Microplástico: el nuevo habitante silencioso en el océano
Por Roberto Garrone
Desde el año 2000 el mundo ha manufacturado tanto plástico como el que se produjo en la suma de todos los años anteriores. Una tercera parte de este material se vierte en la naturaleza.
La elaboración de plástico virgen ha aumentado 200 veces desde 1950 y ha crecido a una tasa del 4% desde el año 2000. Si se alcanza la capacidad proyectada de plásticos, la fabricación actual podría aumentar en un 40% para 20303.
Los plásticos se usan como artículos desechables, al punto de que más del 75% de todo ese material producido hoy se convierte en desechos. Y una buena parte de estos residuos se maneja mal.
Para dimensionar la situación tomemos en cuenta que en 2016 se reportaron 100 millones de toneladas métricas de residuos. De estos, el 87% se vierte en la naturaleza, lo que genera contaminación por plásticos. Por ejemplo, si la situación sigue igual, para 2025, los océanos tendrán 1 tonelada métrica de plástico por cada 3 toneladas métricas de peces.
Esta realidad es resultado directo de una infraestructura subdesarrollada para el tratamiento de residuos y deriva en plásticos no recolectados, vertidos a cielo abierto, acumulados en basureros o en rellenos sanitarios no controlados.
Estas cifras escalofriantes forman parte del estudio “Naturaleza sin plástico”, Evaluación de la ingestión humana de plásticos presentes en la naturaleza”, elaborado por la Universidad de Newcastle, Australia por encargo de la WWF y difundido en nuestro país por la Fundación Vida Silvestre en los últimos días.
El informe revela que, en promedio, una persona ingiere semanalmente unos 5 gramos de plástico presentes en el agua, el aire y en alimentos. Esa cantidad equivale a los microplásticos que contiene una tarjeta de crédito.
Los microplásticos están contaminando el aire que respiramos, los alimentos que ingerimos y el agua que tomamos. Se define como microplástico a aquellas partículas de plástico que miden menos de 5 mm.
En el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (INIDEP), Rosana Di Mauro y Mara Braverman trabajan rodeadas de frascos de distintos colores que contienen muestras de agua. Son tantas que no dan abasto para filtrarlas y pasarlas por el microscopio.
Desde el año pasado las investigadoras del Programa de Peces Demersales Costeros buscan detectar la presencia de microplásticos en el Mar Argentino a partir de las muestras que han recolectado en aguas costeras, hasta la isobata 50 a lo largo del litoral marítimo.
“La presencia de plástico no es exclusivo de las aguas costeras sino que también se ha detectado partículas en muestras de agua tomadas a mil metros de profundidad”, revela Braverman.
Las investigadoras conocen el plancton, sus colores y formas habituales de años de analizar muestras bajo el microscopio. “Hace 10 años comenzamos a ver cosas extrañas. No tenían un origen orgánico como larvas de peces o zooplancton. Comenzamos a ver elementos extraños, de colores fuertes, fluo, como bolitas de vidrio, que no sabíamos qué eran”, confiesa Di Mauro.
El objetivo de las investigadoras es tratar de ver cómo esas microparticulas de plástico afectan a las larvas de peces, si se lo comen, si afecta su crecimiento, si mueren más por esta causa…”
“Son todas preguntas que nos hacemos y requieren de un trabajo articulado. Hay colegas que están trabajando con juveniles de corvina, con su dieta y del estómago separan lo orgánico de lo inorgánico para que nosotros lo filtremos. Hay otros grupos en la Facultad que trabaja con aves, otros con tortugas, que analizan si hay microplásticos en su dieta. Son cosas nuevas y no hay guías de investigación formales”, cuenta Rosana.
Las biólogas muestran algunas muestras de las filtraciones, reconvertidas en imágenes fotográficas. Lo extraño salta a la vista con facilidad: Asoman líneas en diagonal, esferas de color rojo, amarillas y puntos bien negros.
Los tipos de plásticos en el mar son diversos. PVC, polietileno, poliéster y “hasta celofán”, cuentan las investigadoras, al tiempo que advierten que ese material es biodegradable, “todo lo que lo constituye lo hace no degradable”. También trozos de botellas, de cajones de pescado, fibras de redes, ropa…
El plástico no se degrada, se rompe. La radiación de rayos ultravioletas comienza a transformarlo, se seca, se adhieren microorganismos, se quiebra…. Las rocas y las olas ofician de una trituradora gigante que luego las integra en la columna de agua.
En este contexto, cobra relevancia el trabajo de dos emprendedores marplatenses. Los hermanos Raúl y Roberto Errobidart crearon un producto que puede reemplazar al plástico, que se degrada en contacto con el agua.
El origen del filme no es termoplástico, como el polipropileno o el polietileno, que no son solubles por su composición. Nosotros trabajamos con un polímero, es otro origen químico, que tiene un alto componente orgánico, derivados del maíz, de la caña de azúcar”, revela Raúl.
Los emprendedores están en la etapa final de certificación ante SENASA de un filme para embalaje de productos pesqueros de exportación. El filme ofrece excelentes propiedades de sellado, una barrera contra el oxígeno y es completamente soluble incluso en agua fría y ningún componente es tóxico. Una vez disuelto el materia se puede volcar al red de cloacas y en menos de 3 meses se descompone y en 6 meses se convierte en un abono natural.
Aclaración: los conceptos vertidos de quienes opinan son absoluta responsabilidad del firmante.