Reciclarse o morir
“Ellos no escucharán. ¿Sabes por qué? Porque tienen ciertas nociones fijas sobre el pasado. Cualquier cambio sería blasfemia ante sus ojos, incluso si este fuese la verdad. Ellos no quieren la verdad; ellos quieren sus tradiciones” Pebble in the Sky (1950); Isaac Asimov.
Aún recuerdo el día en que, con tan solo once años, me levanté en calzoncillos de la cama y me encontré con esa flamante bicicleta nueva (regalo de cumpleaños) con mi nombre tatuado en el cubrecadena. Poco tardé en embutirme el desayuno y salir disparado a callejear con mi hermano y los amigos del barrio. Salvo por la breve parada para comer al mediodía, mi madre no volvería a vernos el pelo hasta las ocho de la tarde.
Ese día nos encontramos una lata de brea tirada en un terreno baldío y la derramamos sobre el bordillo de la calle López y Planes, entre Marie Curie y Zacagnini. Después desenterramos un perro muerto (no pregunten). También me peleé con el campeón escogido de una pandilla rival que me cortaba el paso hacia la casa de un amigo. Más tarde bajamos a la playa a correr por los muelles mientras esquivábamos a los pescadores ocasionales, y al final pedaleamos hasta el parque Camet para colarnos por una alcantarilla que desembocaba en el mar (esos memorables ejemplos que nos dejaba el maestro Splinter y sus Tortugas Ninja). En fin… puede que esté mezclando recuerdos de diferentes días, pero la idea es que el pasado (mi pasado) era de esta manera, y el futuro… es de otra.
No puedo, no podemos, seguir actuando como si la Tierra no girara; como si la luna no se alejase (disimuladamente y sin darnos la espalda) cada día un poco más de nosotros; como si el tiempo se hubiera detenido en nuestros mejores o peores recuerdos para forzar el silencio.
Cuesta no mirar atrás, lo sabe Dios y la ciencia (que hoy son lo mismo), pero sé que entregarme a la nostalgia me hace un flaco favor y se lo hace también a ustedes. Adaptarse o morir. Eso dicen los que saben, ¿no es cierto? Reciclarse o morir, diría yo, utilizando un término más actual.
Seguramente alguno de ustedes habrá intentado imaginar el mundo dentro de diez años, aunque es muy probable que muchas de esas ideas sean producto de la comodidad de pensamiento, de la tradición, de la rutina, y no tanto del análisis objetivo de los datos que apuntan a… ¿Empezamos?
Cualquiera puede imaginar que la tecnología está creciendo de manera exponencial. Esto quiere decir, en lenguaje profano, que cada cambio no solo trae de la mano al siguiente sino a un puñado de cambios que, a su vez, son el origen de otros tantos.
Echo la vista atrás y apenas quedan vestigios de ese mundo en donde los niños nos divertíamos gastando la calle y colándonos en sitios extraños. Sé también que en diez, en veinte, en treinta años, cuando con suerte vuelva a echar la vista atrás, aquel mundo habrá desaparecido por completo y este, el de hoy, será poco más que un espejismo. Lo sé, lo sabemos, pero… ¿lo hemos aceptado?
A veces pienso que, mecánicamente, hemos proyectado para nosotros un futuro parecido al de nuestros padres. Esto es porque extrapolamos su experiencia e imaginamos que nuestra madurez será parecida a la suya, aunque muy probablemente nos equivoquemos. Hay quienes hace años advierten que caminamos hacia una “singularidad tecnológica” en la que será muy difícil predecir las consecuencias del progreso. La inteligencia artificial está al caer y con ella la escalofriante posibilidad de que sea ella misma la encargada de crear nueva tecnología que se supere a sí misma.
Pero tranquilos… no creo… no estoy pensando… en un futuro al estilo Matrix o Terminator. Si algo nos ha enseñado la historia es que toda guerra es, además de un conflicto, un encuentro. Y en ese encuentro no han sido pocas las veces en las que diferentes civilizaciones (y en algunos casos distintas “especies”, sin rigor del término) han fusionado sus culturas y, por supuesto, también su material genético. Todos sabemos lo que pasa en las noches de luna llena, y si hay vino de por medio… desaparece el racismo, el clasismo, el sexismo, y a veces hasta el civismo, aunque no pueda decir lo mismo del nudismo, ya que es un requisito casi esencial para entrar en estas labores. ¡Lo siento…! Me fui por las ramas.
