Rappido y riesgoso
Una noche de invierno, unos meses atrás, volvía caminando hacia mi casa cuando en una bocacalle vi pasar a un repartidor que trabajaba para una compañía de plataforma, sin luces, y sin casco. Cruzó el semáforo mitad en amarillo y mitad en rojo. Pasó tan rápido que saltó cuando agarró la cuneta. Pensé que perdería el equilibrio, pero siguió adelante, con una mezcla de destreza y buena fortuna.
Otra noche, un tiempo después, me crucé en otra bocacalle con otro repartidor de la misma compañía. Yo iba en moto y él también. Su moto no tenía luces. Pude verlo porque yo iba despacio y la calle estaba iluminada. Le dije dos veces que tenía las luces apagadas. Me contestó algo que no entendí. Ambos seguimos viaje, él con la luz sin encender. En otras ocasiones los he visto rebasarme por la izquierda o por la derecha a una velocidad superior a la permitida. A veces sin luces, a veces sin casco. No creo que esas sean experiencias extraordinarias. Al contrario, estimo que se repiten muy a menudo todos los días.
Mi intención no es señalar a los repartidores de plataformas como personas que toman riesgos por fuera de los permitidos y que convierten al tránsito en un ambiente más complejo y peligroso de lo que es. De hecho, muchas personas tienen comportamientos similares conduciendo toda clase de vehículos. Mi interés está en señalar que se ponen en riesgo a sí mismos en el contexto del tránsito, en gran medida por las condiciones laborales en que se desarrolla su trabajo.
Las condiciones de trabajo que ofrecen las empresas de reparto de las economías de plataforma han sido y son cuestionadas desde hace un tiempo. Después de un rápido crecimiento al ofrecer una ocupación con tiempos flexibles, sin muchos requisitos y con independencia comenzaron los conflictos.
El principal problema es la falta de reconocimiento de la existencia de un vínculo laboral entre las empresas y los repartidores. De esa situación se deriva la ausencia de muchos derechos laborales. En algunos países se han producido avances en el reconocimiento de la condición de estos trabajadores.
Es el caso de Inglaterra y de España que sancionaron leyes por las cuales se estableció que existe un vínculo laboral entre las plataformas y los conductores. Ese reconocimiento se traduce en un salario mínimo para los repartidores, independiente de la cantidad de viajes realizados. Cuando eso no ocurre, el dinero que ganan surge de la cantidad de viajes que realizan.
Las aplicaciones les pagan un porcentaje del costo de cada entrega. El régimen de trabajo es a destajo. Es decir, que la ganancia que obtienen es el resultado de su productividad, no del tiempo que le dedican a trabajar. El trabajo a destajo suele generar mucha presión sobre los trabajadores. En el caso de los repartidores la productividad está atada a la velocidad de entrega de cada nuevo pedido. En consecuencia, conducir rápido y tomar riesgos puede generar una potencial recompensa al final del día.
Las personas que conducen motos, trabajen o no con ellas, están entre los usuarios más vulnerables del tránsito. En términos comparativos, en la Argentina son el grupo más afectado por las muertes viales. En su mayoría son hombres menores de 35 años. Es difícil saber cuántos de esos siniestros involucran a repartidores.
No suelen existir estadísticas desagregadas al respecto. En los portales de internet es posible encontrar noticias en las que trabajadores de reparto perdieron la vida.
Por ejemplo, en el año 2019, cuando un repartidor murió en la ciudad de Buenos Aires, el Ministerio de Salud de esa ciudad reconoció que durante el mes previo veinticinco repartidores habían sido atendidos en hospitales públicos por choques en la vía pública. Aunque no tengamos datos precisos es simple advertir una situación compleja en la que se combinan derechos laborales, seguridad vial y salud. La solución no es sencilla, menos en un contexto de crisis económica y social. El ingenio, la voluntad, el respeto por los derechos laborales y la salud pública deberían guiar las acciones necesarias.