Qué ves cuando me ves
(…) hay una realidad “media” percibida por todos nosotros, pero esa no es la verdadera realidad, sólo es la realidad de las ideas generales, de las formas convencionales …
Fabián Casas
Es una tentación pensar que diseñamos nuestra vida como arquitectos, urbanistas o dioses atareados en la creación de un universo. La verdad es un poco menos sólida. En realidad, somos como los artistas o artesanos que construyen objetos a partir de materiales desparejos e influencias apenas adivinadas. Me gusta leer antes de escribir estas columnas. En una de esas lecturas encontré esta oración “Vladimir Nabokov pensaba que cada uno debía descubrir por sí mismo la particularidad del mundo”. En otra: “Cada persona vive en una mónada. Es el mismo proceso de vivir la construcción de la mónada blindada”. El sentido suele construirse hacia atrás.
Hace un poco más de diecisiete años quería postularme a una beca de investigación y me acerqué a un joven investigador y docente. Sugirió que podía dirigirme si estudiábamos la posibilidad de que un inventario de estilos de conducción estuviera sesgado por respuestas socialmente deseables. Las personas pueden responder preguntas con la intención de dar una imagen positiva de sí mismas. Cuando es así, los resultados de un instrumento psicométrico (cuestionarios, escalas, inventarios) pierden validez. Ya sea con fines de investigación, diagnóstico o selección es bueno saber si las personas se sienten inclinadas a mentir cuando contestan. Fue así que comencé a investigar en Psicología del Tránsito. En el proceso, pasé de ignorar que el comportamiento en el tránsito podía estudiarse, a entender que el tránsito condensa la sociedad. Ayer le conté a alguien mi pequeña, breve, quizás insignificante, mirada particular de esta porción del mundo.
En el tránsito ocurre todo. Las desigualdades sociales, la pobreza y la riqueza se expresan en la ocupación del espacio. No estoy hablando del acceso a la vivienda, sino del uso de las calles. Los autos son sus dueños principales. Las calles están diseñadas para los que usan el auto. Pero pocas personas acceden a comprarlos. Algunas estimaciones señalan que solo el 40% de las personas que viven en ciudades de tamaño medio o grande tienen uno. Es decir, la mayor parte del espacio está destinado a una minoría. Un amigo mío llama al colectivo El Junta Pobres. Hay algo de estigma en eso, pero refleja parte del sentido común sobre el transporte público. El colectivo es usado principalmente por mujeres, niños y adultos mayores. Esa combinación se debe a que las mujeres conducen menos que los varones. El auto ha sido percibido como un objeto masculino durante mucho tiempo, y sigue siendo así en muchos casos. Además, las mujeres cuidan de los niños y de los ancianos de sus familias. Las mujeres, por otra parte, tengan o no tengan auto, hacen más viajes intermedios asociados a tareas de cuidado. Estas tareas están relacionadas con el fenómeno conocido como techo de cristal, señalado por los feminismos como indicador de inequidad de género. Si se observa con cuidado, es raro ver personas con discapacidad circulando solas por las calles de una ciudad. La discapacidad no es una esencia. Es el resultado de la interacción de algunas características personales con el ambiente. El tránsito segrega. En los países más pobres el uso de la moto como vehículo familiar es cada vez más extendido. La movilidad es un servicio y las personas deben resolver sus necesidades de viaje, aunque aumente el riesgo. Las necesidades de viaje combinan distancias, costos, y tiempo disponible, entre otros factores. El automóvil echó a los niños de las calles. En conjunto con otros procesos sociales, aumentó el sedentarismo de los niños, por ende, el sobrepeso y otros problemas. Además, retroalimenta la necesidad de padres y madres de ser los choferes de sus hijos, algo que, a su vez, genera más autos circulando. El tránsito impacta en el ambiente, algo que, en la actualidad, ya es parte del sentido común. Gases de efecto invernadero, aumento de las temperaturas medias, contaminación. Cada vez que salimos a la calle todo esto está ocurriendo a la vez. No se trata de ir y venir, ni de tiempo improductivo, perdido o malgastado entre el lugar desde el que salimos hasta el lugar al que debemos llegar. Se trata del universo contenido en una cáscara de nuez.