Podemos remontarnos al siglo II a.C. para comprobar como Grecia, ya conquistada por Roma, influyó con su cultura y costumbres en muchos ámbitos de la cotidianeidad romana, desde el arte y la religión hasta la dieta y las conductas sociales. Podemos decir que algo similar (no igual) sucedió tras la conquista española de América, pues de alguna manera ambas culturas sufrieron importantes cambios tras el choque. Pero aún podemos remontarnos más atrás para demostrar lo que quiero decirles. ¿Sabían ustedes que el homo sapiens sapiens (no lo repito por error de edición) posee en su ADN la huella del neandertal? Antes de que nadie levante la mano para decir “¡es cierto, mi marido actúa como un cavernícola!” o “¡estaba cantado, mi cuñado es un bicho de esos”, sepan que ustedes mismos (y yo también aunque casi no se me nota) tenemos en el ADN un porcentaje de homo neanderthalensis. De hecho lo mantenemos toda la población europea (y sus descendientes), la asiática, y en menor medida la africana. Solo se salvan de este estigma nuestros hermanos subsaharianos que son, por decirlo sin propiedad pero tampoco con perjurio, homo sapiens más puros. Digresión: ¿sabían ustedes que estos remanentes genéticos neandertales podrían estar involucrados en los casos más graves de enfermos por coronavirus? Clica en este hipervínculo para saber más.
¿A dónde quiero llegar con esta cantinela? Bien… Lo que intento decirles es que la llegada de la inteligencia artificial a nuestras vidas improbablemente traerá consigo la conquista de la máquina sobre el hombre sino más bien una fusión entre lo biológico y lo mecánico. Como ejemplo, les cuento que en el año 2011 nació en Barcelona la Cyborg Fundation, cuyos laboratorios emigraron a New York, con perdón de equivocarme, allá por el 2015.
¿Qué podemos esperar? Cruzadas ciertas barreras es difícil predecir el futuro, pero lo que sí sabemos es que el porcentaje de población envejecida ha aumentado y aumentará aún más teniendo en cuenta que las nuevas tecnologías tienden a aumentar la esperanza de vida humana y que la natalidad está decreciendo. Esto traerá consecuencias económicas importantes y un cambio radical en la manera de entender el mundo y de vivir nuestro día a día (desde el trabajo hasta el ocio).
Así que el futuro no nos agarre desprevenidos y recuerden, antes de llorar, que al menos yo se lo avisé: nos ha llegado el momento de tener una seria conversación con nosotros mismos, en soledad, con el objetivo de rearmar esa idea preconcebida que teníamos sobre el futuro. Pero claro… Es sabido que no se puede rearmar sin antes destruir. Invocamos, pues, al rayo destructor de Shiva para que acuda en nuestro auxilio y nos ayude en la labor de desmoronar esos prejuicios que actúan como ancla del progreso.
El nuevo analfabeto será aquel bicho que denomina sus conocimientos informáticos como de “nivel usuario”; será aquel que sigue concibiendo el mundo como un campo de juegos personal y no como el universo interconectado en el que se está convirtiendo. Incluso las palabras están cobrando nuevos sentidos, al tiempo que también surgen nuevos conceptos.
Hay quienes piensan que nos estamos transformando en seres más individualistas, y no lo discuto, pero hemos de tener en cuenta que incluso la definición ordinaria de “individualidad” ha cambiado, pues la individualidad es ahora comunitaria, y la soledad, nuestra soledad, está interconectada con la soledad de un mundo entero que espera -sin esperar realmente nada- que en el momento y lugar oportunos giremos en el sentido que nos toca girar para poder encajar en la gran maquinaria del sistema. ¿Me explico? Haz tu trabajo y no esperes nada más. Las palmaditas en el hombro son ahora privilegio exclusivo de los perros. La cerveza que compartíamos con los compañeros luego del trabajo es ahora un emoticono de dos jarras chocando en una pantalla de teléfono. Las ideas se resumen en un meme, ya no se discuten sino que adquieren un sentido universal y fácilmente comprendido por todos. Si queremos llorar podemos llorar (he modificado ligeramente la frase para evitar disputas legales con Moria Casán) pero eso no nos va a sacar del agujero.
