Valor necesario para el despues
En estos momentos que nos toca vivir enfrentando un acontecimiento inesperado, que apareció en un lugar geográficamente distante lo que nos hizo suponer que resultaría ajeno a nuestra realidad, he leído algo de lo mucho que sobre él se ha escrito imaginando el mundo que vendrá después.
Si bien encontré notas que a mi juicio resultaban ser muy interesantes, la relectura de una obra clásica abordada esta vez con la subjetividad provocada por la situación que experimento junto con el resto del mundo, me hizo valorar más que nunca a los grandes pensadores y comprender acabadamente porque son eso precisamente, grandes pensadores.
Me refiero a La peste de Albert Camus, escrita en una época en que los telégrafos mandaban de la misma manera que hoy lo hace internet, pero que sin embargo las ideas expuestas en ese libro sobre el valor de la solidaridad, -ello dicho sin pretender realizar un análisis literario en las para mis aguas profundas del absurdo y existencialismo-, tienen una inacabable vigencia.
Ese sentimiento que hoy más que nunca necesitamos poner en práctica va a ser el principio de la ansiada cura que la humanidad espera poniendo en relieve el sentido de la otredad, valorando la existencia del otro desde el extremo del dar hasta el de respetar las normas dictadas por la autoridad.
Y sobre todo, comenzar a construir o mejor dicho reconstruir las sociedades en base a ello, y desde este parámetro abordar ineludibles problemas globales como el de la inmigración de países pobrísimos a ricos y el del cuidado de la ecología.
Dicho esto, sin olvidar las muchas cuestiones locales que precisan y cuánto, de la comprensión y empatía del que está al lado o sobre todo en la vereda de enfrente, o en un barrio distinto.
Entonces, aunque suene utópico o tal vez no tanto dado que entre otras cosas vimos como facciones en guerra aparentemente irreconciliables pactaron un cese de fuego para hacer frente al enemigo común que imprevistamente comenzó a atacarnos a todos, que nos quede la solidaridad como principio de vida en ese porvenir sobre el que teorizamos pasado el presente mal, sin olvidar lo dicho por Camus en el final de su novela:
“…el bacilo de la peste no muere ni desparece jamás, que puede quedar durante decenas de años dormido en los muebles y telas, que espera pacientemente en los dormitorios, las bodegas, los troncos, los pañuelos y el papelerío, y que, quizás, el día vendrá dónde, por la actitud desgraciada y las enseñanzas de los hombres, la peste despertará sus ratas y las enviará a morir a una ciudad feliz.”