Recuerdos del futuro pasado
Las Ferias Mundiales comenzaron a mitad del siglo XIX. Reflejaban la industrialización creciente de las potencias coloniales. La primera de ellas fue en la ciudad de Londres en 1851. La tecnología, la industria, la arquitectura estaban en el centro de esas exhibiciones que funcionaban como parques temáticos temporales y que atraían a millones de personas en unos pocos meses. La que se realizó en París, en el año 1900, atrajo a más de cincuenta millones de personas en seis meses. Las Ferias Mundiales tenían muchos objetivos. Mostrar el poder de las naciones, motorizar el consumo, hacer investigaciones antropológicas, acentuar nacionalismos, construir ciudades utópicas y legitimar todas esas acciones ante los ojos del público. La Feria Mundial de Nueva York del año 1939, como sus predecesoras, mostró el futuro del mundo. Autos con chasis fabricados con plástico transparente, motores en funcionamiento, un robot que fumaba y tenía su perro robot, una cápsula de tiempo que deberá ser abierta en el año 6939. Pero la principal atracción fue una exhibición que se llamó Futurama patrocinada por la General Motors Corporation. Era una maqueta que mostraba la ciudad del futuro en el año 1960.
La maqueta tenía 3.251 metros cuadrados, más de 500.000 edificios, un millón de árboles y 50.000 vehículos. Estaba dentro de un pabellón que era una imponente esfera blanca. Las personas entraban por una escalera y salían por una rampa. La escalera estaba en una estructura con forma de aguja. La maqueta se recorría en asientos que se movían lentamente a su alrededor. Las distintas escalas que se habían usado en la construcción de la maqueta podían apreciarse a través de ventanales de vidrio con distintas graduaciones. La ciudad del futuro había sido diseñada por Norman Bel Geddes. Tenía grandes extensiones de tierra con zonas urbanizadas para distintos usos. Viviendas, industrias, servicios, recreación estaban en áreas específicas interconectadas por grandes autopistas. Las autopistas eran recorridas por vehículos motorizados. Algunos eran autónomos y también había vehículos voladores. En las autopistas no había congestionamientos ni más autos que los que podían circular de manera libre. Un visitante dijo al salir de Futurama: “General Motors nos está diciendo cómo será el futuro.
Construyan las autopistas, nosotros les daremos los autos”. En algunos textos periodísticos puede leerse que Bel Geddes predijo el futuro, o que acertó en su descripción. La realidad es menos misteriosa. El proyecto de la General Motors fue puesto en marcha después de la Segunda Guerra mundial en el país que triunfó por encima de todos, Estados Unidos de América. La industria del petróleo y las automotrices influyeron en la forma de las ciudades modernas. Las distancias entre el ideal proyectado y la realidad suelen dejarse de lado cuando se celebra la genialidad del visionario.
Ahora, cuando estamos llegando a completar un cuarto del siglo veintiuno y nos acercamos a que se cumplan cien años de la feria de 1939, ya no creemos en el crecimiento infinito, miramos escépticos al futuro, desconfiamos de los automóviles y de las autopistas, queremos decrecer, crecer cero, ser minimalistas, dejar de usar combustibles fósiles, usar otras fuentes de energía, compactar las ciudades. Pero ni el progreso, ni nosotros avanzamos en línea recta. Mientras tememos los efectos del calentamiento global, seguimos dependiendo del petróleo y de los automóviles, las ciudades siguen creciendo sin pausa, y nuestro vínculo con la tecnología nos ha convertido en cyborgs. Somos materia orgánica con extensiones digitales.
Como sostienen los psicólogos culturales, la mente está extendida en los artefactos que median las relaciones con el ambiente que nos rodea. Somos esos artefactos, nuestros propósitos y el contexto en el que actuamos. Sin embargo, a pesar del progreso tecnológico no estamos rodeados del optimismo de la primera mitad del siglo pasado. Estamos mirando de frente las sombras y las amenazas del calentamiento global, pero no parece que sepamos qué hacer. Tirar sopa de tomate a una pintura de girasoles de Van Gogh, como sucedió hace unos días, no parece una acción promisoria. Futurama es una sátira animada de Matt Groening.