Memoriales
Los seres humanos construimos memoriales para que el pasado no desaparezca. Son un indicador de nuestra lucha contra el tiempo y contra la muerte, pero también son un mensaje para el futuro. Por este motivo, los memoriales constituyen relatos históricos y moralizantes.
Los memoriales tienen la capacidad de vehiculizar toda la potencia del simbolismo. Si el objetivo es comunicar trascendencia, el monumento será enorme y mirara hacia el cielo, como la Gran Pirámide de Giza; si quiere comunicar gloria, será una estatua elevada, posiblemente ecuestre, con algún prohombre mirando hacia el horizonte; pero si quiere comunicar dolor, posiblemente dejará inalterados los sitios del horror.
Una vez que el memorial comienza a existir su sentido se enlaza con el resto de las narraciones que conforman nuestra humanidad. Al observarlo y/o lo recorrelo quedamos inmersos en la corriente de la historia para pensar quienes fuimos, quienes somos y quienes deberíamos ser. Pero qué ocurre cuando lo que es necesario recordar no es glorioso, ni ocurre en un solo lugar, ni en un solo momento. ¿Cómo darle trascendencia a un acontecimiento individual que quisiéramos que no hubiese ocurrido? ¿Cómo hacer del dolor personal una lección colectiva? Esa es, posiblemente, la lección de las Estrellas Amarillas.
En las rutas del país y en las calles de las ciudades es posible verlas pintadas o en carteles. Muchas veces tienen uno o más nombres, una fecha y el mensaje “de vos depende no sumar una estrella más al cielo”. Cada una de esas estrellas representa el lugar donde una o más personas murieron como consecuencia de un siniestro vial. Su potencia está en hacer presentes a quienes ya no están entre nosotros, como una voz que apela a nuestra responsabilidad para no morir y para no matar. Sin embargo, es posible que mucha gente no conozca su significado. Esta situación cambiará debido a una iniciativa de la Agencia Nacional de Seguridad Vial (ANSV) y de las asociaciones de familiares de víctimas de siniestros viales.
Recientemente, las Estrellas Amarillas han sido incorporadas a la lista de señales que deberán aprender todas las personas que quieran obtener una licencia de conducir. El objetivo es que sean una herramienta de concientización frente a los riesgos de la inseguridad vial.
No obstante, aunque la iniciativa merece ser destacada y aplaudida también hay que señalar que no es suficiente por si sola para generar cambios. Sin intención de restarle importancia, si no es acompañada por otras iniciativas puede perpetuar el error de creer que los siniestros viales son solo el resultado de la irresponsabilidad individual, ajena al sistema en el que los comportamientos ocurren.
Para entenderlo alcanza con mencionar algunas características del sistema vial argentino como límites de velocidad muy altos de acuerdo a las recomendaciones internacionales, escasa protección para los usuarios más vulnerables (peatones, ciclistas, niños, adultos mayores), y la ausencia de segregación de vehículos por tamaño y función, entre otros.
También es importante señalar que la conducción de vehículos para los que hace falta una licencia habilitante no es universal. Eso quiere decir que una parte importante de las personas posiblemente no reciba formación alguna vinculada con las Estrellas Amarillas. Entre ellos, los niños y adolescentes que no tienen edad para conducir.
Por último, si la incorporación de la señal en los exámenes viales no es acompañada por acciones de concientización y educación vial es probable que en muchos casos su destino sea perderse entre el cúmulo de señales viales que las personas aprenden para responder un examen y luego olvidan con facilidad.
En definitiva, si bien es una iniciativa para celebrar, debemos insistir en que para aumentar la seguridad vial las acciones simbólicas no son suficientes si no se acompañan de cambios materiales. Además, es importante destacar que las Estrellas Amarillas no son una señal de tránsito, sino un recordatorio del dolor inaceptable de innumerables vidas perdidas.