La infancia, el riesgo y ningún buque de guerra
En la novela el Señor de las Moscas es un relato pesimista sobre la humanidad y sobre el origen de la cultura. Willliam Golding narra la disputa por el poder, el miedo a los peligros externos, la formación de grupos de pertenencia, el recelo y la persecución de los otros, los rudimentos de la religión y la muerte en un grupo de niños ingleses que se pierden cuando están siendo puestos a salvo de la guerra. No había mucho lugar para el optimismo a mediados del siglo veinte. Sin embargo, Golding extiende la desaparición de la inocencia hasta un territorio que nos gusta creer a salvo.
La guerra, suponemos, es un hábito de los hombres. Al final del libro los niños son rescatados por un buque de combate. La imagen es poderosa. Los adultos salvan a los niños con las herramientas que los pusieron en peligro.
Desde la mirada adulta los niños y las niñas son vulnerables. Nos gusta creer que mucho de lo que hacemos es para protegerlos de los peligros que los acechan. Olvidamos o queremos olvidar que la niñez no transcurre en el salvaje mundo natural, sino en el civilizado mundo urbano. El tránsito es un concentrado de la sociedad. A pesar de ello, muy a menudo, consideramos que nada interesante pasa allí, excepto perder el tiempo. Más aún, la mayoría de las veces la única información que tenemos es la de los cortes, el flujo vehicular, los choques. Los periodistas de tránsito son expertos en calles, cortes, accesos, circunvoluciones. En ese submundo dentro del mundo los niños son usuarios vulnerables. Su vulnerabilidad surge de la interacción entre algunas de sus características físicas, sus capacidades cognitivas y el ambiente construido. Las esencias no existen. Construimos ciudades con calles que son para adultos jóvenes y sanos. Las velocidades, las señales, las calles, las veredas, no son para los niños. La vulnerabilidad refleja el riesgo. Muchos niños y niñas mueren en choques como pasajeros de autos y de motos, como ciclistas o peatones. Para los menores de cuatro años es una de las principales causas de muerte por lesiones de causa externa. Aunque no parezca, hay formas de protegerlos.
Los niños pueden usar sistemas de retención cuando viajan en auto. Las llamamos sillitas. Tienen que ser adecuadas para su tamaño y deben estar bien sujetadas en el asiento trasero del auto. Pueden usar cascos adecuados para su edad cuando andan en moto. El casco puede ser acompañado por ropa visible, mecanismos de sujeción apropiados para no caerse, apoyos para los pies para evitar lastimaduras y calzado resistente. En bici también es importante que usen casco, ya sea que la manejen ellos o sean transportados. Como peatones es importante que aprendan a cruzar la calle, pero, más importante es que el ambiente los proteja con cruces señalizados, prioridad de uso, velocidades reducidas, y distancias adecuadas. En todos los casos es importante que tengan lugares seguros donde subir y bajar de los vehículos que utilizan.
En Mar del Plata, en un estudio reciente en jardines de infantes de la ciudad, observamos que esas medidas de protección son muy poco usadas por niños y niñas. Es tan bajo el uso que la desprotección es casi total. La infraestructura tampoco ayuda. Calles rotas, veredas en malas condiciones, sin sendas peatonales, sin sectores exclusivos de ascenso y descenso. Los adultos que los acompañan tampoco se cuidan, pero lo hacen un poco más de lo que cuidan a sus hijos e hijas. Como en el Señor de las Moscas creamos el problema, a diferencia de la novela, no los estamos salvando.