Pesca Artesanal de pequeña escala: hacer visible lo invisible
Por Roberto Garrone
Son el último eslabón de una industria que no los tiene en cuenta ni fija políticas para su desarrollo. Se mueven en los márgenes de la legalidad, entre los pliegues de los médanos y las orillas solitarias, siempre oteando el horizonte para escaparle al cambio de viento y tormentas repentinas.
Si algo acompaña a los pescadores artesanales de pequeña escala es la informalidad. Nadie sabe cuántos botes entran al mar en los 7 mil kilómetros de costa, cuántos tripulantes desafían la inmensidad del mar para extender las líneas de anzuelo, o dejar clavados los paños de red a media agua y mucho menos su poder de pesca y de qué manera impacta su captura sobre los recursos costeros.
El sector ha avanzado a los tumbos, como las embarcaciones desafían la rompiente y quedan suspendidas en el aire al chocar de frente con la ola. En algunos municipios han tenido más apoyo porque la pesca se transformó en una salida laboral cuando se apagan las luces de la temporada de verano. Se han podido agrupar y contar con cierta infraestructura para almacenar el pescado. Y en tiempos de vacas flacas la falta de oportunidades en tierra empuja más gente al agua.
Matías Casimir es el coordinador de la Pesca Artesanal Marítima, área que depende de la Secretaría de Agricultura Familiar, y quien pretende visibilizar este mundo de fantasmas, de ignorados. “A la pesca artesanal le falta visibilidad y derechos. Ha estado descartada de las decisiones políticas, no está en el radar de la política pesquera nacional cuando en otras partes del mundo se le da mucha importancia”, ha dicho el funcionario que proviene del Movimiento La Dignidad a Revista Puerto a poco de asumir.
Para darles un permiso de pesca es necesario que puedan cambiar de matrícula, pasar de la deportiva REY a una mercante y se capaciten para obtener la libreta de embarque de marinero y patrón de tercera. Cumplidos estos requisitos la Provincia debería darle los permisos habilitantes. Prefectura ya comenzó con la inspección de los gomones y pronto abrirá cursos especialmente para ellos.
Si el Estado los visibiliza deberá también destinar recursos para cuidarlos. Hoy Prefectura en muchas playas hace que no los ve para no tener la obligación de cuidarlos. Datos que aporta Inés Beato Vassolo señalan que son unas 200 embarcaciones artesanales las que pescan con permiso a lo largo del litoral marítimo bonaerense. Tienen menos de 13 metros y pueden pescar hasta las 3 millas.
Cuando el variado costero se arrima a la costa las lanchas amarillas y los gomones, especialmente los de Santa Clara y Mar Chiquita, interactúan en la misma zona de pesca. La relación tiene días y días. Desde los barcos costeros miran al sector como una fuerte competencia desleal.
Inés es periodista y en su maestría de Periodismo del diario La Nación analizó profundamente este fenómeno silencioso que se despliega en la costa Argentina. “Se sienten marginados por el Estado; no consiguen ayuda económica ni seguridad. Por eso, desisten de cumplir con las normativas y optan por trabajar en la ilegalidad”, sostiene en su trabajo de 24 páginas en el que cuenta historias de vida en que la sal del agua de mar dibujó surcos profundos.
En Mar del Plata el sector artesanal se agrupa en una cooperativa que contiene a 33 de las 37 embarcaciones de la que dependen unas 150 personas. La mayoría son gomones de hasta 8 metros. La única bajada autorizada por Prefectura es la de Cabo Corrientes. Hace más de 100 días no pueden salir a pescar por la pandemia.
Las líneas de mano con que pescan corvina y pescadilla juntan óxido enrolladas a latas de conserva. Algunos plantan trasmallos, extensos paños de red que quedan suspendidos a media agua a la espera que pase el cardumen y alguno quede atrapados en la abertura de la red. “Nosotros pescamos con línea”, aclara Luis Guidotti, presidente de la cooperativa.
En su Maestría Inés expone la vida dura de varios pescadores artesanales de la costa bonaerense. Monte Hermoso, Reta, Santa Clara, Villa Gesell, Lavalle…. Filas, un pescador de Reta, considera que el pescador artesanal es un “eterno perdedor”. “Se encajonan los tractores, se oxidan los tráileres, se rompe el motor; tiene que poner plata siempre; el mar es peligroso, la salida es complicada, los lobos se comen las redes, los materiales son caros, un tercero regula los precios de comercialización…”
Con la visibilidad del permiso tendrán mayores controles al momento de zarpar. Elementos de seguridad y artes de pesca. Al regresar deben completar un parte con las capturas realizadas. La venta generalmente termina en alguna planta industrial, en una transacción en negro. Tampoco milagros…
Y ese objetivo de Casimir comenzó a ponerse en práctica para el recelo de los otros sectores. La pesca industrial se agrupó días pasados en un comunicado dirigido a las autoridades de la Secretaría en que plasmaron su preocupación ante la posibilidad de que se generen nuevos permisos de pesca.
Resulta curiosa la postura de los “hermanos mayores”. Al menos el rol de CEPA, que promovió el ingreso a la pesquería de langostino del “José Américo”, el tangonero de Moscuzza cuyo permiso de pesca es de una irradiante ilegalidad. Cuando se consumó la aberración administrativa, el resto hizo un piadoso silencio.
“La pesca artesanal está en la mira de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), por ser considerada esencial para asegurar la soberanía alimentaria de poblaciones en riesgo y prevenir la pobreza en países en desarrollo”, explica Beato Vassolo.
En la costa bonaerense los pescadores son pocos los que salen al mar a ganarse el plato del día. Mayormente toman la actividad como una salida laboral. Legalizarlos con un permiso de pesca no implicaría un aumento del esfuerzo pesquero. Ya pescan, en silencio, con muchos riesgos, solos, a escondidas de la mirada del Estado.