It’s time to recycle yourself! ¿O debería decir是时候回收自己了? ¡Es tiempo de reciclarnos! Imagino que a alguno se le erizó el bello al leer esos jeroglíficos orientales: “¿ahora tengo que saber chino?”, habrá pensado para sus adentros. Y lo entiendo, de verdad. Ya tenemos bastante con intentar dilucidar el lenguaje que usan nuestros hijos por Whatsapp: “kdams sta noxe pra y ”. Lo que traducido quiere decir que se juntan para tomar la leche con donuts y berenjenas.
Pero volviendo al tema que nos ocupa, lo que quiero decirle a ese lector reticente al cambio es que no tiene obligación de nada: ni de aprender chino, ni de estudiar inglés, ni mucho menos de ahondar en los insondables misterios del idioma emoji. Nadie te lo exige, al menos explícitamente, aunque mi sincera recomendación es que te embadurnes de aceite y hagas el esfuerzo de entrar por el aro. Así es, porque el mundo no va a esperarte ni tampoco le verás derramar lágrimas por tu insignificante existencia.
Sé que para muchos enfrentarse a estos cambios, a estas nuevas obligaciones tácitas, es una labor que se siente lejana o incluso imposible - sobre todo en edades que superan los cincuenta y cinco-, pero no les digo que, necesariamente, estudien idiomas o informática nivel programador de Dart, Java, Julia o Python (muchos solo conocen a Julia y porque es vecina del barrio). Lo que sí considero necesario es que dejemos de aferrarnos a los antiguos órdenes y empecemos a proyectarnos a nosotros mismos dentro del mundo en el que estamos, en lugar de seguir dando vueltas alrededor de esa idea preconcebida que teníamos sobre nuestro futuro. Es hora de, poco a poco y conforme a nuestras posibilidades, irnos poniendo al día con los cambios tecnológicos y sobre todo con la nueva manera de entender el mundo. No es muy diferente al esfuerzo que nuestros antepasados tuvieron que hacer tras la revolución industrial del siglo XVIII.
Ahora es nuestro turno. En los próximos diez años incluso nuestra ropa recopilará datos sobre nosotros (y no lo digo por decir). Ya se está trabajando en tejidos inteligentes que serán capaces de hacer diagnósticos de nuestro estado de salud. Veremos los cielos transitados por drones y dispositivos voladores capaces de captar más eficientemente la energía del aire y el sol. La rotación de placas de grafeno en un ángulo de 1.1 también podría traernos grandes cambios tecnológicos. Nuestro propio cuerpo actuará como una especie de USB. ¿Emocionante? ¿Perturbador? Dime qué contestas y te diré quién eres. Si aún no realizas pagos con tu teléfono celular te costará aún más descubrir que, en un abrir y cerrar de ojos, lo estaremos haciendo utilizando nuestros propios dedos, transmitiendo información desde dispositivos implantados en la piel hacia el servidor de turno. Nuestra dieta también cambiará cuando definitivamente se globalice la producción y el consumo de alimentos transgénicos. Veremos transformados nuestros hábitos de trabajo y aunque las previsiones oficiales nos dicen que la mayor parte de la población mundial se concentrará en las grandes urbes, particularmente pienso que una transformación y mejora en el transporte conseguirán reducir la necesidad de presencia física en los puestos de trabajo, permitiendo que muchas personas vivan alejadas de los centros de producción al mismo tiempo que trabajan para mantenerlos.
No será oro todo lo que reluce… lo que relucirá… claro. Siento ser ambiguo pero me debato entre mi optimismo innato y mi pesimismo racional. Aún no estoy seguro de que la humanidad trabaje en beneficio de la humanidad. Además todo cambio es, de alguna manera, traumático. Al menos lo es para mí, que me comporto como un gato. Pero me consuela saber que no estoy solo, que están ustedes conmigo frente al titánico esfuerzo de adaptación que tenemos por delante. Será mi fuerza su compañía y el terror que me infunde pensar que podría convertirme en el típico abuelo dependiente a quien el mundo le queda grande. Todos necesitaremos ayuda en la vejez, eso puedo aceptarlo, pero no será porque me haya rendido a la comodidad y mucho menos porque esté tan aferrado al pasado que haya cerrado la puerta a los nuevos conocimientos. Será a mi tiempo y manera, más rápido o más lento, pero enfocaré mis esfuerzos en seguir aprendiendo.
Un gran abrazo queridos amigos…
PD: no hace falta que estudien chino ni inglés, pero les vaticino que el G20… perdón, el G8… perdón, el G7… será en poco tiempo un G3 (China, EU y USA).
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