todos y para todos porque nos quedamos en casa.
Por estos días aparecen muchos sectores con inquietudes de todo tipo que se van sumando a la listas de reclamos y pedidos. Pequeñas y medianas empresas, locales comerciales y hasta profesionales que empiezan a mirar de reojo lo que nunca les había pasado: que no ingrese dinero en sus cuentas. Ante esto, no pueden sostener estructuras, empleados, ni alquileres por mucho tiempo. Es lógica la angustia, es entendible, es preocupante, pero siguen siendo sectores con alguna aspiración a que cuando pase el temblor puedan retomar actividades y volver a su rutina e ingresos. ¿Será así? Ojalá que sí.
Digo esto porque son los reclamos que más se escuchan por estas horas. Que tal rubro necesita volver a trabajar, que se hace esencial un taller abierto, que los textiles tienen que volver, que la pesca no puede parar, que la construcción está en crisis, que los gastronómicos y hoteleros necesitan una solución urgente, entre otros. Y tienen razón, está bien, y el gobierno va tomando medidas en medio de una distópica realidad basada en virus imparable.
En medio de ese caos de sectores, de preocupaciones e incertidumbres casi individuales, nos olvidamos de una parte, esos números que ocultamos. La realidad indica que en Mar del Plata, previo a la pandemia y según datos estadísticos, casi el 40% de la población económicamente activa está fuera del sistema. No registrada, en negro, con changas, subocupada o directamente desocupada. ¿Cómo están haciendo todas esas familias? ¿Cuántos son los que no estamos viendo, sumidos en nuestras incómodas cuarentenas?
El gobierno nacional, principalmente, ha dispuesto una serie de paliativos para distintos sectores de los más perjudicados por el aislamiento. Paliativos necesarios, una asistencia, hasta incluso un bolsón de comida. Está bien, al menos se intenta con algo y empezaron por ahí, pero claramente nunca será suficiente.
Un informe publicado hace unos días por el Observatorio de la Deuda Social de la UCA es contundente al respecto. El documento se denomina "Desigualdades sociales en tiempos de pandemia" y en la presentación del mismo plantea: “El actual contexto de cuarentena sanitaria es dramático para muchísimas personas en situación de pobreza o vulnerabilidad, ya sea por la soledad o los peligros de una convivencia forzada, por la falta de esos trabajos informales fundamentales para el presupuesto familiar; así como también por la objetiva imposibilidad de contar con condiciones que se suponen necesarias para cumplir con los cuidados sanitarios. En este marco, aunque necesario, el aislamiento social obligatorio tiende a profundizar efectos de exclusión para los cuales no ha habido antes ni hay todavía ahora políticas de efectiva inclusión social, con el agravante de que en el día después de la cuarentena, la propia economía formal estará sumamente debilitada para emprender una rápida e imperiosa reactivación. La crisis de la deuda, la recesión y la estanflación, junto al aumento del desempleo y de la pobreza, continuarán siendo temas centrales de la agenda política”.
En un tramo del extenso y revelador informe se resume una gran parte de esos números que estamos ocultando: “Las privaciones estructurales que afectan a más de un tercio de la población no son nuevas. En este caso, a los efectos sanitarios y económicos regresivos que genera la pandemia se suman déficits estructurales: el hacinamiento, la degradación residencial, la falta de servicios públicos sanitarios (agua, cloacas, etc.), la mal nutrición persistente, la insuficiencia de los servicios de educación y de salud, la fragilidad de los capitales sociales en juego, la ausencia de información valiosa, el mayor riego a sufrir de ansiedad y estrés, la violencia social intrafamiliar a flor de piel. En fin, no sólo estamos ante una epidemia sanitaria, también tiene lugar una nueva ola de pobreza estructural que golpea especialmente la vida cotidiana de los sectores socialmente más frágiles”.
Les recomiendo la lectura completa del informe, para no seguir siendo parte de un colectivo lleno de individualidades que hace de la cuarentena un romance idílico.
Hoy, en esta realidad de números sobre casos confirmados y muertes en el país por el coronavirus, seguimos preocupados si alcanzarán las camas y los respiradores cuando llegue el pico de la pandemia. Seguimos contando la cantidad de elementos de testeo para hacer, seguimos viendo dónde poner más camillas de atención y construyendo hospitales modulares. Y está bien, es necesario. Pero, la pandemia está mostrando la otra cara de algo previo, de una pobreza que supera al 35% de los marplatenses y batanenses desde mucho antes que el Coronavirus. El virus socieconómico nos está consumiendo por nuestras patologías previas y una pobreza estructural que hace estragos desde hace décadas.
Hoy, el COVID-19 es la emergencia y la urgencia. Si solo fuese el problema sanitario, se está haciendo un gran trabajo con resultados a la vista, se logró frenar la curva y ralentizar lo que será el punto máximo de la pandemia, pudiendo preparar instalaciones y tomando medidas necesarias. Pero, hay otras urgencias y emergencias que veníamos arrastrando de antes y esa curva lejos de ralentizarse o frenarse, creció exponencialmente.
Esos números los ocultamos y, a su vez, los números ocultan personas, vidas, familias enteras. No es solo culpa del o los gobiernos, no es solo culpa de la dirigencia, es culpa de la ceguera colectiva que, aunque había esperanza en que cambiara, no logramos ver mucho más allá del emergente, incluso sintiendo la angustia de forma directa. Nos convencemos que nos cuidamos entre todos, sin embargo no estamos incluyendo a todos en nuestro todos.
No tengo una respuesta o solución para aportar, solo plantear una problemática que no es de otros, sino de todos, la palabra que más se repite en estas líneas y en estos días y la que no aplicamos en la práctica. ¿Cómo haremos para salvarnos excluyendo a una parte? Si “nadie se salva solo y esto lo hacemos en conjunto”, ¿no estaremos convenciéndonos de algo que no ocurre? ¿No seremos los que ocultamos estos números, mientras pensamos que otros lo hacen?.
En este contexto (y en cualquier otra circunstancia), ¿los otros no seremos nosotros mismos? ¿Qué virus nos atacó aspiracionalmente en lo social para hacernos pensar que hay otros que pueden quedar afuera del nosotros, del todos? ¿Cuál es el plan si casi la mitad de nuestra población queda afuera? ¿En qué mitad quedamos cada uno de nosotros realmente?. Son preguntas que me hago a mí mismo y quizás pueda también ayudarnos a pensar, en estos tiempos donde a algunos privilegiados la cuarentena nos permite la reflexión en calma.
Desconozco si tenemos herramientas para cambiar estas realidades ante semejante circunstancias, entiendo las dificultades, pero ver el problema es el principio de algo porque, como dicen cuando analizan el paso del COVID-19 en el país, esta realidad oculta recién empieza.