Un zoológico en la bocacalle
Las sendas peatonales indican que los automóviles deben frenar y ceder el paso a los peatones. Por su parte, los peatones deben cruzar por la senda peatonal, una afirmación que suele repetirse como un mantra que invoca seguridad. Cuando la senda peatonal está bien delimitada el lugar de frenado para los automóviles está indicado por una línea blanca perpendicular a la circulación de los vehiculos y anterior a las líneas horizontales blancas, que están separadas entre sí por franjas de asfalto del mismo ancho. La línea de frenado tiene como finalidad aumentar la distancia entre automóviles y peatones. Algunas sendas peatonales son acompañadas por semáforos. Los semáforos para peatones pueden estar acompañados de una cuenta regresiva, que funciona como indicador del tiempo disponible para cruzar. Cuando todos estos elementos están presentes suponemos que se trata de uno de los mejores escenarios posibles para la seguridad peatonal, pero la realidad siempre es un poco más compleja.
Hagamos un poco de historia. Entre los registros de sendas peatonales más antiguos que se conocen están los de la ciudad de Pompeya, en el Imperio Romano. Las calles de Pompeya, sepultadas por un volcán en el siglo I después de Cristo y desenterradas a partir del año 1748, estaban limitadas por altos cordones que separaban las veredas de la calzada. Allí, las sendas peatonales eran grandes bloques de piedra colocadas de tal manera que permitían que los caminantes cruzaran sin mojarse cuando llovía, momentos en los que el agua podía correr en grandes cantidades calle abajo. La distancia entre los bloques de piedra dejaba lugar para que los carros circularan sin problema.
Las sendas peatonales tal como las conocemos hoy nacieron con un objetivo distinto. Pretendieron, desde el comienzo, proteger a los peatones de la posibilidad de ser atropellados. La primera muerte peatonal producida por un vehículo motorizado se registró en Inglaterra en el año 1896. Treinta años después los ingleses ya intentaban poner orden a la interacción entre peatones y automovilistas. Los primeros antecedentes de las sendas peatonales fueron tachuelas de metal clavadas en el asfalto, sin embargo, eran poco visibles para los conductores y poco efectivas para reducir los atropellos. Para reemplazarlas, a partir de 1949, se pusieron a prueba cruces peatonales marcados con bandas de colores sobre el pavimento. Se pintaron de forma intercalada bandas azules y amarillas, y también bandas rojas. Sin embargo, su baja visibilidad continuaba trayendo problemas. En 1951 se instaló la primera senda que alternaba el color blanco con el color del pavimento. Luego de que un político inglés notara su semejanza con los colores de una cebra, se los bautizó con el nombre paso de cebra. A partir de ahí las sendas peatonales se extendieron por todo el mundo. No obstante, sus resultados fueron más modestos de lo que se esperaba. Diez años después los ingleses propusieron otro tipo de senda peatonal al que denominaron cruce panda. Este tipo de cruces intercalaba líneas blancas y negras en forma de triangulos, con luces intermitentes que eran accionadas por los peatones cuando deseaban cruzar. Por medio de un parpadeo cambiante las luces indicaban cuando se agotaba el tiempo de cruce y los automovilistas podían retomar la marcha. Este sistema resultó muy difícil de comprender y fue abandonado rápidamente. Sin embargo, la necesidad de mejorar la seguridad peatonal dio lugar a otros diseños que también recibieron nombres de animales, en la mayoría de los casos, por las siglas de sus nombres en inglés. El primero de ellos fue el cruce pelícano (pelican), que simplifica la idea del cruce panda. En este caso, la senda está marcada por puntos blancos y precedida por líneas perpendiculares blancas en zig zag que indican su proximidad. Un semáforo de tres colores indica si es posible cruzar o no. La luz amarilla parpadea antes del verde y le indica a los conductores que pueden avanzar si ya no hay peatones cruzando. El rojo impide que los automóviles avancen. El cruce frailecillo (puffin), también puede ser activado por el peatón, pero difiere del cruce pelícano en que tiene sensores automáticos. El semáforo tiene sólo dos luces, verdes y rojas. El verde solamente se activa para los automovilistas cuando los sensores no detectan peatones cruzando. El cruce tucán (toucan), también es similar al cruce pelícano, pero es más ancho y permite que crucen ciclistas junto con peatones.
En otros países de raíz anglosajona también se ha usado el nombre de animales para los cruces peatonales. Los australianos tienen el cruce wombat, que combina nuestros lomos de burro con los colores del cruce de cebra; y el cruce koala, que es uno entre varios cruces para niños, que incluye postes rojos y blancos al costado de la calle, coronados por luces amarillas parpadeantes. En algunas ciudades de Estados Unidos han instalado el cruce halcón (hawk). Consiste en semáforos activados por los peatones que “vuelan” sobre la calzada. Utilizan luces amarillas parpadeantes que alertan sobre la presencia de peatones por cruzar, y luces rojas que impiden el cruce de los automóviles.
La efectividad de las sendas peatonales se evalúa continuamente, y no parece existir evidencia que señale que unas son mejores que otras. En Mar del Plata, a diferencia de la creatividad zoológica de los ingleses y de los australianos, las sendas peatonales son casi tan intangibles como las deidades que invocan los mantras religiosos. Dicho de otro modo, son, en la mayoría de los casos, solamente la continuación del trayecto de las veredas sobre la calzada. La pintura blanca es en realidad invisible, o quedan restos de lo que fueron, ruinas en peores condiciones que las romanas. Tal vez esa ausencia sea una de las razones por las cuales la prioridad de paso suele ser una quimera y los peatones continúan entre las principales víctimas fatales de siniestros en el contexto urbano.
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