Pienso, luego decido
(…) el hecho de que los animales no se enorgullecen
de su irracionalidad como nosotros. Lucy Ellman
Cuando mi hija tenía dos años de edad se descompuso. Era verano. En verano las descomposturas son muy habituales en las niñas. La mamá y yo la llevamos al pediatra que dijo, sin dudarlo, que la causa era un virus. Es decir, teníamos que esperar. Los virus que causan gastroenteritis producen síntomas que duran entre un día y dos semanas. Pasaban los días y los síntomas de mi hija no cesaban. Había empezado a bajar de peso. Volvimos a ver al pediatra. No recuerdo si fueron dos o tres veces. Ella no vomitaba, algo muy común en las gastroenteritis. El médico insistía en que era un virus y nosotros en que pidiera análisis que confirmara o descartara el diagnóstico. Molesto, con palabras, gestos y miradas imprudentes, accedió a indicar un análisis de rotavirus y de adenovirus. Fuimos al laboratorio y el bioquímico que nos atendió nos sugirió que volviéramos y pidiéramos que agregaran en la orden un análisis parasitológico. Los resultados indicaron que mi hija tenía un tipo de parásito que produce síntomas muy parecidos a los virus gastrointestinales, pero no mostraron la presencia de ningún virus. Comenzó a tomar un antiparasitario y mejoró con mucha rapidez.
El pediatra de mi hija hizo un mal razonamiento deductivo, porque sus premisas eran incorrectas. Las gastroenteritis son virales / Juana tiene una gastroenteritis / Juana tiene un virus. Desde mi punto de vista, el error de su premisa era el resultado de un razonamiento inductivo. Es muy probable que en su consultorio él hubiese visto numerosos casos de niños con diarreas estacionales. Cada uno de esos casos debe haber seguido la secuencia de un cuadro viral. Imagino que debe haber pensado, si todos los niños con diarrea que vi este verano y, posiblemente, todos los veranos de mi vida, tuvieron algún virus gastrointestinal, el próximo niño que vea con esos síntomas tendrá un virus gastrointestinal. Dicho de otro modo, concluyó, con certeza, que todos los cuadros gastrointestinales son provocados por un virus y no por otra cosa. El problema con este razonamiento es que produce una generalización a partir de una colección de casos particulares, pero no puede garantizar que exista un caso que lo contradiga.
Hace un tiempo atrás realizamos un estudio en el que observamos la prevalencia de uso de cinturón de seguridad en 3810 conductores. La mitad eran profesionales. Entre ellos se destacaban, por cantidad, los taxistas. Los resultados no fueron buenos. Apenas la mitad de los conductores de población general usaban el cinturón de seguridad. Entre los conductores profesionales el uso no llegaba a un tercio del total. En un segundo estudio le preguntamos a otro grupo de conductores de taxi si usaban el cinturón de seguridad, cuánto lo usaban y sus creencias sobre el dispositivo. El 85% nos contestó que lo hacía siempre o casi siempre. Un número mucho más alto que el que habíamos observado. Que haya diferencias entre lo que las personas hacen y lo que dicen que hacen puede no sorprendernos. A ese comportamiento lo llamamos deseabilidad social. Curiosamente, o no tanto, los taxistas creían que el cinturón de seguridad era útil para protegerlos en caso de un siniestro, ya sea disminuyendo la gravedad de una lesión o salvándoles la vida. ¿Por qué no lo usaban entonces? Una posible explicación es que las personas evalúan el riesgo mediante un razonamiento inductivo.
Los choques son eventos raros y los choques con lesionados un poco más raros. Eso quiere decir que una persona participa en muy pocos choques en su vida con respecto a la cantidad de veces que se expone al tránsito. Dicho de otro modo, los choques ocurren muy poco a nivel individual, aunque sean muchos a nivel poblacional. El razonamiento puede ser más o menos así: la suma de veces que manejé sin que me sucediera nada indica que la próxima vez tampoco me sucederá. Sin embargo, esa generalización oculta el hecho de que los factores de riesgo se repiten cada vez que alguien sale a la calle.
La repetición no protege. Así como el pediatra de mi hija subestimó la probabilidad de un caso particular que se alejara de su experiencia y equivocó su diagnóstico, lo mismo puede ocurrirle a un conductor que crea que, como nunca antes pasó nada, entonces, tampoco pasará esta vez.